miércoles, 24 de julio de 2013

«Nos quieren como a su familia de sangre»

e una forma que actualiza de forma casi literal el Evangelio, los peregrinos que han dejado atrás casa y familia para participar en la JMJ, han encontrado cien veces más padres y madres, hermanos y hermanas. La acogida en familias es uno de los tesoros de la JMJ y una de las facetas que más recuerdan los jóvenes que la viven. Así lo están viviendo muchos jóvenes madrileños y españoles estos días, en Sao Paolo. María Martínez, envíada especial a Río de Janeiro
Especiales web (20-VII-2013)


Algunas de las madres de acogida,
durante la recepción de los peregrinos
Durante estos días, muchas familias brasileñas han añadido, a su ajetreo diario, el preparar el desayuno a un joven peregrino, acompañarle cada mañana hasta la parroquia, y estar pendiente de recogerlo cuando, por fin, terminan las actividades de la Semana Misionera. Y, con todo, cuando en la parroquia de Nuestra Señora de los Placeres, de Sao Paolo, se asignaba a los peregrinos a sus respectivas familias de acogida, parecía que a estas les había tocado la lotería. Durante los días siguientes, son frecuentes, entre los jóvenes, las conversaciones sobre sus familias: «No me han dejado salir de casa sin algo de comer para el resto del día, aunque vamos a comer y cenar en la parroquia»; «mi casa es tan sencilla que sólo funciona la ducha en un cuarto de baño que da al patio, y que no tiene bañera ni nada. Pero en la cama me han dejado unas toallas y jabón, como si fuera un hotel»; «pues la mía es muy pequeña, pero aún así me han hecho sitio»; «han llamado a unos amigos para invitarles a desayunar y que me conozcan»; «hasta la hermana de la mujer que me acoge, que no me conoce de nada, me ha enviado un regalito»; «antes de salir me han dado consejos para que vaya seguro por la calle»… La conclusión es unánime: la acogida de las familias brasileñas ha sido maravillosa.
Los filhos españoles
A Antonio, un seminarista de la diócesis de Lugo, y al compañero que se aloja con él, les llamó especialmente la atención una anécdota de la primera noche que estuvieron en la casa de acogida. Nada más llegar a casa, estuvieron cerca de una hora hablando con su madre, una viuda que vive sola. «Después, nos dijo que tenía que salir a pasear a la perra, y que nosotros nos podíamos ir acostando. Nos sorprendió que ya el primer día, que todavía no sabía ni nuestros nombres, ya nos dejaba la casa y confiaba totalmente en nosotros. Es una gente estupenda. Desde el primer día, sin conocernos de nada, nos abrieron las puertas de sus casas, y nos llaman filhos, hijos. Nos quieren realmente como si fuéramos su familia de sangre».
Alba, de 28 años, que peregrina con la Delegación de Infancia y Juventud de Madrid, añade que esta familiaridad hace que «llevemos aquí cuatro días pero parezca que es toda la vida. Están siempre pendientes, y se esfuerzan mucho por hablar en español para que podamos entenderles». Su padre brasileño, Everton, subraya que «hacemos la acogida como somos nosotros. Hago lo que yo quisiera que hicieran por mí», sobre todo para unos peregrinos que «vienen a un país sin saber muy bien qué va a ser de ellos. Se tienen que sentir acogidos». Explica que se ofreció como familia de acogida porque «es muy bueno conocer a los hermanos de otros países, y saber cómo tratan con la Iglesia. Pienso que es muy importante el intercambio con otras personas. Cuando mi hija sea mayor también quiero mandarla a hacer un intercambio así, y por eso nosotros tenemos que tener la experiencia de tener a alguien en casa».
Mamá, ¿cómo se dice…?

Alba con su "padre" brasileño, Everton
En un principio, Alba estaba asignada a una familia distinta a la que está ahora. El número de peregrinos españoles que han llegado a la zona es bastante menor de lo esperado, y  muchas familias que habían ofrecido sus casas al final se han quedado sin hijos. Iba a ser el caso de la familia de Everton, pero las tres hijas que tienen, de 11, cinco y cuatro años, se echaron a llorar al conocer la noticia. Para evitarles la decepción, los organizadores decidieron finalmente asignarles una peregrina. «Las pequeñas son tímidas y siempre están cerca de su madre, pero cuando vienen a despedirse por la noche, se acercan para preguntarle al oído como tienen que decirme Buenas noches, y en cuanto lo dicen la miran, como preguntando si lo han dicho bien».
En Nuestra Señora de los Placeres, tras la Misa en la que se hizo el reparto de peregrinos, don Humberto, el párroco, explicó la decepción que su escaso número había supuesto para las familias, que llevaban mucho tiempo esperando acoger a los jóvenes peregrinos. Pidió a los españoles que, a la salida, dieran un fuerte abrazo de agradecimiento a todos los presentes, para que todos pudieran sentir que estaban participando en la acogida. El encuentro, lleno de abrazos, besos -dos por parte de los españoles, uno de los brasileños- y palabras de bienvenida y bendición, duró varios minutos.
Haciendo Iglesia, en familia
El alojamiento en familias es una de las mejores formas de cumplir uno de los objetivos de los días previos a una JMJ, que es conocer cómo es la Iglesia en el país que acoge la Jornada. Sirven para ello el mismo contacto, y todas las conversaciones improvisadas que surgen en los pocos ratos que se pasan juntos, que suelen ser sólo el desayuno y la noche. «Anoche -cuenta Alba-, como llegamos pronto a casa, estuvimos una hora charlando sobre cómo en España hay poca gente que cree en Dios, y son los mayores; y también hay mucho libertinaje. En cambio Brasil es muy católico, puedes ver cómo se vive». En pocas horas, ha nacido una confianza que permite hablar de temas así, que normalmente se reservan a los más cercanos.
Lo mismo opina Gabriel, de 16 años, que acoge en su casa a Borja, otro joven madrileño: «La gente comparte el conocimiento, la Palabra de Dios, los distintos enfoques que tenemos y que se complementan. Ayer mismo estuve hablando con Borja sobre su trabajo en la parroquia, lo que cada uno hacemos y pensamos, y también cosas sobre Dios. Para nosotros es una felicidad ver que todos somos hermanos, sin importar de qué parte del mundo seamos».

Fuente: Alfa y Omega

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