domingo, 8 de julio de 2012

Los españoles de hoy, ¿incapaces de sufrir?


La crisis económica ha entrado en una segunda fase: aumentan entre un 20% y un 40% los trastornos mentales, como la angustia y la depresión, provocados por factores externos, y se rompen las relaciones familiares y sociales. La sociedad española había edificado su vida en torno al bienestar material, y cuando eso falla, sólo queda el vacío. ¿La solución fácil? Atiborrarse a pastillas: «No soportamos ningún dolor», señala un Hermano de San Juan de Dios. El reto es aprender a aprovechar esta crisis como oportunidad para rehacer la vida sobre fundamentos más sólidos.
 Alfayomega.es

Uno de cada seis españoles padece o padecerá
una enfermedad mental
La vida de Félix se apagó, en el mes de febrero, en la localidad de Ribarroja, cerca de Valencia. Casado y con un hijo menor de edad, decidió quemarse a lo bonzo un día después de perder su empleo. A sus 56 años, no pudo encajar el despido y las consecuencias económicas que supondría para su familia.
Félix no es un caso aislado, aunque en España no haya un dato oficial del aumento del número de suicidios a causa de la crisis. Sí existen cifras sobre esta realidad en Grecia, donde los suicidios se han incrementado un 40% desde que comenzó el declive económico, o Italia, con estadísticas similares.
La tan nombrada crisis no sólo acarrea fatales consecuencias económicas en un país. Hay una segunda fase, más amenazante para la persona, porque afecta a la psique de quienes la sufren: la crisis ha aumentado las enfermedades mentales de los españoles, ha mermado la autoestima de las personas en paro de larga duración y ha provocado rupturas familiares.
Ya advirtió, en 2008, la Organización Mundial de la Salud que la crisis repercutiría en la salud mental de las poblaciones, y así se ha confirmado en España. Según el médico psiquiatra don Miguel Lázaro, «hay diversos estudios recientes que aluden a un aumento, de entre el 20 y el 40%, de pacientes con patologías depresivas, ansiedad, abusos de alcohol y trastornos del sueño, coincidiendo con la situación de crisis económica».
Vidas materialmente edificadas

La crisis ha provocado un impacto mucho
más profundo que el de tener o no tener
La mayoría de estas enfermedades son trastornos mentales comunes provocados por, según el doctor Julio Bobes, «las dificultades sociales, socioeconómicas y sociolaborales». Son trastornos que no suponen un alto nivel de gravedad, «pero son discapacitantes, y generan una gran prevalencia de las incapacidades temporales y del sufrimiento familiar», afirma el psiquiatra.
Y es que sostener, en un tiempo largo, situaciones de carencia, tiene grandes efectos negativos, que desembocan en este tipo de trastornos, como afirma la responsable de Investigación y Gestión del Conocimiento de Cáritas Bilbao, doña Ana Sofi Telletxea: «Cuando una persona en el paro no es capaz de generar oportunidades o formar parte de entornos que den sentido a su vida, la desesperanza se impone a todo lo demás», lo que lleva de la mano a la angustia y a la depresión. «Una vez entras en ese círculo de negatividad, la actitud condiciona a la hora de salir de la situación. No está en la mano de uno perder el trabajo, pero sí la capacidad de mantenerse activo», señala.
Entrar en la actitud de pánico provoca, además, «la ruptura con el mundo relacional que nos sostiene como persona. Una vez pierdes esto, es más difícil recuperarlo que el volver a tener ingresos», añade doña Ana. Y pone como ejemplo el difícil cambio de roles que se ha generado en la sociedad: «Hay familias que tienen que sufrir cada día cómo no pueden cuidar de sus hijos, y son sus padres -los abuelos- los que tienen que sostenerlos de nuevo. Eso afecta a las relaciones con uno mismo, con los hijos, con la familia...; es un impacto mucho más profundo y más invisible que el mero hecho de tener o no tener», explica la señora Telletxea.
No tolerancia a la frustración
Todo eso es cierto, pero al mismo tiempo, uno de los grandes descubrimientos que ha dejado al descubierto la crisis económica es la escasa o nula tolerancia a la angustia y a la frustración de las generaciones actuales. Para el psiquiatra don Enrique Rojas, «la sociedad tiene un marco fundado en el hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo, lo que hace que el ser humano no tolere las frustraciones y las adversidades de la vida». Y eso deja amputadas a las personas, porque, como admite el doctor Rojas, «en la vida es importante el sufrimiento, y la aceptación del sufrimiento es aprendizaje».
Esto se ha puesto de manifiesto gracias a la falta de trabajo, que según el Hermano de la Orden de San Juan de Dios Calixto Plumed, «ha aumentado la percepción del vacío en la vida de las personas, que ha desembocado en una gran frustración para las generaciones de hoy, mucho más sensibles a cualquier desventura. No tienen horizontes ni motivos, porque se lo han dado todo hecho».
Pero don Enrique Rojas muestra un hilo de esperanza: «Aunque todo esté engarzado por el hilo del materialismo, y sólo cuente lo que se ve y lo que se toca, esta sociedad tiene unos referentes de fondo positivos, aunque no se utilicen, por el aluvión de negatividad que nos rodea».
Medicalización del sufrimiento

