¡Si hubiera podido leer esto antes de casarme…!
¿Cuantos matrimonios nulos se evitarían si se hiciera un buen escrutinio a la pareja antes de pasar por el altar?
Una de las cosas más difíciles que he hecho jamás fue obligarme a sentarme y responder al cuestionario de petición de nulidad matrimonial.
Lo hice más o menos a los dos años y medio de mi divorcio civil, y fue agotador. Preguntas sobre mí. Preguntas sobre él. Preguntas sobre nuestras familias, nuestras carreras, nuestro noviazgo, el día de nuestra boda. Y la pregunta, «¿Qué significaba para ti estar enamorado?»
Desenterrar esos malos y dolorosos recuerdos que yo había intentado tan duramente dejar atrás fue angustioso, y revivir mi divorcio fue una píldora muy amarga de tragar.
Sin embargo, hubo una luz en todo esto. Esas 107 preguntas arrojaron luz sobre algo más que lo horrible que había sido todo. Las preguntas, intensamente personales, me abrieron los ojos a la verdad de lo que había pasado y reveló una perspectiva completamente nueva en mi historia. Me ayudó a reconocer las muchas malas decisiones que hice al entrar en esa relación, y a pesar de que me casé para toda la vida y traté de ser una buena esposa, me encontré cara a cara con una muy triste verdad: la elección de la persona adecuada para casarme no tuvo la importancia adecuada en mi deseo de alcanzar el codiciado título de «señora».
Cuando todo había terminado y contesté a la última pregunta, no pude evitar pensar: «¿Por qué nadie me hizo estas preguntas antes? ¡Yo nunca me habría casado con él en primer lugar!».
Volver a pensar los cursillos prematrimoniales
Como católica divorciada, que recibió la nulidad y volvió a casarse hace quince años, me di cuenta de que el proceso de nulidad fue mucho mejor preparación al matrimonio que los cursillos prematrimoniales a los que había ido antes de pasar aquella vez por el altar. ¿Por qué la auténtica, significativa preparación al matrimonio llegó cuando era demasiado tarde?
Ahora que el Sínodo sobre la Familia ha quedado atrás, uno de los aspectos positivos emergentes ha sido el consenso sobre que la preparación para el matrimonio católico tal y como la conocemos, tiene que ser desechada, y que hay que poner algo mucho más sustancial en su lugar. He oído hablar de cursillos prematrimoniales realizados sobre un modelo similar al proceso de catecumenado, y que creo que es un gran comienzo. Pero si todo lo que hacemos es hacer el proceso más largo y no cambiamos la formación que ofrecemos, no estamos haciendo ningún favor a nadie.
Seamos sinceros. En estos días, la gente no se están casando igual que sus abuelos y bisabuelos. La sociedad ha impuesto muchos tipos diferentes de presión sobre los solteros y ha impuesto ideas que no son propicias para hacer durar un matrimonio. Así que es muy importante que nos acerquemos a la formación de parejas de manera diferente, también.
Por eso creo que hay que cambiar las cosas y utilizar la sabiduría que se encuentra en el cuestionario del proceso de nulidad para preparar a las parejas para el matrimonio. Para cualquiera que esté familiarizado con un cuestionario de nulidad, su propósito es ofrecer a los jueces del tribunal una visión tanto minuciosa como global de la relación de pareja, con especial énfasis en el periodo de cortejo, de noviazgo y la boda. El objetivo es determinar si la pareja contrajo un matrimonio válido ese día. Las preguntas son intensas y cubren una amplia gama de aspectos para el peticionario, el demandado y los testigos.
¿Por qué hacemos esto cuando un matrimonio ya ha fracasado? ¿No tendría sentido hacer un escrutinio personal parecido antes de que la pareja se acerque al altar?
Hay dos áreas del cuestionario de nulidad que ofrecen excelente contenido para crear un programa de cursillo prematrimonial. Una de ella es la exploración de la infancia y de la vida familiar de cada contrayente, porque esto ofrece ya indicios de si tienen las ideas correctas sobre lo que es el matrimonio.
Las discusiones sobre la educación religiosa; los problemas en el matrimonio de los padres; cualquier tratamiento de problemas emocionales, psicológicos o psiquiátricos; antecedentes de abuso de alcohol o drogas y cualquier historia de abuso físico, mental o sexual puede comenzar a pintar el cuadro más grande necesario para saber si uno o ambos son adecuados para el matrimonio.
Una segunda área de atención debería ser la discusión detallada sobre el periodo de conocimiento y noviazgo de la pareja, que también revela mucho sobre su nivel de madurez y sobre si pudieran existir ya impedimentos, como la ignorancia del hecho de que el matrimonio está llamado a ser un compromiso permanente, exclusivo, para toda la vida y abierto a la nueva vida. Por lo que he oído a sacerdotes y terapeutas matrimoniales y familiares, esta es el área en la que menos se prepara a las parejas para el matrimonio.
Y con eso, a las pruebas me remito. Pero un pensamiento final… A pesar de todas las historias de divorcio que he escuchado en mi trabajo con católicos divorciados desde hace muchos años, el dolor se me refresca cada vez que oigo a otro. Haría cualquier cosa para evitar otro divorcio, otra familia destrozada, otro niño devastado emocionalmente.
Si enseñamos a nuestros hijos que el divorcio no es una opción, también debemos darles las herramientas que necesitan para tener un buen matrimonio. Es hora de que asumamos la responsabilidad de dar a nuestros hijos formación verdadera y significativa para que sus matrimonios duren. Y creo que el cuestionario de nulidad nos puede señalar la dirección correcta.
Lisa Duffy, blogger, conferenciante y autora de The Catholic Guide to Dating after Divorce escribe desde Charleston, SC. Agradece vuestros comentarios y preguntas en lisa@lisaduffy.com.Lisa Duffy/Aleteia
En este mes de noviembre, cuando hemos recordado a tantas personas que tuvieron un protagonismo especial en nuestra vida y después de haber vivido el Sínodo de la Familia, se me impone en lo más profundo del corazón hablar de la familia, de esa familia en la que yo personalmente experimenté y aprendí lo mejor de mi vida. No puedo olvidar a la familia que es la estructura fundamental presente en todas las culturas y en todos los tiempos. En la historia de mi vida ha sido clave el contemplar la Familia de Nazaret, en la que Dios mismo vivió y a través de la cual se hizo presente en este mundo, revelándonos el rostro humano que, si queremos vivir y construir la cultura del encuentro, todos hemos de tener. Doy gracias a Dios por haberse acercado a nuestra vida de esa manera. Dios se hizo hombre: «El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros» (Jn 1, 14). En Jesucristo vemos al hombre: cómo puede ser y cómo Dios quiere que sea. Es en la familia donde comienza a desarrollarse la verdad sobre el hombre. Y cuando se somete a la institución familiar a presiones de diverso tipo para acomodarla a conveniencias y no a la verdad, esto no puede llamarse progreso de la humanidad, sino mentira instaurada en la civilización. La historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad o un combate entre libertades que se oponen; como decía San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí mismo, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios.
Matrimonio y familia están unidos con la dignidad personal del hombre. Estos no se derivan del instinto y de la pasión, ni exclusivamente del sentimiento; se derivan, ante todo, de una decisión libre de la voluntad, de un amor personal, por el cual los esposos se hacen una sola carne y también un solo corazón y una sola alma. El matrimonio está orientado al futuro, es el único lugar idóneo para la generación y para la educación de los hijos, por eso también en su misma esencia está orientado hacia la fecundidad, a crear la cultura de la vida como colaboradores del amor creador de Dios. Hay que respetar la regla establecida para los procesos de vida. No se puede calificar a una sociedad de progresista y moderna si no respeta estos procesos. Así haremos una sociedad que vive cerrando la mirada hacia el futuro. No respetar estos procesos que tiene la vida en su misma esencia es llevar a la instauración de la cultura de la muerte, con procesos parecidos e incluso más disimulados, como hemos vivido en nuestro mundo en épocas recientes en Europa.
La familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos. Remontarse al principio, al gesto creador de Dios, es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior de su ser y de su actuación histórica. Tres afirmaciones quiero hacer al contemplar ese gesto creador de Dios:
1. Creo en la familia: Sí, creo en esta comunidad de personas. La vida humana surge de dos laderas: padre y madre. Negar una de estas laderas es negar la vida. Todo hombre nace de padre y madre y cada uno de ellos es una ladera indivisible del único ser que somos. No se puede surgir físicamente sin padre y madre. Son principios físicos de existencia, principios personales de constitución y principios simbólicos y psicológicos de identificación del ser humano como ser con sentido en el mundo. Dos palabras sagradas para el ser humano –padre y madre– con un contenido especial. Sacar de la existencia, promover la cultura de la vida, al margen o negando o diluyendo padre y madre, se convierte en un ataque a la esencia misma de la vida.
2. Espero en la familia: Sí, en la familia que ha recibido la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor. Como nos dijo san Juan Pablo II, «el hombre no puede vivir sin amor. Permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no le es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no participa de él vivamente» (RH 10). El Papa Francisco nos ha insistido en que este amor tiene su realización más profunda en el amor del hombre y la mujer en el matrimonio y, de forma más amplia, entre los miembros de la misma familia. El cometido fundamental de la familia es el servicio a la vida con lo que está promoviendo, instaurando y sirviendo a la cultura de la vida. El matrimonio formado por el hombre y la mujer, inicio singular de la familia, es la esencia misma de la cultura de la vida y, por tanto, del futuro de la humanidad.
3. Amor a la familia: ¿Cómo no amar a la familia si en ella y de ella hemos recibido lo mejor que tenemos, que es la vida misma? «Dios con la creación del hombre y de la mujer a su imagen y semejanza, corona y lleva a la perfección la obra de sus manos; los llama a una especial participación en su amor y al mismo tiempo en su poder de Creador y Padre, mediante su cooperación libre y responsable en la transmisión del don de la vida» (FC 28). Afrontar el camino de la vocación matrimonial y familiar significa aprender el amor conyugal día a día, año tras año, el amor en alma y cuerpo, el amor que es «paciente y bondadoso, no busca su interés [...] no tiene miedo al mal». El amor «encuentra su alegría en la verdad», el amor que «todo lo soporta» (1ª Cor 13). No dejemos que se nos robe y arrebate la riqueza de la familia. No incluyamos en nuestro proyecto de vida un contenido deformado, empobrecido y falseado, el «amor se alegra con la verdad». Busquemos la verdad del matrimonio y de la familia allí donde se encuentra; cada uno de nosotros somos verificación de esa verdad. Estar dispuestos a ir buscando la verdad de la familia desde el amor misericordioso que, con tanta fuerza, nos ha revelado Jesucristo ha de ser nuestra pasión. Y no meternos en la corriente de las opiniones en las que se obvia el amor mismo de Cristo, que es misericordioso y siempre instaura cauces para defender la verdad del hombre que tiene también su revelación en la familia. Esto es convertir el amor en un amor verdadero.
En la Familia de Nazaret encontramos los argumentos necesarios para decir que la familia es una realidad sagrada. Y que padre y madre son las palabras más hermosas porque hablan de la verdad del hombre y de la mujer que generan vida y prolongan el amor de Dios. Nosotros, surgidos a la vida necesariamente por un padre y una madre, no hemos sido un añadido desde fuera al mutuo amor de nuestros padres, sino que hemos brotado del corazón mismo de su donación recíproca, siendo su fruto y su cumplimiento. Creed en la familia. Como en otras ocasiones os he dicho, la familia es la escuela de Bellas Artes más importante en la vida del ser humano y en la que la belleza más hermosa se revela al hombre.
Con gran afecto, os bendice,
+ Carlos, arzobispo de Madrid