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¿Varón contra mujer?
Tanto hombres como mujeres hemos sido creados para el amor: somos diferentes y complementarios para poder ser amados y amar mejor. Sin embargo, la ideología de género, la versión más extrema de la revolución sexual, pretende borrar toda diferencia entre ambos sexos. El resultado: mujeres desnaturalizadas y obligadas a renunciar a su feminidad y a la maternidad; y hombres cada vez más desdibujados y menos masculinos, poco comprometidos en la pareja y en la paternidad. Wendy Shalit, autora de Retorno al pudor. La fuerza de la mujer (ed. Rialp), y María Calvo, autora de La masculinidad robada (ed. Almuzara) y de Padres destronados (ed. Toromítico) desvelan el clima cultural en el que nos movemos
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Wendy Shalit
«Lo que las feministas nos venden no es necesariamente bueno para nosotras»
¿Qué influencia ha tenido la revolución sexual en la mujer?
En primer lugar, ahora no hay ningún apoyo cultural para conocer bien a alguien antes de comprometerse; ése es el efecto más evidente del ataque contra el pudor, y esto ha creado una gran cantidad de hostilidad entre hombres y mujeres. En lugar de un hombre y una mujer que tienen una cita agradable y simplemente disfrutan de la compañía del otro, en una progresión natural hacia el romance, las cosas a menudo se vuelven hostiles y personales muy rápidamente. Hay mucho de ¿Qué pasa contigo?, si uno de los dos no quiere precipitarse a ir a la cama, y ello empeora la vida de ambos sexos.
¿Cómo son las relaciones sentimentales tras la revolución sexual?
Incluso desde el punto de vista de la satisfacción física pura, tener relaciones sexuales con alguien a quien no le importas no suele satisfacer. Es la conexión emocional, ser capaz de confiar en el otro, el compromiso, lo que lleva la relación íntima al siguiente nivel. Ésa es la razón por la que, hoy en día, los terapeutas sexuales completamente agnósticos, o no religiosos, están saliendo a la palestra públicamente para reconocer que el sexo ocasional es, simplemente,mal sexo. Como seres humanos, resulta que necesitamos el elemento emocional para integrar la sexualidad en algo realmente grande.
¿En qué ha salido perdiendo la mujer?
Es complicado porque, por un lado, se supone que vivimos en un tiempo ilustrado y con gran capacidad de acceso a la información; pero, sin embargo, desde temprana edad, las niñas son criadas para presentarse ante los demás como objetos sexuales para complacer a los chicos; y todo lo que se interpone en ese camino -como las emociones- es menospreciado por la sociedad. En Estados Unidos, las feministas a menudo hablan de un techo de cristal, un límite que no se puede ver, pero que sienten que tiene la mujer en su vida profesional. Sin embargo, las mujeres de hoy están teniendo éxito en sus carreras; ese techo de cristal lo podemos encontrar ahora en las relaciones de pareja: las mujeres parece que tienen que competir con las chicas de los videos pornográficos; o parece que son tontas por querer casarse; o deben reprimir sus emociones para ser admitidas. Paradójicamente, aunque el feminismo ha querido eliminar el papel de la mujer como objeto sexual, lo cierto es que es algo que sigue sucediendo. Yo siempre les digo a las chicas que la autoestima no viene de agradar a chicos que, en realidad, no se preocupan de ti.
Usted ha estudiado especialmente la pérdida del pudor femenino en las últimas décadas. ¿A qué conclusiones ha llegado?
Para mí, el pudor es tener una definición interna de sí mismo. Cuando tú sabes quién eres y estás feliz por ello, no tienes entonces ninguna necesidad de mostrar tu cuerpo a extraños, o de darte físicamente a las personas que no se preocupan de ti. Los signos externos de lo que llamamos pudor son sólo significantes; el pudor de verdad fluye de adentro hacia afuera.
La mujer, en las últimas décadas, ¿ha sido sometida a un proceso para renunciar a su naturaleza?
No creo que nunca se pueda renunciar a su naturaleza, pero pienso que muchas mujeres de hoy en día se sienten miserables, porque el concepto de la feminidad hoy es muy negativo.
¿Qué efectos ha tenido la generalización de los anticonceptivos?
Por poner sólo un ejemplo, las últimas investigaciones han demostrado que la píldora disminuye el deseo sexual en muchas mujeres, lo cual es sin duda irónico. Nos dijeron que la píldora podría llevar a este florecimiento pleno de la sexualidad, liberada de las dificultades del embarazo, y no ha sido ése precisamente el caso de muchas mujeres...
¿Qué tipo de mujer quiere hoy el llamado feminismo de igualdad?
Hay un montón de hombres maravillosos ahí fuera. La pregunta que debemos hacernos es:¿Por qué las mujeres jóvenes siempre están presionadas para imitar el lado más inmaduro y adolescente de los varones? Incluso para aquellas feministas que quieren ser igual que los hombres, ¿por qué siempre tienen siempre que imitar a los peores?
Tanto las feministas radicales, como los medios de comunicación, promueven la perspectiva masculina adolescente como el ideal: que el sexo no es nada del otro mundo, que es necesario deshacerse de la mojigatería... Por supuesto, eso es lo que vende. Pero si tomas este mensaje fuera de la esfera de la sexualidad, se puede ver la falacia que contiene. A las mujeres también se nos dice que los hombres con más éxito son los agresivos, pero cuando nos fijamos en los estudios, de hecho, resulta que los que tienen más éxito son los que trabajan en equipo. Así que creo que tenemos que llegar a nuestra propia definición de éxito, tanto en el trabajo como en nuestras relaciones, porque lo que los medios de comunicación y las feministas están vendiendo no es necesariamente bueno para nosotras; y ni siquiera es cierto, en primer lugar.
