lunes, 12 de noviembre de 2012

Preparándonos para el amor conyugal


 Preparándonos para el amor conyugal
1. El libro que tienes en tus manos, querido lector, es singular por diversas razones; no sólo por el esmero que han puesto sus diversos autores, fruto de un trabajo de comunión entre matrimonios, sacerdotes y consagrados, sino sobre todo porque, estando dirigido a cada individuo, sin embargo éste ha de realizar un esfuerzo en leerlo en clave matrimonial y familiar. De ahí que el principal destinatario del mismo sean aquellos novios que deseen prepararse en grupo con ocasión del Sacramento del matrimonio. Se trata, pues, de un buen instrumento para la formación y vida del noviazgo, entendido éste -salvadas las distancias- como algo semejante a un “noviciado”. No obstante la presente obra también tiene en cuenta otros muchos destinatarios -directos e indirectos-, aunque fundamentalmente dos: matrimonios que deseen profundizar en la grandeza de "su" Sacramento; agentes de pastoral prematrimonial y familiar.

             2. El libro pretende dar respuesta en diecinueve capítulos a dos preguntas esenciales que los novios han de realizarse: ¿por qué nos casamos? y ¿por qué nos casamos por la Iglesia? Son diecinueve preocupaciones fundamentales que no pueden faltar en todo itinerario -inmediato o próximo- al Sacramento del matrimonio, bajo la síntesis del amor: ser amados y amar, ésta es la cuestión. Pero el presente libro es mucho más que esto, en el intento de subrayar la novedad que la antropología cristiana aporta a esta institución divina.

             La articulación de su contenido parte del misterio nupcial de la persona humana -varón o mujer-, creada por Dios a su imagen, en su vocación fundamental al amor, en general, y al amor conyugal en particular -con sus cuatro estaciones-. La sexualidad se ha de poner al servicio del amor, pero tiene su antesala   en la virtud de la castidad, custodia del amor. El diálogo matrimonial resulta un medio imprescindible para su cultivo.

             Si el amor que experimenta un hombre por una mujer, y viceversa, constituye un pequeño misterio humano, éste sólo se esclarece a la luz del Plan de Salvación, manifestado con plenitud a la luz del Gran Misterio esponsal entre Jesucristo y la Iglesia (Ef. 5, 21-32). El Sacramento del matrimonio introduce a los esposos en la plenitud de este Misterio de Salvación; ha sido instituido por Cristo para comunicación eficaz de la gracia. Los novios y esposos cristianos tienen las mismas dificultades que los no creyentes, pero cuentan con la primacía de la gracia, recibida en los Sacramentos, bajo la forma de caridad conyugal con la cual Cristo se entrega en la Cruz por su Esposa, la Iglesia. A través de la mediación de la Iglesia, Jesucristo es quien llama a cada novio en singular, y a los dos juntos, a su seguimiento e imitación, entrando a formar parte así del grupo de sus discípulos. De su estado, vocación a la santidad, y de su modalidad específica -de dos en dos en cuanto varón y mujer puestos bajo el mismo yugo de gracia- brota la singularidad de su espiritualidad conyugal, haciéndola extensible también a sus hijos.

             Cada familia cristiana es una Iglesia doméstica; su fundamento rocoso gravita sobre vosotros, queridos novios y esposos del futuro. El “ministerio conyugal” encomendado por Cristo y la Iglesia tiene como síntesis y motor el amor conyugal, para edificar la comunidad de personas tan rica dentro de los muros de vuestro hogar, y para el servicio a la vida, singularmente con la paternidad y maternidad responsable -transmisión y educación de la prole-.

             Pero vuestro ministerio matrimonial y familiar traspasa también los muros del hogar para edificar la Iglesia en el mundo y en la sociedad. Evangelización, familia y vida, caminan juntos. La defensa de la vida constituye hoy la "cuestión social" del momento, y cada familia -singularmente y asociada con otras- ha de luchar contra la cultura de la muerte, haciendo extensible la defensa de la vida incluso a sus fuentes próximas. Finalmente, es preciso articular la prioridad social y política que la familia tiene sobre las demás instituciones, de tal forma que la humanidad se vaya pareciendo cada vez más a la gran Familia de los hijos de Dios.

             Queridos novios y demás destinatarios de este libro, ante la belleza sublime del Plan de Dios sobre el matrimonio y la familia, decidnos si no merece la pena, al casaros, convertirse en los grandes aventureros del tercer milenio. En el matrimonio cristiano os ofrecemos, sí, una rosa que, al sobresalir del tallo y sin pretenderlo, os invita con su hermosura a que la admiréis, a pesar de que tenga espinas. Os invitamos, queridos novios, a que vayáis desgranando poco a poco esta rosa tan bella del matrimonio, sin mancillar nunca su eterna frescura.
  ✠ Braulio Rodríguez Plaza,
Arzobispo de Toledo. Primado de España
                                 

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