El análisis
La crisis, el malestar y la familia cristiana
Me gustaría llamar su atención sobre una evidencia que pasa en exceso desapercibida: lo que dice la Iglesia en el orden temporal tiene una dimensión de naturaleza religiosa, y esto es lo substancial, lo que cuenta, pero ello no quita para que su modelo genere poderosas consecuencias materiales en el orden personal y social. El cristianismo –parafraseando a Lenin (con perdón)– es el estadio superior de la ley natural, el salto cuantitativo y cualitativo, generado por la Revelación. Esta es, creo, una ley histórica, que no siempre se hace evidente en el corto plazo, como sucede con las grandes dinámicas sociales.
Pero que no sea evidente en la observación de vuelo gallináceo no quiere decir que no pueda verificarse empíricamente, sobre todo si exploramos a fondo la realidad sin dejarnos llevar por el dictado del pensamiento hegemónico en nuestra sociedad: la cultura de desvinculación.
Un caso evidente es la familia. Esta posee una función decisiva en el desarrollo económico y el bienestar de un país, en la medida que cumpla con unas determinadas condiciones: (1) La estabilidad del matrimonio; del emparejamiento. (2) La capacidad y decisión de engendrar descendencia. (3) La capacidad educadora de los padres, muy ligado al (4) capital social localizado en la familia. (5) La externalización de dicho capital generando ventajas a la comunidad, o no produciendo costes sociales. (6) El efecto dinástico; la capacidad de actuar y diferir acciones en beneficio de la descendencia. (7) Por último, la única de estas funciones, las de renta y ahorro, en las que fija su atención el mainstream del pensamiento económico.
Estas capacidades actúan decisivamente –como analizo en mi último libro, Una nueva teoría de la familia, disponible en www.e-cristians.cat– sobre los factores de crecimiento; los tradicionales, capital y trabajo, y los más decisivos, capital humano y progreso técnico, así como la capacidad de combinarlos y organizarlos.
Pues bien, la familia tal y como la define la Iglesia es precisamente el modelo que optimiza todas aquellas funciones. No se trata de una cuestión religiosa, de fe, sino económica y empírica.
La familia cristiana no necesita justificarse mediante los grandes beneficios que aporta, pero es un servicio a la sociedad que se conozca el bien que realiza.
Josep Miró i Ardèvol
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