Acudimos rápidamente a las pastillas
porque no soportamos el dolor
Según datos de la consultora IMS Health, en los últimos dos años ha aumentado un 10% el consumo de medicamentos antidepresivos. Sólo en 2011, la población española gastó casi mil millones de euros para evitar la angustia. El doctor Rojas reconoce el exceso numérico: «Cualquier solución a los problemas de la vida requiere tiempo para reabsorber los hechos, saber esperar, y luego continuar. Pero la prisa hace que la gente recurra a las pastillas para todo». También lo comparte Plumed, quien afirma que, «al mínimo sufrimiento, se acude al médico de cabecera en busca de una receta. No soportamos ningún dolor», y añade que, en ocasiones, «se podría suprimir la cantidad de medicación... No quiero generalizar, pero a veces se fomenta demasiado esa ingesta de pastillas».
Para Plumed, ese aumento en la medicación se debe, fundamentalmente, a que la familia, la mejor medicina, está desapareciendo: «Si suprimimos la familia, nos cargamos más del 60% del sistema sanitario, porque no hay sistema que soporte la enfermedad si se eliminan los cuidados de la familia». Ana Sofi lo corrobora: «Las relaciones familiares están tan deterioradas, que no están siendo, en ocasiones, lo suficientemente potentes para contrarrestar el efecto de la pérdida de trabajo». De hecho, en 2010 -últimos datos disponibles-, las rupturas matrimoniales aumentaron un 4%; dato que desmontó las previsiones de los expertos, que habían vaticinado que la crisis reduciría las rupturas, debido al alto coste económico de las mismas.
La segunda fase de la crisis ha levantado la alfombra de lo meramente material, y está dejando ver lo que no se había barrido correctamente. Ahora, quedan dos tareas: o bien intentar salir adelante repitiendo modelos, con el anhelo de volver a lo anterior, o buscar alternativas. Ana Sofi da una: «Si mirásemos a nuestros mayores, aprenderíamos mucho. Ellos no ponen tanto valor en el tener, y, por eso, aguantaron carros y carretas».
Cristina Sánchez
«Nos vamos a apañar. La Virgen no falla»
Como buen trabajador de la construcción, Alfonso no bajaba de sus buenos dos mil euros. Rocío, su mujer, dependienta en una tienda. Jauja para dos recién casados. Cuando ella se quedó embarazada, decidieron dejar el piso de alquiler y adquirir una vivienda. Con ese sueldo, ¿iban a tener problemas?
El niño, en esta ocasión, en lugar de un pan bajo el brazo, se trajo una enorme crisis que dejó a los dos en paro. Por más que tiraron, por más que los abuelos les dejaron todos sus ahorros, en menos de un año estaban los tres en la calle.
De la abundancia, a tener que acudir a la parroquia en busca de alimentos. Me cuentan que tienen una habitación en un piso compartido, y que están contentos porque, aunque en el piso de tres dormitorios, cocina y baño, viven diez personas, ellos tienen una habitación para los tres solitos y están estupendamente. «¿Qué más podemos pedir?», me dice Alfonso. Tengo una mujer que es un tesoro, el niño más guapo del mundo y estamos juntos. Otros no tienen ni donde dormir.
¿No te preocupa el porvenir? ¿No tenéis miedo? En ese momento, me abre la cartera y me enseña una ajada imagen de la Virgen. «Es la de mi pueblo. ¿Sabes? Yo apenas he podido ir a la escuela, pero mi madre me enseñó a querer a la Virgen y a mí Ésta no me falla. No puedo pedir ahora mucho, porque las cosas están mal para todos, pero te digo yo que nos vamos a apañar. Que Ella a mí no me falla, que lo sé yo... De momento, os tenemos a vosotros para que no nos falte de comer. Y para pagar la habitación me ayudan mi madre y mi suegra, y bueno, alguna cosa me sale. No podemos quejarnos».
La fe es así. Del todo a la nada. Unos privilegiados porque pueden disfrutar de una habitación para los tres. Y la Virgen que los está acompañando. Me lo repitió mil veces: «Que no nos pasa nada, tranquilo, que saldremos... Que a mí Ella no me falla... No. No falla. Lo sé yo».
Jorge G.
Párroco de Tres Olivos

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