En la familia encontramos el sustrato indispensable de soporte afectivo y estabilidad emocional para poder vivir con sentido, desarrollando las virtudes humanas: amor, responsabilidad, apoyo personal y emocional, respeto mutuo, amistad, confianza, sinceridad, compañerismo, intimidad, honestidad, solidaridad.
Pedro Trevijano Etcheverria
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A pesar de los ataques que sufre, la familia es una entidad con futuro, porque la comunidad humana es algo más que una sociedad animal. La familia es a la vez un compromiso público, un ideal moral y una institución social, pero no una institución cualquiera, sino la más valorada, como muestran las encuestas. La familia es la base de la sociedad y la mejor estructura para asegurar a los seres humanos la estabilidad y el confort afectivo y psicológico necesario para su desarrollo. Si la familia anda bien, la sociedad anda bien y las personas tienen más probabilidades de realizarse. Es ella la que mejor responde a problemas sociales tan angustiosos como el paro o la drogadicción, por lo que es sumamente beneficiosa para la sociedad y el Estado. Protege a sus miembros en cualquier situación y edad, especialmente a los más débiles, como pueden ser los enfermos, discapacitados o ancianos. Los lazos familiares son necesarios para la realización del amor y la educación de los hijos, constituyendo el compromiso social más firme, el pacto más resistente de apoyo mutuo y de protección que existe entre un grupo de personas.
Ayer, hoy y siempre, en las sociedades más avanzadas y en los pueblos más primitivos, la familia se basa en que un hombre y una mujer se quieren y se entregan mutuamente en un amor fecundo que se abre a los hijos creando vínculos de afecto y solidaridad que duran toda la vida. Es decir, la familia se sustenta en el matrimonio, y sin él se resiente y debilita. La familia, lejos de ser un obstáculo para el desarrollo y el crecimiento de la persona, es formadora de valores humanos y cristianos y está íntimamente ligada a la felicidad humana, porque es el ámbito privilegiado para hacer crecer todas las potencialidades personales y sociales que el hombre lleva inscritas en él. Es una relación supraindividual que supone algo más que la suma de los individuos que la componen. Además es el lugar ideal para la unión y la transmisión de valores entre las diversas generaciones, pues en ella conviven gentes de todas las edades, a través de un proceso natural que se lleva a cabo en la convivencia y el diálogo familiar.
Actualmente en el terreno de la familia estamos asistiendo a una profunda regresión cultural, religiosa y moral, a la que se intenta disfrazar calificándola de progresista, sustituyendo el matrimonio por cualquier forma de convivencia entre dos personas, sin consideración de sexo y sin valorar ni la estabilidad ni las posibilidades fecundativas o educativas de esos sucedáneos de la familia, a la que tratan de sustituir. El radicalismo islámico, pero sobre todo la ideología de género son las dos grandes amenazas para la familia: su desintegración subjetivista en el occidente secularizado a través del acceso rápido y fácil al divorcio, al aborto, a las uniones homosexuales, a la eutanasia, etc.; y, en el otro extremo, la seudo familia del Islam, que legitima la poligamia, la servidumbre de la mujer, la esclavitud sexual, el matrimonio infantil Pero sigue estando claro para cualquier persona con sentido común, que ninguna otra institución resuelve mejor que la familia nuestros problemas, como cuáles han de ser nuestros comportamientos básicos, ni se basa en algo tan permanente como la gestación, crianza y educación de los hijos, de la que los padres son igualmente corresponsables. Una de las funciones de la familia consiste en canalizar el potencial procreativo de la sexualidad de modo socialmente organizado, a fin de que la siguiente generación se forme dentro de unas estructuras estables. Por ello la familia es el futuro de la humanidad, puesto que en ella se concentran los valores de la persona humana y de la propia sociedad.
En la familia encontramos el sustrato indispensable de soporte afectivo y estabilidad emocional para poder vivir con sentido, desarrollando las virtudes humanas: amor, responsabilidad, apoyo personal y emocional, respeto mutuo, amistad, confianza, sinceridad, compañerismo, intimidad, honestidad, solidaridad. Hay en ella unos derechos y obligaciones de cara al bien común, dirigidos fundamentalmente a los campos básicos del desarrollo humano: trabajo, cultura, descanso, comida. Es corriente en ella ponerlo todo en común, compartiéndolo, siendo muy importante para el mantenimiento de los valores familiares tener, siempre que sea posible, comidas y cenas en familia, porque en ellas se dialoga y se transmiten tradiciones y valores, con las consiguientes consecuencias positivas en el comportamiento de los hijos.
Por todo ello la familia es el núcleo central de la sociedad civil. Tiene ciertamente, un papel económico importante, que no puede olvidarse, pues constituye el mayor capital humano, pero su misión engloba otras muchas áreas. Es, sobre todo, una comunidad natural de vida, una comunidad que está fundada sobre el matrimonio y, por ello, presenta una cohesión que supera la de cualquier otra comunidad social. Por ello «una sociedad a medida de la familia es la mejor garantía contra toda tendencia de tipo individualista o colectivista, porque en ella la persona es siempre el centro de atención en cuanto fin y nunca como medio» (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nº 213).
La familia cristiana surge del sacramento del matrimonio y es el espacio natural en el que la persona nace a la vida y a la fe. El Evangelio se transmite en ella de manera espontánea al hilo de los acontecimientos, así como allí tiene lugar el inicio de la oración y del despertar religioso, se desarrollan los sentimientos de amor, se vive la integración en la comunidad eclesial, y uno es orientado para vivir la vida con un sentido vocacional. Los esposos tienen entre sí un deber mutuo de santificación, de recíproca asistencia espiritual y de educación de los hijos, incluida especialmente la transmisión de la fe, lo que implica el buscar juntos a Dios.
Termino este artículo justo cuando concluye el Sínodo de los Obispos sobre el matrimonio. Desde el punto de vista doctrinal no puede haber grandes cambios, salvo una profundización mayor, porque para eso están las palabras de Cristo: «Haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). Cuando la Relación Final o algún documento que saque el Papa sobre el Sínodo sean Magisterio, entonces empezará el trabajo de los sacerdotes y cristianos comprometidos, para darlo o darlos a conocer y sobre todo para vivirlos.
Pedro Trevijano, sacerdote
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