Un grupo de jóvenes viajará, con la Delegación de
Juventud, de la archidiócesis de Madrid, desde el martes 24 de julio
hasta el día 30, Tras las huellas del Beato Juan Pablo II. Un
viaje que, como reconoce su coordinador, don Luis Melchor, busca acercar
a los chicos a la persona del Papa polaco, «para entender mejor su
figura y su magisterio»
Eucaristía en la parroquia de Wadowice,
donde fue bautizado Juan Pablo II
La primera parada obligatoria es la gris Varsovia, una ciudad de
hormigón, de marcada herencia soviética, en la que se reconoce la
historia de la nación polaca, «una historia de reconstrucción de un país
por parte del pueblo», explica don Luis Melchor, sacerdote colaborador
de la Delegación de Juventud de la archidiócesis de Madrid y coordinador
de la peregrinación. Allí, los jóvenes, tendrán su primer encuentro con
la herencia de Juan Pablo II, que dejó su huella marcada tras la
primera visita a su nación ya como Papa, y en la que dijo: Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de esta tierra.
Algo que los polacos se tomaron al pie de la letra. «Entre los
edificios, surge el color del Palacio Real, reconstruido por el pueblo
con sus propias manos -después del trabajo, los polacos iban a trabajar
en la restauración-. Este hecho es un símbolo claro de esa renovación
que pidió el Papa», explica don Luis. Esperanza que palparán, también,
al enfrentarse con los lugares donde el sacerdote Popieluszko celebraba
la Eucaristía -en su parroquia de San Estanilao de Kostska, donde está
el Museo-. Y un poco de historia llevará al grupo a visitar el gueto de
la ciudad, el más grande de toda Europa.
Segunda parada para los jóvenes madrileños: la Ciudad de la Inmaculada -en polaco, Niepokalanów-, que alberga un convento franciscano fundado por san Maximiliano Kolbe en 1927. «Una anécdota curiosa de este lugar -cuenta don Luis Melchor- es que el padre Kolbe colocó una imagen de la Virgen, sin que el terreno fuera suyo. El dueño, viendo la cantidad de gente que iba a visitar a la Madre, se lo vendió». Tanta afluencia tuvo, que llegaron a vivir allí cerca de 1.200 franciscanos conventuales, que lo convirtieron en un centro de evangelización a través de los medios de comunicación social.
El monasterio fue cerrado antes del arresto del padre Maximiliano, y se reabrió tras la guerra. Ahora, acoge a 200 monjes, a los que los jóvenes tendrán la oportunidad de acompañar y escuchar sus testimonios.
Segunda parada para los jóvenes madrileños: la Ciudad de la Inmaculada -en polaco, Niepokalanów-, que alberga un convento franciscano fundado por san Maximiliano Kolbe en 1927. «Una anécdota curiosa de este lugar -cuenta don Luis Melchor- es que el padre Kolbe colocó una imagen de la Virgen, sin que el terreno fuera suyo. El dueño, viendo la cantidad de gente que iba a visitar a la Madre, se lo vendió». Tanta afluencia tuvo, que llegaron a vivir allí cerca de 1.200 franciscanos conventuales, que lo convirtieron en un centro de evangelización a través de los medios de comunicación social.
El monasterio fue cerrado antes del arresto del padre Maximiliano, y se reabrió tras la guerra. Ahora, acoge a 200 monjes, a los que los jóvenes tendrán la oportunidad de acompañar y escuchar sus testimonios.
La Gracia que vence al odio
El momento más duro llegará con la visita al campo de
concentración de Auschwitz-Birkenau. «Las otras tres veces que he
peregrinado hasta aquí -recuerda el coordinador del viaje-, cuando
salíamos, en el autobús no hablaba nadie. Y es que las maletas vacías,
los zapatos amontonados, las toneladas de pelo que todavía se conservan y
«el odio alemán por el pueblo polaco», como señala don Luis Melchor, no
dejan indiferente a nadie. Pero «visitamos Auschwitz porque es la
prueba visible de que, donde abundó el pecado, sobreabundó la Gracia.
Sólo hay que ir hasta el paredón de fusilamiento, y ver dos cuadros
juntos: el de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, un polaco y un
alemán, para entender que, en la Historia, la reconciliación siempre
viene de mano de la Iglesia», añade.
La ruta continuará con la visita a otro santuario mariano, que recuerda la devoción del pueblo polaco a la Madre de Dios. Esta vez en la ciudad de Czestochowa, donde se encuentra el santuario de Jasna Góra, repleto de visitantes todos los días, de 5 de la mañana a 12 de la noche: «Los polacos, antes de ir a trabajar por la mañana, pasan a saludar a María», explica don Luis. La Virgen, característica por sus dos marcas en la cara, «representa la identidad de la nación, marcada pero siempre viva», añade.
Y, finalmente, los peregrinos llegarán a Cracovia y Wadowice. «Cracovia es muestra viva de que la cultura creada con fe, permanece», afirma Melchor. Allí, rezarán donde se postraba el arzobispo Wojtyla, en la capilla franciscana frente al Palacio episcopal, y visitarán el santuario de la Divina Misericordia. Ya en el pueblo natal del Papa Magno, pasearán por su casa natal y contemplarán las cúpulas de su parroquia de toda la vida, cuya iconografía ahora dedican a cada una de sus encíclicas.
Un viaje para acercar a los jóvenes a la figura del Beato. «Yo, después de visitar Polonia cuatro veces, me siento mucho más cerca de Juan Pablo II», reconoce don Luis Melchor.
La ruta continuará con la visita a otro santuario mariano, que recuerda la devoción del pueblo polaco a la Madre de Dios. Esta vez en la ciudad de Czestochowa, donde se encuentra el santuario de Jasna Góra, repleto de visitantes todos los días, de 5 de la mañana a 12 de la noche: «Los polacos, antes de ir a trabajar por la mañana, pasan a saludar a María», explica don Luis. La Virgen, característica por sus dos marcas en la cara, «representa la identidad de la nación, marcada pero siempre viva», añade.
Y, finalmente, los peregrinos llegarán a Cracovia y Wadowice. «Cracovia es muestra viva de que la cultura creada con fe, permanece», afirma Melchor. Allí, rezarán donde se postraba el arzobispo Wojtyla, en la capilla franciscana frente al Palacio episcopal, y visitarán el santuario de la Divina Misericordia. Ya en el pueblo natal del Papa Magno, pasearán por su casa natal y contemplarán las cúpulas de su parroquia de toda la vida, cuya iconografía ahora dedican a cada una de sus encíclicas.
Un viaje para acercar a los jóvenes a la figura del Beato. «Yo, después de visitar Polonia cuatro veces, me siento mucho más cerca de Juan Pablo II», reconoce don Luis Melchor.
Cristina Sánchez
alfayomega
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