martes, 7 de julio de 2009

«El sacerdote pertenece a Cristo»


Decía el Papa, durante la Audiencia general de la semana pasada: «En un mundo en que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar lo funcional se convierte en la única categoría decisiva, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural, incluso dentro de la conciencia eclesial». No es correcto contraponer la concepción del sacerdocio como servicio a la comunidad -advertía-, a la concepción sacramental del ministerio. Es esta concepción la que realmente define el sacerdocio, si bien la primacía de la Eucaristía y de la administración de los demás sacramentos no sólo no niega, sino que debe potenciar el servicio a los demás. Lo que Cristo pide al sacerdote es «el sacrificio de sí», subrayaba Benedicto XVI. «Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres». No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí, debe decir con san Pablo. Y, con san Juan Bautista, estar dispuesto a «disminuir para que Él crezca», porque un sacerdote no se anuncia a sí mismo...

a salvación de las almas debe ser su gran inquietud. Y para promover esa conciencia y ese objetivo fundamental, el Papa ha dispuesto que se concedan indulgencias plenarias los días de apertura y cierre del Año Sacerdotal, el día del 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars (4 de agosto de 2009), los primeros jueves de cada mes (como hoy, primer jueves de julio) o cualquier otro día que establezca cada obispo en su diócesis. Según el Decreto de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede donde se recogen las condiciones, se concede la indulgencia plenaria «a todos los fieles realmente arrepentidos» que participen en la Eucaristía y ofrezcan por la santidad de los sacerdotes cualquier obra buena realizada ese día. Deben también confesarse y rezar por las intenciones del Papa. En julio, el Papa ha pedido que se rece por los cristianos de Oriente Medio, «para que puedan vivir su fe con plena libertad y ser instrumento de reconciliación y de paz». Y «para que la Iglesia sea germen y núcleo de una Humanidad reconciliada y reunida en la única familia de Dios, mediante el testimonio de todos los fieles en las diversas naciones del mundo».

Se concede también la indulgencia plenaria, en los mismos días, «a los ancianos, a los enfermos y a todos aquellos que por motivos legítimos no puedan salir de casa», si tienen «intención de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres acostumbradas condiciones» (confesión, comunión y pedir por las intenciones del Papa), «rezan oraciones por la santificación de los sacerdotes» y ofrecen sus enfermedades a Dios por medio de María.

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