lunes, 17 de septiembre de 2012

El camino de la fe: personal y eclesial. Todos convocados

Misión-Madrid 2012-2014: propuesta pastoral para los dos próximos cursos, plasmada en la Carta pastoralServidores y testigos de la Verdad. Esta puesta en marcha de la Misión-Madrid es «nuestra respuesta a la llamada del Santo Padre a una nueva evangelización», en palabras del cardenal. Ofrecemos el texto íntegro de la Carta pastoral:


Mis queridos hermanos y amigos: con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila, declinando ya el curso pastoral 2011-2012, deseo presentar a la Comunidad diocesana nuestra propuesta pastoral de la Misión-Madridpara el curso próximo 2012-2013, que culminará con el Año de la fe en la Solemnidad de Cristo Rey del Universo, del año 2013. Esa será nuestra respuesta a la llamada del Santo Padre a una Nueva Evangelización.
I. La llamada del Papa a la nueva evangelización y la respuesta de la archidiócesis de Madrid
1. La JMJ-2011 y sus frutos, que venimos experimentando, nos animan a ello. Con un corazón generosamente abierto a la llamada de Jesucristo, nuestro Amigo, Hermano y Señor, queremos hacernos eco de las palabras del Papa a los jóvenes en la homilía de la Eucaristía de Cuatro Vientos y de las dirigidas a los voluntarios al despedirse de España y de Madrid en el IFEMA: «No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios».
«¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, de la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esta inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos(Mc 10, 45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada».
Decir corazón generosamente abierto equivale a ofrecer a Cristo nuestros pensamientos, nuestra libertad, toda la voluntad, todo nuestro haber y poseer, ¡todo nuestro ser!, para poder corresponder fielmente a lo que el sucesor de Pedro nos pedía y nos pide: una entrega netamente apostólica, es decir, un espíritu y una disposición misionera para estar prestos a evangelizar.
2. El Año de la fe, convocado por él, nos abre al horizonte de interrogantes y angustias que ocupan y preocupan no sólo al mundo juvenil de nuestros días, sino también a toda la sociedad. Benedicto XVI nos recordaba y explicaba, con reflexión y palabras clarividentes, en su encíclica Caritas in veritate, del día de San Pedro y San Pablo del año 2009, cómo lo que se llamaba y conocía en el siglo pasado como cuestión social revestía, en estas primeras décadas del siglo XXI, las características de una cuestión antropológica, más aún, de una realidad extraordinariamente problemática y crítica, en cuyo fondo estaba aconteciendo una profunda ruptura con Dios: ¡una hondísima crisis espiritual! El hombre estaría de nuevo en trance de pretender construir un mundo social y culturalmente sin Dios; por lo tanto, en su misma raíz humana, ¡sin Cristo! Y un «humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano» (Caritas in veritate, 78). Porque constituiría una ceguera histórica olvidar que «no hay desarrollo pleno (superación de la crisis), ni un bien común universal, sin el bien espiritual y moral de las personas, consideradas en su totalidad de alma y cuerpo» (Caritas in veritate, 76).
3. La respuesta de Madrid. ¿Representa Madrid un oasis de fe y de auténtica vida cristiana en esta hora de la crisis espiritual de España y de toda Europa? Sospechamos que no. También en la sociedad madrileña, en aspectos bien visibles de sus expresiones y experiencias humanas, socio-económicas y culturales, se nota la influencia de la negación explícita e implícita de Dios y de una visión del hombre y de la vida marcada profundamente por el relativismo moral, incluso por una pretensión de establecer su hegemonía pública en forma muy parecida a la denunciada por Benedicto XVI como dictadura del relativismo. También nuestra crisis económica, social, familiar y cultural no es separable de la crisis espiritual: de la crisis de la fe cristiana, nítidamente perceptible en la mentalidad y en la vida práctica de muchos de nuestros conciudadanos y hermanos madrileños. Tanto la memoria vigorosamente viva y gozosa de la JMJ-2011 del pasado agosto, como la clarividencia histórica y pastoral que trasluce luminosamente la convocatoria del Año de la fe, en la Carta apostólica Porta fidei, de 11 de octubre del año pasado, nos impulsan a concebir y configurar nuestra respuesta a la llamada a la nueva evangelización -que tan insistentemente nos reiteraba el Beato Juan Pablo II y que ahora, con nueva premura, nos dirige Benedicto XVI- de forma profundamente renovada, es decir, impregnada de entusiasmo y espíritu misionero. La expresión de la caridad cristiana llega a su cumbre cuando se hace misionera o, lo que viene a significar lo mismo, cuando se propone llegar a lo más íntimo del ser humano presentándole y acercándole su mayor bien: ¡la fe en Cristo, Redentor del hombre!
