martes, 20 de octubre de 2015

Los hijos en el corazón de la familia










El día 4 de octubre ha comenzado la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre la familia. El año pasado tuvo lugar la Asamblea Extraordinaria, que se compone básicamente por los Presidentes de Conferencias Episcopales. Si la Asamblea pasada versó acerca de «Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización», la próxima gira sobre «Vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo de hoy».
Ambas han sido preparadas con consultas amplias y sobre ambas se han proyectado muchas esperanzas. Tratan, en efecto, una realidad que por una parte es fundamental en la sociedad y en la Iglesia, y por otra desde algunos decenios ha experimentado cambios profundos. Para los esposos y padres, para los hijos y hermanos es vital la familia. Fuera de ella, la persona se encuentra a la intemperie, «hace mucho frío», cunde la soledad y sus miembros están como desarbolados. La Iglesia, que por convocatoria providencial del Papa Francisco ha afrontado con el detenimiento que merece, considera la familia no tanto desde el punto de vista histórico y cultural, social y jurídico, cuanto desde la perspectiva evangelizadora. ¿Qué puede hacer la Iglesia al servicio de la familia, que está en el centro del designio de Dios?
De manera precisa y atrayente ha expresado el Papa Francisco el servicio de la familia a sus miembros. «La familia es el hospital más cercano, la familia es la primera escuela para los niños; es el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes; es el mejor asilo para los ancianos».
Dentro de la familia los hijos son como el corazón. La mirada de los padres converge en los hijos, que son el fruto más precioso del matrimonio. Los esposos no están llamados a mirarse permanentemente el uno al otro sino a mirar los dos en la misma dirección, hacia el hijo, hacia los hijos. Quiero en estas líneas invitar a que ocupen nuestra atención los hijos, en los que florece el amor de los esposos y por los que se abren particularmente a la sociedad, a la Iglesia, al futuro.
Los padres acompañan todo el recorrido de los hijos, que debe estar sostenido por el amor. Los hijos deben ser concebidos, gestados, esperados y recibidos por los padres con amor. Los hijos son don precioso de Dios; y para los padres son gozo y corona. Los hijos custodiados por un ángel de Dios, son signo vivo de la trascendencia de la persona con los desvelos e inquietudes que comporta la libertad personal. La vocación de los hombres no es la comodidad estéril sino la fecundidad sacrificada. El ámbito adecuado a la dignidad de la persona para venir a la existencia es el creado por el amor de los padres en la mutua entrega y en el calor del hogar. La familia es insustituible en la ecología de la persona.
Los hijos son espejo del hogar. La alegría y confianza del niño reflejan un hogar sereno. Si, en cambio, el niño está inseguro y agitado, fácilmente muestra en su rostro y en su vida un hogar perturbado. El crecimiento, la educación y la inserción en la vida del niño lleva para bien y para mal las marcas del hogar. Permítanme que me refiera a una dolorosa situación; una niña, que desde hacía días la profesora veía muy triste, al ser preguntada respondió: el novio de mi mamá no me quiere. Es una niña que más allá de las necesidades perentorias para su vida ha experimentado un vacío que la hiere hondamente.
El mejor regalo que los hijos pueden recibir es el amor de sus padres unidos. Otros regalos, sean bienvenidos porque expresan el cariño de los padres a los hijos, tienen su marco de elocuencia en la convivencia de la familia impregnada por el amor. Todos necesitamos el pan de cada día y un techo que nos cobije, pero el amor es el alimento del corazón. Porque es vital para los hijos el amor de los padres, deben éstos tener en cuenta a los hijos para superar las pruebas que la vida matrimonial y familiar frecuentemente comporta.
Una vez engendrado el hijo es inseparable de los padres, tanto en sus gozos como en sus desvelos. Dios los ha convertido en ministros en la transmisión de la vida, y a esta misión deben servir prioritariamente.
En el hogar aprenden los hijos los valores que crean como el tejido fundamental de su vida. Aprenden lo que es amar y ser amados con gratuidad y sacrificio. En el hogar aprenden que las leyes del mercado no deben gobernar primordialmente las relaciones entre las personas; los hermanos aprenden en el hogar lo que es compartir el amor de los padres y las cosas superando la tendencia al individualismo y al egoísmo; experimentan lo que significa la confianza para vivir, crecer y mirar hacia el futuro. En la familia, desde pequeñitos, aprenden a interpretar el «no» de los padres como el «sí» del amor, venciendo las veleidades del capricho.
Pertenece a la familia cristiana la responsabilidad en la transmisión de la fe a los hijos y en la ampliación de su casa hasta la Iglesia. La comunidad eclesial puede y debe ayudar, pero no puede suplir la tarea de los padres. El ámbito del hogar es primordial para esta tarea. Los padres, además de preocuparse por la educación cristiana de los hijos, deben tomar un protagonismo insustituible. Todos pueden enseñar a rezar a los hijos y rezar con ellos; los signos cristianos en su casa es una ayuda relevante para todos, y por supuesto para los hijos; ejercen un servicio de memoria y de iniciación. La convivencia en el hogar ofrece muchas oportunidades para una catequesis ocasional, que va abriendo el horizonte de la fe cristiana a los niños. En este contexto no se debe olvidar la ayuda preciosa que pueden prestar los abuelos. La difícil armonización de la familia y la profesión se cubre en muchas ocasiones con la colaboración de los abuelos; también en la educación cristiana. La participación en la Eucaristía dominical debe ocupar un lugar relevante en la vida de la familia y en la educación de los hijos. Todo lo que se recibe en el hogar lleva el sello del cariño, la calidez y la confianza que facilitan una asimilación por parte de los niños más honda. Si los padres, de los que el niño se fía, rezan, es señal de la importancia de la oración.
Queridos amigos, desde la Asamblea del Sínodo me acordaré de todas las familias. Tendré particularmente presentes a los niños. ¡Que descubramos con mayor profundidad la belleza humana y cristiana de la familia!

+ Ricardo Blázquez Pérez

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