Las variantes, en mil ocasiones fortísimas, de la vida económica han exigido ser iluminadas por mensajes de teología moral que la Iglesia ha lanzado de modo continuo. Tales cambios se deben, sistemáticamente, a las alteraciones que tienen lugar en el entramado económico. Por ejemplo, no podrían continuar los mismos mensajes sobre el precio justo o sobre la ganancia empresarial que en la Edad Media enviaba un San Antonino, cuando se produjo en el siglo XVI la expansión del capitalismo que tuvo lugar, además y por primera vez en la historia de la Humanidad, en una economía globalizada por los descubrimientos y conquistas de españoles y portugueses. La réplica correspondió, esencialmente a la llamada Escuela de Salamanca cuyos miembros, como señaló Pierre Vilar, redactaban en sus Manuales de Confesor, auténticos tratados de análisis económico.
En el siglo XIX estallaron tres grandes conmociones, que lo alteraron todo: la revolución política liberal, la revolución industrial y la aparición, con Adam Smith, de la Escuela clásica de economistas. Como reacción, en Alemania surgió la Escuela histórica y el socialismo de cátedra, todo ello con un telón de fondo del mensaje que se derivaba del Manifiesto Comunista de Marx y Engels y con la derivada aparición de la Internacional y de los mensajes, encabezados por "El Capital" de Marx, del socialismo científico. Todo, de nuevo, pasaba a ser diferente. De ahí que León XIII, con su encíclica "Rerum Novarum", que inicia la Doctrina Social de la Iglesia, pasase a aclarar, en 1891, cuál debería ser el talante de los católicos ante los problemas socioeconómicos.
En el año 1929 se originó una violentísima sacudida de todo el entramado económico mundial, la Gran Depresión. Menudearon las respuestas sociopolíticas y económicas. Recuérdese que en esa etapa arraigan desde el New Deal de Roosevelt al fascismo de Mussolini, desde los Planes
Quinquenales de Stalin al modelo nacionalsocialista, mientras que en 1936 aparecía la "Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero" de Keynes. La voz de la Iglesia (conviene recordar que muy bien conceptuada por Schumpeter en su ensayo "La marcha hacia el socialismo") se oyó en este terreno socioeconómico con la encíclica de Pío XI, "Quadragesimo Anno" en 1931.
La II Guerra Mundial alteró muy profundamente la vida económica. Basta señalar dos ejemplos: en 1942, Beveridge inició la construccióndel Estado de Bienestar, y en 1953, tres políticos católicos (Adenauer, Schuman y de Gasper) comienzan a construir lo que hoy es la Unión Europea al ponerse en marcha el Plan Schuman y la Comunidad Europea del Carbón y el Acero. Pero todo esto podía desaparecer como consecuencia de un conflicto muy serio, iniciado en 1947 y encabezado por dos colosos: los Estados Unidos y la Unión Soviética. Había comenzado la guerra Fría. Los católicos, también con alusiones socioeconómicas, pasaron a tener el apoyo de la encíclica "Pacem in terris" de Juan XXIII. Parecía triunfar el mensaje keynesiano, que originaba un retroceso del papel del mercado. La Iglesia pasó a orientar en medio de estas novedades. Ese fue el papel de la Constitución "Gaudium et spes", del Concilio Vaticano II. Y a continuación, como consecuencia de un fenómeno colosal de globalización y de descolonizaciones,
Pablo VI publicó la encíclica "Populorum progressio" en 1967. Más adelante su mensaje fue la lógica reacción de la Iglesia ante un ambiente que parecía de avance económico
imparable: la encíclica "Octogesima adveniens" (1971).
Finalmente, ante el problema social, cuando comenzaba a cuartearse lo que parecía gigantesco el armazón económico impresionante de la economía del mundo comunista, en 1987 Juan Pablo II lanzó la encíclica "Sollicitude rei socialis". En 1989, se derrumbó el Muro de Berlín, y este mismo
Pontífice, al observar cómo la estructura económica mundial se había alterado profundamente en todas partes, y tras oír el consejo de un conjunto impresionante de grandes economistas, maravilló a todos, católicos y no católicos (recordemos los elogios de un editorial de "The Wall Street Journal") con su encíclica "Centesimus annus".
Pero surgió un fenómeno nuevo. En el mundo financiero, se consolidó una maraña de lo que el Premio Nobel de Economía Tobin calificó como una "economía de papel", perturbadora de la productora de bienes y servicios. El 17 de julio de 2007, todo eso literalmente estalló. Era una
nueva realidad la que surgía, como consecuencia de demas ías del sistema financiero. Por eso nos ha venido a todos muy bien, para que sepamos cómo reaccionar, esta encíclica, "Caritas in veritate", en este año 2009. En ella resplandece un párrafo explicativo y, al mismo tiempo, básico que he pretendido ampliar aquí: "Es justo señalar las peculiaridades de una y otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia
de todo el corpus doctrinal de su conjunto... La doctrina social de la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los problemas siempre nuevos que van surgiendo... En ella se expresa la tarea profética de los Sumos Pontífices de guiar apostólicamente la Iglesia de Cristo y de discernir las nuevas exigencias de la evangelización". La "Caritas in veritate" es un eslabón más de esa cadena de mensajes de continua actualización de Cristo, que se remontan, con plena coherencia intelectual, a San Pablo y llegan ahora a Benedicto XVI.
Fuente: Prof. Juan Velarde Fuentes para el boletín del Consejo de Laicos
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