Con qué actualidad resuena en este momento del inicio de la Misión-Madrid lo que nos decía nuestro Santo Padre Benedicto XVI a los participantes en el tercer Sínodo diocesano de Madrid en la audiencia especial que nos concedió, en julio del año 2005, con motivo de su clausura, muy pocos meses después de su elección como sucesor de Pedro: «En una sociedad sedienta de auténticos valores humanos y que sufre tantas divisiones y fracturas, la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es, ante todo, comunicación de la verdad». Comunicar la verdad es igual a comunicar la fe en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, con palabras y obras. «La fe es su contenido» afirmaba Romano Guardini (cfr. Vom Leben des Glaubens, Mainz 1935,33: Der Glaube ist sein Inhalt). La fe es inseparable de su contenido. El Catecismo de la Iglesia católica lo expresa así: «Creer en Dios es inseparablemente creer en Aquel que Él ha enviado, su Hijo Amado, en quien ha puesto toda su complacencia (Mc 1,11)» (n. 151). Comunicar y transmitir la fe presupone e incluye dos actitudes y actuaciones: confesarla y profesarla. «La palabra está cerca de ti, la tienes en los labios y en el corazón. Se refiere a la palabra de la fe que anunciamos. Porque, si profesas con tus labios que Jesús es el Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo (Rom 10,8a)». He aquí nuestra gran tarea para el Año de la fe; tarea, a la vez, espiritual, apostólica y pastoral: ¡creer y confesar con toda nuestra mente, con toda el alma y con todo el corazón que Jesús es el Señor y Salvador, y profesar esta fe ante el mundo, «en la plaza pública de la Historia» (cfr. Benedicto XVI, Palabras a la peregrinación de Madrid, 2-IV-2012)!
II. La confesión y la vida de la fe
1. Confesar la fe en toda la integridad y la vitalidad de su contenido es sólo posible cuando el alma ha vivido, en actitud de humilde apertura espiritual y de voluntad de conversión, el encuentro con el Señor: ¡con Jesucristo! Lo que implica dejar y buscar que su amor actúe en lo más entrañable de uno mismo: ¡en el corazón! Dicho con otras palabras, es posible cuando la persona está dispuesta a allanar a la gracia la puerta del acceso interior al ejercicio de su libertad: a la gracia que le previene, que la acompaña y sostiene en el sí más decisivo y trascendente de la vida, ¡el  a Dios!
Una renovación auténtica de la confesión de la fe requiere, por lo tanto, un nuevo recorrido del itinerario espiritual delquaerere Deum -la búsqueda de Dios- y un conocimiento pleno y saboreado de su Verdad, revelada en el misterio de la Encarnación y de la Pascua de su Hijo Jesucristo, el Salvador del hombre. Para la comprensión y la vivencia adecuada de este proceso humano y espiritual podría muy bien aplicarse la muy conocida máxima de san Anselmo de Canterbury: intellectus quaerens fidem -el entendimiento que busca la fe- y fides quaerens intellectum -la fe que busca el entendimiento-. Sí, hay que sentir y vivir con nuevo ardor la inquietud de salir al encuentro de Cristo que viene y, encontrándole, ansiar conocerlo con toda la mente y con todo el corazón en el esplendor de la bondad y de la belleza de su rostro que irradia amor infinito, humano-divino, por nosotros. Sólo así podrá surgir, en este año tan apremiante, del corazón de la Iglesia (santa Teresa del Niño Jesús) una confesión de la fe católica profundamente renovada, portadora de un testimonio del Evangelio verdaderamente sanador y salvador para el mundo y los hombres de nuestro tiempo que sufren tan dolorosamente la ausencia de Dios en su cuerpo y en sus almas, en su existencia personal y en las realidades familiares y sociales que los condicionan tan dramáticamente.
2. Nos encontramos, en primer lugar, ante la necesidad de hacer de nuevo el recorrido espiritual del camino de la fe, como un recorrido personal y un recorrido eclesial.
