El VI Barómetro de la Familia The Family Watch, patrocinado por la
Fundación Madrid Vivo, ha puesto de manifiesto los riesgos para la
comunicación en la familia que presenta el uso inadecuado de las nuevas
tecnologías, especialmente en los menores
Un día, en medio de una discusión, Gabriel (nombre ficticio) le
partió la nariz a su padre. ¿El motivo? Le había desconectado el rúter y
le dejó sin internet. La
violencia, al principio solo
verbal, había ido en aumento desde que en casa se descubrió lo que hacía
Gabriel: cada mañana, en lugar de ir a clase, se dirigía a la FNAC, un
centro comercial en Madrid, para pasar horas jugando y probando de
manera gratuita diferentes
videojuegos. Cuando saltó la
alerta en el colegio, los padres no supieron reaccionar bien y optaron
por la vía del castigo severo. Tras varias discusiones subidas de tono y
el mencionado episodio de violencia filioparental, al final todos
acudieron a un profesional para abordar el tratamiento: no solo para
Gabriel, sino para toda su familia.
El
VI Barómetro de la Familia The Family Watch, patrocinado por Madrid Vivo y presentado esta semana en Madrid, ha puesto de manifiesto que la
adicción de los menores a internet,
a los videojuegos y a las redes sociales
es una de las principales preocupaciones de las familias españolas. La
encuesta, realizada por GAD3, señala que casi el 100 % de los
encuestados manifiesta su preocupación por los riesgos de la red, y para
un 62,5 % la comunicación en las familias ha empeorado a pesar de las
nuevas tecnologías.
El barómetro revela que ha aumentado la percepción de que los jóvenes
están consumiendo cada vez más alcohol y pornografía, una tendencia que
discurre paralela a una
disminución de la comunicación en el seno de las familias.
El estudio apunta también a las actividades en familia como posible
solución, junto a la necesidad de que los padres sean más estrictos con
sus hijos en asuntos como el consumo de alcohol, el empleo de internet y
las redes sociales, o los horarios de llegada a casa.
Niños con móvil
Como contrapunto, Sonsoles Vidal Herrero-Vior, abogada experta en
violencia y adicciones en menores y miembro del área académica de
The Family Watch,
señala que «no porque un menor esté mucho tiempo en el móvil eso
significa que tiene un problema de adicción. A los adultos nos cuesta
mucho entender esto, porque para nosotros las relaciones pasan por el
cara a cara, pero para los adolescentes sus relaciones sociales y su
ocio pasan por el móvil. A los adultos les llama mucho la atención que
los chavales estén todo el día manejando un dispositivo, pero es que
ellos se relacionan a través de él. Eso hay que tenerlo en cuenta a la
hora de identificar si hay o no un problema».
Para Vidal se puede empezar a hablar de adicción cuando aparecen
algunos síntomas: ansiedad, inmediatez, reacciones violentas cuando no
llegan las respuestas a los mensajes, necesidad imperiosa de tener cerca
el teléfono, de estar conectado… Ahí se percibe que no se está haciendo
un uso adecuado del dispositivo. Pero hay además otros fenómenos
asociados al mal empleo del móvil o de los videojuegos: los
menores multipantalla, adolescentes que tienen en su habitación el teléfono, la
tablet, el móvil, la televisión…; la
niñera tecnológica: al no estar sus padres en casa, los menores buscan la información que necesitan en internet; o el
botellón electrónico: jóvenes que antes que salir de casa prefieren quedarse consumiendo contenidos que generan dependencia, como el juego
online, o relacionándose con desconocidos a través de la red.
Falta de control parental
Presentación del Barómetro de la Familia. Foto: Juan Luis Vázquez
La experta tiene claro que todo este fenómeno revela «una falta de
control parental. Que un niño de 9 años tenga un iPhone 7, que el móvil
sea el regalo estrella de la Primera Comunión, que un adolescente haga
de su habitación la
república independiente de mi casa con todo
tipo de dispositivos…, es un problema de los padres». A pesar de que el
barómetro de The Family Watch-Madrid Vivo muestra que los padres desean
una mayor comunicación con sus hijos, «muchos de ellos les han ofrecido
desde niños el móvil o las tabletas electrónicas para que estén
entretenidos y no den guerra. A los padres se les ha ido la situación de
las manos y ahora eso se ha vuelto más difícil de controlar. Los padres
no logran charlar con sus hijos…, porque desde hace años han delegado
las funciones educativas en un dispositivo».
Esta situación se agrava si se tienen en cuenta los riesgos que conllevan las redes sociales para la
privacidad de los menores:
«Los padres no son conscientes de que su hijo pone un pie en una plaza
pública, y entra en contacto con gente que no conoce; además se atreven a
mucho más de lo que harían en el cara a cara», de ahí problemas como el
acoso a menores en la red (
cibergrooming), o el envío de contenidos de tipo sexual (
sexting).
