El reto de los solteros en la Iglesia
«Dios no deja a nadie en la cuneta»
Siempre han existido solterones, gente a la que se le pasaba el arroz. Dentro de la Iglesia, son esas personas de las que se dice que se queda para vestir santos. Aunque estas expresiones se dicen con algo de humor, o incluso un poco de sorna, detrás de ellas se esconden dudas, inquietudes y miedos a los que no siempre se sabe cómo hacer frente. En el caso de los católicos, que saben que ser soltero no es una vocación, surge la pregunta: ¿Qué quiere Dios de mí en este territorio de nadie?
¿A dónde miran los chicos de hoy?, se pregunta, entre el humor y la sorpresa, Noelia, al comprobar que, en su grupo, son varias las amigas «que valemos un montón, y no hemos encontrado marido». Entre ellos, no faltan los que se preguntan lo mismo sobre ellas. En la sociedad contemporánea, no sólo se ha retrasado cada vez más el matrimonio; asimismo, han aumentado las personas para las que esa situación nunca llega. Apunta a ello el hecho de que, entre 1991 y 2001 -el último censo-, las personas menores de 65 años viviendo solas pasaron del 1,83% al 3,74% de la población. Este fenómeno complejo se atribuye a causas diversas: falta de medios para casarse, otras prioridades, una maduración más lenta, miedo al compromiso… Sin embargo, entre los jóvenes católicos que entienden el matrimonio como su vocación y desean formar una familia cristiana, el problema no es menor. Alfonso García, otro joven, opina que, «entre nosotros, está el problema añadido de que es más difícil encontrar a una persona que comparta nuestra fe, y eso coincida con las demás cosas que buscas». Doña Ellen Speltz, que trabaja pastoralmente con solteros en Estados Unidos, coincide en que, «si la cultura fuera más sana, la mayoría de los solteros que conocemos estarían casándose y formando familias».
Esperando al príncipe azul
Para el padre Esteban Munilla, director de Radio María, con experiencia en grupos de jóvenes y en dirección espiritual, hay otras causas, como que «el cine nos hace mucho daño. Muchas veces no se tienen los pies en la tierra en la búsqueda», y «cuando una persona se ha hecho su película y sigue esperando al príncipe azul, por su vida puede estar pasando la persona que Dios quiere para ella. No se trata de buscar un novio para pasear por la calle, sino al padre o a la madre de tus hijos». Otra dificultad puede ser que, en general, «no tenemos muchos referentes» de consagración seglar, a la que algunas de estas personas pueden estar llamadas.
Los jóvenes -y no tan jóvenes- solteros comparten con sus congéneres casados, o ya encaminados hacia el matrimonio, algunos problemas prácticos -el trabajo, cuándo independizarse, etc.-, pero hay otros muchos que son singulares para ellos. Por ejemplo, «es difícil que una persona sola pueda con las cantidades de comida que vienen en los paquetes -comenta Alfonso-; todos los viajes están pensados para parejas, con habitaciones dobles… También afrontar una hipoteca una persona sola es casi misión imposible». Y no son sólo problemas tan inmediatos; también está el saber que se tendrá que hacer frente, solo, a lo que venga en el futuro, como la enfermedad o la muerte, propias o de seres queridos. Acompañan a esto preguntas y dudas sobre la propia vocación -añade el padre Esteban-, al no materializarse la matrimonial, y una sensación de inestabilidad -menciona Noelia-.
Zona de peligro
Estos inconvenientes entrañan también algunos peligros, como -apunta el padre Munilla- «la frustración y la soledad». Un joven que prefiere no dar su nombre opina que se puede caer también en «la precipitación: ver que pasa el tiempo y, un buen día, enamorarte de una persona que no es la más adecuada», y empezar una relación con ella. Otro riesgo -coinciden doña Noelia y el padre Esteban- es poner parches, bajar los requisitos; por ejemplo, cediendo a la mentalidad dominante, a la hora de vivir el noviazgo -tener relaciones sexuales o convivir antes de casarse, etc.- En el extremo contrario, el padre Esteban apunta otro peligro: el aislamiento, terminar siendo «una persona introvertida, que vive mirándose el ombligo y en su propio microclima». En estos casos, añade, la obsesión por casarse puede impedir discernir en libertad si lo que uno tanto desea «es también lo que Dios quiere».
En ocasiones, el entorno no ayuda. «Hay gente -explica Alfonso- que sigue manteniendo el esquema de décadas pasadas, cuando el hecho de que las parejas se casaran pronto era mucho más habitual, y puede haber una cierta presión para que sientes la cabeza». Aunque, por supuesto, es con buena intención, eso no evita que se puedan tocar heridas viejas o recientes. Al respecto, el padre Munilla opina que quien haga estos comentarios, «normalmente, lo hará en un contexto de confianza, amistad y mutuo conocimiento, o de forma provocativa para los eternos indecisos».