La Misión-Madrid comenzará y se mantendrá apostólicamente viva y vigorosa si parte de la acogida interior de la llamada del Espíritu en la oración personal y en la de toda la comunidad diocesana. La plegaria de la Samaritana -Señor, danos tú de beber, danos de esa agua (Jn 4,15)- ha de impregnar desde ahora mismo la oración de cada hijo e hija de la Iglesia: la de las comunidades de vida contemplativa, de los consagrados y consagradas, las preces de los fieles y la oración litúrgica; la oración personal de los sacerdotes y de los obispos. Pidiendo ferviente e insistentemente al Señor que derribe los obstáculos y rompa los candados con los que intentamos cerrarle su paso a nuestras vidas, y a la vida de las comunidades eclesiales, estará asegurada una renovada y actual experiencia de la conversión. Nos convertiremos a Él de nuevo, dejándonos guiar por la luz y la fuerza de su amor: ¡por el Evangelio! A la oración, que suplica y busca sinceramente la conversión, sigue y acompaña, como por connaturalidad interna, el espíritu y disponibilidad para hacer penitencia y pedir perdón por nuestros pecados, especialmente, por los pecados explícitos y directos contra la fe. Oración y penitencia representan los dos aspectos integrantes y simultáneos de lo que posibilita y constituye la experiencia lograda de la fe: ¡el encuentro con el Señor que nos salva!
La preparación y la vivencia de los tiempos de Adviento y de la Cuaresma del próximo año litúrgico habrán, pues, de incluir todas aquellas formas de ayuda doctrinal y espiritual para la purificación de la conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda que enderecen la vida cristiana por la senda de la caridad perfecta y de la santidad, y que se han venido cultivando en la doctrina y en la praxis pastoral de la Iglesia, de ayer y de hoy. Las charlas cuaresmales, los Ejercicios espirituales, la lectio divina y otros instrumentos de ayuda para la vida espiritual, reconocidos y recomendados por la experiencia pasada y presente de la Iglesia, habrán de encontrar su lugar, con la debida proporción, en la programación del curso pastoral próximo. Uno de sus momentos álgidos deberán ser las peregrinaciones de las Vicarías episcopales a nuestra iglesia catedral de la Almudena en los días de las estaciones cuaresmales: un modo excelente de confesar públicamente la fe en Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre, el único que puede salvarnos: una confesión de fe valerosamente pronunciada desde y con la convicción de su capacidad única para transformar al hombre en la totalidad de su conducta; más concretamente, al hombre y a la sociedad de esta hora tan crítica de nuestra historia. Su autenticidad se revelará plenamente si se manifiesta en un cambio cristiano de estilo y de la substancia de la vida.
3. La confesión de la fe vivida y transmitida con todo su vigor y fuerza salvadora implica, como condición indispensable, el conocimiento íntegro de lo que significa y contiene intelectual y existencialmente el sí a Cristo y a la historia de la salvación, a la luz de la revelación plena de la verdad de Dios y de la verdad del hombre.
La Iglesia ha puesto a disposición de todos los fieles -pastores, consagrados, laicos...- el Catecismo de la Iglesia católica: ¡un fruto excepcional del Concilio Vaticano II! Así lo valoraba el Beato Juan Pablo II. Benedicto XVI, en su Carta apostólica Porta fidei, lo presenta como el instrumento formativo básico y de uso imprescindible para todo formato de catequesis, o lecciones teológicas, impartidas a cualquier grupo de fieles del tipo que sea -niños, jóvenes, adultos; en familia, en comunidades parroquiales, colegios, asociaciones y movimientos... etc.- durante elAño de la fe.
En el caso de las catequesis y de otras iniciativas de formación doctrinal y espiritual para los jóvenes, será conveniente, además, contar con el Youcat: el regalo del Papa para los jóvenes de la JMJ-2011. Nos proponemos, por consiguiente, inspirándonos en el Catecismo de la Iglesia católica, ofrecer una serie de catequesis sobre los artículos centrales del Credo, que habrán de seguirse como guión doctrinal en todas las actividades de índole catequético o de formación teológica y bíblica que se programen para el curso próximo, en las parroquias, capellanías, colegios, cofradías, Hermandades, asociaciones y movimientos apostólicos de nuestra archidiócesis.