A todo ello se suman los cada vez más frecuentes casos de violencia
asociados al uso de internet: «No existe una relación causa-efecto
directa entre el uso abusivo de la tecnología y la violencia, pero la
tecnología sí dinamiza la violencia».
Alternativas de ocio
En cualquier caso, la
familia aparece como la principal vía de solución de los problemas de los menores
asociados a la tecnología. Sonsoles Vidal propone «unas pautas
educativas claras por parte de los padres, para que los hijos sepan que
los dispositivos son una herramienta más de comunicación, no la única».
Además, los menores deberían «aprender a usar la tecnología bajo el
control de sus padres, y siempre de una manera adaptada a su propio
crecimiento».
En la misma línea se sitúa Irene Gallego, psicóloga del proyecto
Conviviendo, de la Fundación Amigó, que recientemente ha recibido el
premio a la innovación social de la Asociación Española de Fundaciones
por su trabajo en prevención de la violencia filioparental. A la
fundación han llegado niños de hasta 8 años con problemas de violencia
hacia sus padres, «no por una rabieta, sino por manifestaciones de
violencia premeditada y sin control», aclara Irene.
En muchos de estos niños y adolescentes, el problema de la violencia está asociado a las
adicciones,
que «antes eran el alcohol y las drogas, pero cada vez más hay más
presencia de las nuevas tecnologías, videojuegos, redes sociales,
móvil…».
¿Qué es lo que ha pasado en una familia para que un hijo se vaya
recluyendo poco a poco en la realidad virtual? «A veces hay un rasgo de
la personalidad del niño que favorece esta situación», explica Gallego,
pero «también es verdad que las alternativas de ocio que los padres
ofrecen a los niños son cada vez más reducidas. Los Reyes Magos acaban
de traer a los niños un montón de dispositivos electrónicos,
videoconsolas y juegos que muchas veces no son apropiados para la edad
del niño. Se les ofrece mucha tecnología, pero no les facilitan otro
tipo de ocio. Los niños de hoy apenas leen. Tienen una
tablet
porque es más cómodo para los padres. Ha habido un cambio de la
sociedad, y no hemos sabido asimilar tanta tecnología». Y este panorama
está bastante extendido: «Nos podemos encontrar una adicción así en
cualquier familia. Los casos que nos han llegado a nosotros son
familias típicas, muy normales y estructuradas», atestigua Irene.
Para escapar de esta red, es preciso el apoyo positivo hacia el
menor. «No se consigue nada diciendo: “Te pasas todo el día jugando (o
chateando), no vas a llegar a nada”», explica la psicóloga. En la
Fundación Amigó, por ejemplo, comienzan ofreciendo al chaval
actividades de ocio alternativas, «porque no se consigue nada luchando directamente contra el dispositivo, porque el
mono es muy fuerte, y como en cualquier adicción es muy difícil que el adicto reconozca desde el principio que tiene un problema».
Además, van reincorporando poco a poco hábitos básicos que habían
quedado atrás: horarios fijos de comida y de sueño, medidas de higiene…
Poco a poco van trabajando con el menor el reconocimiento y la
motivación al cambio, para que ellos mismos vean que tienen un problema.
Y en paralelo se trabaja con la familia: «Intentamos que dejen espacio
al menor para que se exprese con libertad y explique los motivos que le
han llevado a esa situación. Y pedimos a los padres que no le juzguen,
que intenten entender, que no vean solo lo negativo, siempre buscando
una comunicación más positiva e intentando alcanzar acuerdos» con el
menor para el uso racional de los dispositivos.
Se puede salir
Una sesión de intervención familiar en la Fundación Amigó. Foto: Fundación Amigó
Al final, como en cualquier adicción, se puede salir. En la fundación
tienen experiencia de que «poco a poco los chavales pueden ir
estructurando su vida. Son capaces de dejar de lado el móvil mientras
comen en familia, algo que antes era imposible. Y hasta se les puede
castigar si es necesario sin el ordenador sin que surja la violencia.
Son pequeños pasos» en los que la familia juega un papel fundamental.
El sociólogo Narciso Michavila, de la consultora GAD3, encargada del
barómetro, concluye que «la principal variable que explica el aumento
del consumo de alcohol en menores, el
fracaso escolar, los embarazos no deseados, la
adicción al móvil…
es la falta de diálogo entre padres e hijos. A menos diálogo, más
problemas». Por eso, «los padres tienen que implicarse más, hablar más
con los hijos», porque al final «lo que en principio es un medio de
comunicación, puede hacer que pierdas la comunicación con tu familia».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo