La celebración
del Año de la Fe ha hecho que la mirada y el interés de los creyentes se haya
dirigido de un modo nuevo al Credo, al Símbolo de la Fe. De este modo no son pocas las iniciativas que
han ido surgiendo en las diferentes comunidades cristianas a propósito del
Credo; ahí están, por citar sólo algunas, las catequesis sobre el Credo
iniciadas por Benedicto XVI, las propuestas a este respecto en numerosas Diócesis
y la publicación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización
Vivir el año de la fe (San Pablo, Madrid 2012). También desde el Movimiento
Familiar Cristiano hemos desarrollado iniciativas al respecto, me refiero en
especial a “Youcat. Materiales que
desarrollan parcialmente el catecismo de la Iglesia Católica para grupos de
niños, adolescentes y jóvenes” (Partes I y II)[1], pero
también los mismos materiales de trabajo de nuestras reuniones[2].
En
el mismo sentido el recurso al Catecismo de la Iglesia Católica se ha centrado
sobre todo en su primara parte “La profesión de fe” (nn 26-1065)[3]. Este centrarse en el Credo, manifestado en
estas líneas, es expresión clara de aquello que ya manifestara Romano Guardini
en 1935: “La fe es su contenido”[4] y
testimonia “cómo los contenidos esenciales que desde siglos constituyen el
patrimonio de todos los creyentes tienen necesidad de ser confirmados,
comprendidos y profundizados de manera siempre nueva, con el fin de dar un
testimonio coherente en condiciones históricas distintas a la del pasados”
(Porta fidei, 4). Esto es lo que se descubre en el Catecismo de la Iglesia Católica,
el cual, configurado sobre el Creso, presenta el núcleo central de las verdades
de la fe en un lenguaje más inteligible a los hombres de nuestro tiempo, a
nosotros[5].
De
este modo, Benedicto XVI, en el nuevo ciclo de catequesis que comenzó el 17 de
Octubre de 2012, dentro del Año de la Fe, señalaba que acudir al Credo se
presenta como una necesidad para todos y cada uno de notros, de modo que sea
mejor conocido, entendido y orado, más aún, reconocido por nosotros,
descubriendo así la profunda conexión entre la verdad que profesamos en el
Credo y nuestra vida cotidiana, para que estas verdades sean real y
efectivamente luz para los pasos en nuestro vivir, y vida que vence ciertos
desiertos de la vida contemporánea[6].
¿Desde
dónde, no obstante, surge esta necesidad? De la misma realidad de la fe, que es
algo más que un sentimiento o una mera costumbre; desde los que supone el decir
“Creo”, que no es un situarse en el terreno de la opinión, sino en el de la
afirmación, la constatación y la adhesión. Desde ahí surge en el creyente la
necesidad de saber qué es lo que cree, la necesidad de comprender aquello que
dice creer. Surge del hecho de no inventarse uno la fe, sino de ser la fe algo
que se recibe y a lo que el creyente se adhiere cuando dice “Sí, creo”, como
ocurre en la profesión de fe bautismal. Una adhesión a Dios y a las verdades de
la fe manifestadas en el Credo que se realiza en la comunidad de los creyentes,
en la cual recibimos el Credo, símbolo y síntesis de la fe, fruto del esfuerzo
del hombre creyente por comprender la manifestación que de sí mismo ha ido
haciendo Dios a lo largo de la historia de la salvación y que se nos entrega y
acogemos como regalo, como don, como bellamente es significado en la entrega
del Credo en el catecumenado bautismal
Ahí
está la bella denominación utilizada desde siempre para referirse al Credo, con
todo lo que contiene su significado: Símbolo de la fe. El termino símbolo, en
la antigüedad no se refería sin más a algo que convencionalmente remite a otra
realidad; sino que era una parte de esa realidad, sin la cual la realidad
estaba incompleta. El símbolo –y este es el significado que tiene cuando se
denomina así al Credo- era una de las dos partes en que algo era dividido (una
sortija, un bastón, una placa) y que, por lo tanto, reclamaba la otra parte y
desde ahí servía para reconocer al que portaba una de las partes. El símbolo
era un instrumento de reconocimiento mutuo y, a la vez que creaba este
reconocimiento mutuo entre los portadores de las partes, creaba unidad[7]. De este
modo, el denominar a la Profesión de fe, al Credo, Símbolo, nos ofrece uno de
los rasgos más hermosos de esta: el remitirnos a los otros, al nosotros de los
creyentes y a Dios, a la comunidad de los creyentes. Ofrece la posibilidad de
reconocerme como parte de ese todo que es la comunidad de los creyentes, la
dimensión comunitaria de la fe, su eclesialidad. La fe es así algo que yo
recibo y a lo que me adhiero con todo mi ser y en ello, desde el nosotros de la
fe, encuentro la posibilidad de la fe y su unidad.
Un
último aspecto a indicar en estas pinceladas: la relación del Credo con nuestra
vida cotidiana o lo que podríamos denominar su dimensión ética. A este respecto
afirmaba Benedicto XVI en la mencionada catequesis: “En el Credo se injerta la
vida moral del cristiano, que en él encuentra su fundamento y justificación”.
Esta relación e inserción han sido una constante en la vida de la Iglesia,
siendo la liturgia bautismal uno de los lugares donde se percibe al ir
precedidas las preguntas relativas a la Profesión de fe de la triple renuncia. Lo
indicado va, de este modo, más lejos de la simple exigencia moral de algunas de
las verdades del Credo, como la fe en Dios Creador o la fe en la resurrección
de la carne, por ejemplo, cuyas implicaciones éticas se descubren con
facilidad. Se expresa así como la incorporación a Cristo y la Iglesia supone
una Profesión de fe concreta, la cual se manifiesta en una forma de vida
concreta, que, caracterizada por el seguimiento de Cristo, se concreta y ve en
ese modo de vida marcado por la renuncia al pecado. De este modo, la Profesión
de fe, el Credo, no es sólo unas ideas que repetimos sin más, sino expresión de
una vida y manifestación de la unidad de la persona y de la unidad de la vida
de fe, así como de lo que ella sin disociaciones, expresión de aquello que
encontramos en Deus Caritas est 1: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede
expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva”.
José-Juan Fresnillo Ahijón
Consiliario MFC-Archidiócesis de Madrid
[1] Pueden
descargarse en http://movimadrid.blogspot.com.es/
[2] Así el
de este año: J.A. Paredes; La senda de la
fe. CCS. Madrid 2012.
[3] También
el MFC tiene un material para poderlo trabajar: Hacia la fe en Jesús (Actualizado). Guiones para la reflexión y el
diálogo.
[4] Vid. R.
Guardini: Vom Leben des Glaubens,
Mainz 1935. Trad. Esp. Rialp, Madrid3 1963.
[5] Cf.
Benedicto XVI, Catequesis del 17 de
Octubre de 2012.
[6] Id.
[7] J.
Ratzinger, Introducción al Cristianismo.
Sígueme. Salamanca8 1996, 71-72.
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