¿Una vocación?
No faltan los que reaccionan a este reciente fenómeno planteando si la soltería no consagrada no será una vocación equiparable al matrimonio o la vida consagrada. Y no es así. «Mi vida es para entregarla -responde el padre Munilla-, para entregar lo más íntimo de mí. Resumiendo mucho, se la puedo entregar al Señor de dos maneras: o en el matrimonio, o en la vida consagrada». Pero la respuesta sigue: «Si hubo un fallo a la hora de elegir», si por un error de otra persona, o incluso de uno mismo, se dejó pasar de forma irreversible una oportunidad que venía de Dios, «esa persona, sin duda alguna, tendrá el auxilio del Señor para reencauzar su vida, con otra persona o en otro estado. No te puedes quedar en el pasado, Dios no deja a nadie en la cuneta».
Asimismo, también la persona soltera que, tras un buen discernimiento, no ve una llamada a la vida consagrada, puede «decirle al Señor, privadamente: Voy a vivir para Ti esta vida que me queda, ya que parece que no has querido que se materialice en una entrega matrimonial. Hay que meterse en la Iglesia, buscar qué realidades hay que me ayuden espiritualmente. Y seguramente siga haciendo mi vida, pero con un corazón entregado, no insatisfecho. La vida es en positivo, en plenitud, no en negativo».
«En el fondo -subraya doña Noelia-, la llamada de todos es a entregar la vida. Hay que hacer hincapié en eso», y en que los estados de vida son los modos de hacerlo. «Yo puedo vivir mi situación con amargura, porque el corazón anhela ser amado y, al no encontrar el amor humano, piensas que no eres digno de serlo. O puedo pensar que, si es así, es porque Dios lo permite y experimentar que el Señor lo suple con sencillez, descubrir otras formas de entregarme. Conozco a gente que, sin ser consagrados, han consagrado su vida a grandes obras, como el movimiento provida». El padre Esteban añade que esta situación de los laicos que se entregan a una labor puede tener como referencia «a la de los célibes o las vírgenes consagradas: en la medida de sus talentos, pueden ser grandes apóstoles en un mundo muy secularizado».
Nada de solterones
Pero no basta con eso, pues, como subraya doña Noelia, el hacer muchas cosas quizá no le libra a uno de «estar amargado por dentro. Puede ser una llamada del Señor a vivir una relación más íntima con Él, una vida de oración muy grande; porque, si no, me convierto en un solterón que sólo se mira a sí mismo». A esto, añade convencida que, «si el mal del siglo XXI es la soledad, los que intentamos vivirla desde la fe tenemos que darle un valor redentor».
Para afrontar este reto, y también para evitar que cada vez más personas se enfrenten a esta situación, el padre Esteban recomienda, primero, la dirección espiritual, pues «aquí el tema afectivo está muy metido y el corazón manda mucho, y puede ser traidor». Como segundo paso, hace falta «una búsqueda sincera y en libertad, no habiendo elegido ya y diciéndole a Dios: Lo que quieras, pero ya sabes que tiene que ser esto porque para eso, lo otro y aquello no valgo. Dios no me va a pedir una misión imposible, tiene que darte los medios, y también nos habla a través de la propia vida».
Un lugar en la Iglesia
Pero, ¿cómo vivir esta situación dentro de la Iglesia, donde, como explica Alfonso, «no es habitual que haya grupos específicos que tengan en cuenta la soltería», y en muchos casos se pasa directamente de los grupos de jóvenes a los de familias? Sí hay, apunta el padre Esteban, «algunas iniciativas que intentan posibilitar la amistad entre cristianos que viven en esta situación, y también hay cursos con temas relacionados con el amor humano, que pueden ayudar». Sin embargo, algunos de ellos todavía están sólo orientados a adolescentes o a parejas.
Una iniciativa bastante novedosa en España surgió en los encuentros de Jóvenes por el Reino de Cristo, donde se reúnen distintos grupos que viven la devoción al Sagrado Corazón. Noelia, quien, hace unos meses, fue la responsable del tercer encuentro de Adultos por el Reino de Cristo (ARC), explica cómo surgió: «Los encuentros de jóvenes iban creciendo, cuando se casaban formaron la sección de Familias, y se vio la necesidad» de hacer algo para los adultos no casados, «que tienen otro estilo, distinto al de los jóvenes». Pero, más allá de estos encuentros concretos, opina que deberían ser sobre todo «las familias las que se abrieran para acoger a la gente soltera, y ellos abrirse también a las familias», propias o de amigos. Así, se puede cuidar a los niños, ser tía… sin sentirse sujetavelas».
María Martínez López
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