El autor es Mark Pellington, famoso director de videoclips de Baltimore y que ya tuvo experiencias en el largometraje. En 2005 falleció la esposa del cineasta, que quedó viudo y con un niño pequeño. Mark Pellington sufrió un importante shock y entonces decidió sacar del cajón un guión abandonado que le había dado tiempo atrás el mejicano Albert Torres. Un guión que trataba de un hombre acabado que recuperaba la esperanza gracias a un milagro. Era la historia que precisamente Pellington necesitaba para hacer una catarsis que le devolviera una mirada luminosa sobre su propia vida. Así nace El milagro de Henry Poole, una película sobre la fe cristiana que acaba de llegar a nuestras pantallas.
Luke Wilson interpreta con acierto a Henry Poole, un hombre deprimido y amargado que padece una enfermedad mortal y que decide pasar sus últimos días en la casa de su infancia. Resulta que ésta no está en venta y se tiene que conformar con comprar otra de la misma urbanización. Su triste rutina termina el día que su vecina mejicana, Esperanza (la famosa Adriana Barraza de Babel), cree ver el rostro de Cristo dibujado en unas manchas de la pared de la casa de Poole. En torno al chalet de éste, se genera una explosión de religiosidad popular que pone de los nervios a nuestro desquiciado protagonista. Pero su actitud cambia gracias a otra vecina joven y atractiva, Dawn (Radha Mitchell), madre soltera, que tiene una hija que perdió el habla el día que su padre se marchó. La actitud de ella ante la fe es más fácil de comprender para Poole que la de las otras mujeres, ya que sólo se basa en hechos que hacen nacer la esperanza, y no de una actitud piadosa previa. A lo largo de los acontecimientos que propone el argumento, Poole tendrá que ir haciendo cuentas con lo que sucede a su alrededor.
El milagro de Henry Poole no se conforma con mostrar unos hechos atípicos que unos pueden interpretar como milagros y otros como casualidades -curaciones, etc.-, sino que también nos presenta sucesos objetivamente inexplicables para la ciencia (milagros): una pared que exuda sangre humana o unas manchas que, aunque se laven y pinten, no desaparecen. Frente a ello, nuestro personaje tiene dos opciones: o negar la evidencia o admitir la categoría de la posibilidad. No se le pide que abrace la fe católica. De hecho, se agradece que Poole no se convierta en un creyente entusiasta, forzando un happy end hollywoodiense. Simplemente, se le pone ante la sugerencia de que abra su razón a la posibilidad del Misterio. En realidad, sólo Esperanza y sus amigas hacen referencia a la fe católica cuando se enfrentan al milagro. Los personajes de Paciencia -la chica del supermercado que es casi ciega-, Dawn y el propio Poole, reciben los milagros como una alegría inesperada y maravillosa que no les lleva necesariamente a acercarse a Cristo. Esto subraya la condición de la Gracia, como algo incondicionado y gratuito. Además, hace al film más aceptable para una mayoría no creyente de los espectadores.
El milagro de Henry Poole adopta el formato ideal para tocar todos estos problemas: el cine independiente, una puesta en escena basada en los personajes, y unos rasgos de cine de autor que se ponen muy de manifiesto en el uso de encuadres en relación con la música. El bagaje videoclipero de Pellington es innegable. En fin, una película muy interesante, novedosa, y que muestra una cierta pérdida de miedo a hablar de cosas que eran habituales en el cine de los años cuarenta, como es la relación entre la fe y el sentido de la vida.
Fuente: Alfa y Omega
Luke Wilson interpreta con acierto a Henry Poole, un hombre deprimido y amargado que padece una enfermedad mortal y que decide pasar sus últimos días en la casa de su infancia. Resulta que ésta no está en venta y se tiene que conformar con comprar otra de la misma urbanización. Su triste rutina termina el día que su vecina mejicana, Esperanza (la famosa Adriana Barraza de Babel), cree ver el rostro de Cristo dibujado en unas manchas de la pared de la casa de Poole. En torno al chalet de éste, se genera una explosión de religiosidad popular que pone de los nervios a nuestro desquiciado protagonista. Pero su actitud cambia gracias a otra vecina joven y atractiva, Dawn (Radha Mitchell), madre soltera, que tiene una hija que perdió el habla el día que su padre se marchó. La actitud de ella ante la fe es más fácil de comprender para Poole que la de las otras mujeres, ya que sólo se basa en hechos que hacen nacer la esperanza, y no de una actitud piadosa previa. A lo largo de los acontecimientos que propone el argumento, Poole tendrá que ir haciendo cuentas con lo que sucede a su alrededor.
El milagro de Henry Poole no se conforma con mostrar unos hechos atípicos que unos pueden interpretar como milagros y otros como casualidades -curaciones, etc.-, sino que también nos presenta sucesos objetivamente inexplicables para la ciencia (milagros): una pared que exuda sangre humana o unas manchas que, aunque se laven y pinten, no desaparecen. Frente a ello, nuestro personaje tiene dos opciones: o negar la evidencia o admitir la categoría de la posibilidad. No se le pide que abrace la fe católica. De hecho, se agradece que Poole no se convierta en un creyente entusiasta, forzando un happy end hollywoodiense. Simplemente, se le pone ante la sugerencia de que abra su razón a la posibilidad del Misterio. En realidad, sólo Esperanza y sus amigas hacen referencia a la fe católica cuando se enfrentan al milagro. Los personajes de Paciencia -la chica del supermercado que es casi ciega-, Dawn y el propio Poole, reciben los milagros como una alegría inesperada y maravillosa que no les lleva necesariamente a acercarse a Cristo. Esto subraya la condición de la Gracia, como algo incondicionado y gratuito. Además, hace al film más aceptable para una mayoría no creyente de los espectadores.
El milagro de Henry Poole adopta el formato ideal para tocar todos estos problemas: el cine independiente, una puesta en escena basada en los personajes, y unos rasgos de cine de autor que se ponen muy de manifiesto en el uso de encuadres en relación con la música. El bagaje videoclipero de Pellington es innegable. En fin, una película muy interesante, novedosa, y que muestra una cierta pérdida de miedo a hablar de cosas que eran habituales en el cine de los años cuarenta, como es la relación entre la fe y el sentido de la vida.
Fuente: Alfa y Omega
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