Creemos que los jóvenes no nos hacen ni caso a los adultos. Nos equivocamos de cabo a rabo. En realidad, nos miran con lupa. Sobre todo si por algún motivo suscitamos en ellos la más mínima posibilidad de abrir su horizonte de saber y de sentido, que a la postre viene a ser el mismo horizonte.
Están hartos los jóvenes de conocer adultos engreídos y embaucadores, o tristes y adocenados, y sobre todo contradictorios. Están ávidos de referentes, de modelos, de guías, que con su recorrido, con sus golpes, con su experiencia, con verles actuar encuentren un poco de luz entre tanta oscuridad.
El Papa Francisco nos tiene impresionados a todos desde el primer día de su pontificado. A todos, si. Pero sobre todo a los jóvenes. Porque los jóvenes tienen un sexto sentido para detectar algunas cosas de los que son mayores que ellos que a los adultos nos pasan inadvertidas, seguramente porque hemos olvidado o dejado atrás el asombro, y la inquietud y la pasión que teníamos en nuestra juventud.
Los jóvenes de hoy ven en Francisco un testigo de Cristo. Para muchos esto es un punto de partida en su experiencia de discípulos de un maestro como él para la vida. Para otros es en cambio un punto de llegada. Unos y otros, de todos modos, encuentran en el Papa Francisco los rasgos de una humanidad que les resulta inquietante y enormemente atrayente. Ven en Francisco a un hombre cabal, un hombre de una pieza, un hombre coherente con sus convicciones, un hombre feliz en su fe y en su vocación, un hombre que no se deja manipular, un hombre libre, un hombre fiel.
Es como si al verle a él viesen lo mejor de si mismos, lo que ellos querrían tener. Ven en él a alguien en quien se realiza sobradamente todas las cosas de las que son tan sensibles: autenticidad, inconformismo, y espontaneidad. Y al mismo tiempo ven también en él realizadas aquellas cosas a las que aspiran pero que aún no llegan a la alcanzar: firmeza en sus convicciones, capacidad de sacrificio, y donación de si mismo.
Antes de Río, en Río de Janeiro, o después de Rio, el Papa Francisco convence a los jóvenes antes de abrir la boca. Les convence con su mirada, les convence con eso que hemos llamado sus gestos pero que no es más que su manera de ser, y sobre todo les convence porque se cree lo que propone y porque vive, con pasión, lo que propone.
Manuel Bru
aleteia.org
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