María Calvo
La apología del varón suave
¿Qué influencia ha tenido la revolución sexual en el hombre?
Mayo del 68 significó para los hombres el inicio de una mutación en su propia esencia, que ha culminado actualmente con la negación de la alteridad sexual, el repudio a la masculinidad y la exaltación de una feminidad empobrecida, deconstruida y deforme, carente de la dimensión maternal, lo que ha provocado una alteración de las relaciones paterno-filiales, de pareja y familiares.
El gran énfasis que, durante años, se ha puesto en conseguir la emancipación de la mujer ha provocado un oscurecimiento de lo masculino; cierta indiferencia, cuando no desprecio, hacia los varones; y una inevitable relegación de éstos a un segundo plano. Esta situación, si bien puede ser lógica -han sido muchos los siglos de dominación masculina-, no debe ser ignorada o minusvalorada, pues una crisis del varón nos conduce -igual que si se tratase de la mujer- a una crisis de la sociedad entera.
¿Y a dónde quiere llevar hoy la ideología de género al varón?
La crisis del varón tiene su origen principalmente en la crisis general de identidad del ser humano, provocada por el desprecio hacia la alteridad sexual y la negación de la existencia de un hombre y una mujer naturales. Las consecuencias de esta despersonalización sexual son peores para los varones, ya que el papel de las mujeres se ha sobrerrepresentado y asistimos a una clara depreciación del hombre, que sufre así un complejo de inferioridad. No saben qué es lo que se espera de ellos y se avergüenzan de su masculinidad. Muchas de las aptitudes típicamente masculinas han sido erradicadas y resultan mal vistas. En estas circunstancias, muchos varones se encuentran desorientados, incómodos, con sensación de inestabilidad, inseguridad y amenaza.
Hoy, conducirse de un modo masculino no parece lo más políticamente correcto...
Actualmente, la imagen del hombre fuerte, noble, valiente, con autoridad y seguro de sí mismo ha quedado descartada y sustituida por la de hombres blandos, sensibles, maternales, modelos femeninos de lo masculino. En ocasiones, son las propias mujeres las que les obligan a revisar su masculinidad, no sólo en el ámbito público y profesional, sino incluso en el marco más íntimo de su vida personal y familiar. Se produce cierta evolución hacia los hombres blandos o intercambiables con las mujeres. Muchos caballeros bienintencionados intentan ponerse a tono con los tiempos feminizándose, adoptando como deseables cualidades culturalmente atribuidas al sexo femenino, y sienten que tienen que pedir perdón por su masculinidad, como si fuera negativa o disfuncional, sin darse cuenta de que hay maneras integradoras y valiosas de ser hombre sin renunciar, ni renegar, de lo propio. Estamos ante lo que el poeta norteamericano Robert Bly denominó el varón suave.
¿Cómo ha afectado todo este proceso a la paternidad?
La mujer, con los medios anticonceptivos y el aborto, adquirió un sentimiento de propiedad absoluta sobre los hijos, de manera que la paternidad está determinada hoy por la madre, depende por completo de su voluntad y de las relaciones que mantenga con el padre.
Existe, además, una cultura que ha desacreditado la sensibilidad del padre a la hora de educar a sus hijos. Lo que el código masculino consideraba decisivo para el crecimiento de los hijos, se presenta como peligroso, o no apto.
Asimismo, han quedado implícitamente prohibidas las palabras que caracterizaban la educación paterna: prueba, renuncia, disciplina, esfuerzo, fortaleza, compromiso, autoridad...
La gran pérdida cultural no es del padre en sí mismo, sino de la paternidad como función insustituible y esencial. Sufrimos actualmente lo que David Gutmann denomina ladesculturización de la paternidad. El modelo social ideal y dominante ahora es el consistente en la relación madre-hijo. La cultura psicológica actual parece confabularse con la sensibilidad femenina.
Se ha difundido la convicción de que la proximidad emotiva constituye la variable decisiva para ser buenos padres. La cultura educativa que exalta exclusivamente la sensibilidad típica del código materno infravalora a los padres, obligándoles a desconfiar de su instinto masculino, sintiéndose equivocados, o poco adecuados. El padre sólo es valorado y aceptado en la medida en que sea una especie de segunda madre; papel éste exigido en muchas ocasiones por las propias mujeres, que les recriminan no cuidar, atender o entender a los niños exactamente como ellas lo hacen.
Los hijos captan estas recriminaciones, y pierden el respeto a los padres a los que consideran inútiles y patosos; y, a la vez, no quieren llegar a ser como ellos, renunciando a su futura paternidad. Si la paternidad ha sido devaluada, ¿cómo podemos esperar que nuestros hijos quieran convertirse en padres responsables en un futuro?
Los padres se hallan llenos de confusión respecto al papel que desempeñan. En este clima social imperante, el padre siente su propia autoridad como un lastre, y su ejercicio le genera mala conciencia.
Esta falta de identidad masculina les hace a los padres tener poca confianza en sí mismos, una autoestima disminuida, que conduce a muchos de ellos a la frustración y que se manifiesta de diversas maneras: esforzándose por ser más femeninos; o bien quedándose al margen de la crianza y la educación de los hijos, o convirtiéndose en espectadores benévolos y silenciosos de la relación madre-hijo; o también se manifiesta refugiándose en el trabajo, donde encuentran mayor comprensión y valoración que en el ámbito familiar.
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