III. La Profesión de fe

A la oración, sigue y acompaña el espíritu
y disponibilidad para hacer penitencia
y pedir perdón por nuestros pecados
Profesar la fe en Cristo, Redentor del hombre, es la vocación de la Iglesia desde sus orígenes. En Pentecostés, los apóstoles reciben el Espíritu Santo para proclamar a todas las naciones, en su propia lengua, que Cristo ha vencido la muerte y se ha convertido en el Señor de la Historia, que llama a todos los hombres a la obediencia de la fe. Acoger esta buena noticia es la condición para salvarse. Por eso, la Iglesia no deja de anunciar el Evangelio de la salvación y dar testimonio de él con la palabra y con la vida. Somos servidores y testigos de la Verdad.
La Misión-Madrid consiste, precisamente, en hacernos responsables de este servicio y testimonio de la verdad en todas las comunidades y ambientes de nuestra diócesis. Somos convocados, por tanto, a confesar con los labios y con el testimonio de nuestra vida la gran verdad que nos salva, Jesucristo, el Señor. Todos los caminos son buenos -he aquí nuestro reto- si tenemos clara la finalidad y el contenido de la misión, como ya hemos dicho: proclamar el Credo, la fe que salva el mundo.
En esta misión tendremos una serie de actos centrales que harán patente la comunión de fe y vida que es la Iglesia. La Iglesia no es una sociedad amorfa, sino un pueblo que camina en la Historia, un cuerpo estructurado con ministerios y carismas, el Cuerpo de Cristo que, a través de los sacramentos de la gracia y de su acción espiritual, visibiliza la salvación del Señor. Por eso, durante, la misión haremos visible la belleza y la armonía de la Iglesia en celebraciones litúrgicas, peregrinaciones, encuentros y Vigilias de oración, donde proclamaremos la fe y actualizaremos los misterios de nuestra salvación. Tomar parte en estos actos es exigencia del misterio de comunión en torno al obispo, que, como sucesor de los apóstoles, es garantía de la unidad y comunión de la Iglesia diocesana.
La Iglesia es para el mundo sacramento universal de salvación, y el mundo, imposibilitado por la esclavitud del pecado de alcanzar la gloria de Dios -¡su destino y finalidad!-, es por la Iglesia el lugar donde comenzó el reino de Dios, que ha de ser extendido hasta que Cristo lo lleve también a su perfección, cuando se manifieste Él mismo, nuestra vida (cfr. Lumen gentium, 48 y 9). Los misterios que celebramos no son sólo para los creyentes, sino que encierran dentro de sí una fuerza e impulso misioneros. Dicho de otro modo: Cristo quiere alcanzar a cada persona para amarla y redimirla plenamente. Los medios de comunicación social, con sus nuevas técnicas, son un instrumento idóneo e imprescindible hoy para expandir y potenciar el afán misionero de la Iglesia. Convocamos, por tanto, a trabajar en este campo que facilita la comunicación de la verdad y la hace accesible a tantas personas del mundo entero.
IV. La Misión-Madrid en el cambio de la cultura y de la sociedad
La fe cristiana tiene la capacidad de impregnar todos los aspectos de la vida del hombre. Lleva en sí misma una vocación de totalidad. El Hijo de Dios, al haber asumido nuestra condición humana, no deja ningún aspecto de la vida humana sin iluminar ni transformar. Es preciso, por tanto, que la misión alcance todos los ámbitos de la sociedad y a todas las expresiones culturales, descubriendo en ellos un lugar privilegiado para proponer a los hombres la salvación de Cristo. Benedicto XVI es un claro exponente del interés de la Iglesia por dialogar sobre la condición humana desde la novedad de Cristo y mostrar que la cultura, si es auténticamente humana, está abierta al Evangelio y se deja penetrar por él.
No debemos olvidar que estamos a punto de celebrar el cincuenta aniversario del Concilio Vaticano II, que presentó nítidamente el lugar que ocupa la Iglesia en la sociedad e impulsó el valor misionero del compromiso social cristiano.
La Misión-Madrid nos ayudará a presentar cómo la Iglesia, en esta dificilísima coyuntura histórica de crisis global y generalizada, se preocupa por el hombre en su integridad haciendo memoria de la caridad de Cristo que se hace tangible, no sólo en la materialidad de las obras de Cáritas, sino en el testimonio vivo de los creyentes, que sustentan dichas obras, y que constituyen un voluntariado ejemplar. Testimonio activamente presente en la necesaria renovación evangélica de las realidades económicas, sociales y políticas que nos envuelven. Se podrá constatar que los pobres, enfermos y abandonados ocupan un lugar privilegiado en la vida de nuestra comunidad creyente.
Tal como se hizo durante la Jornada Mundial de la Juventud, la Misión-Madrid pondrá de relieve la vida de los santos en nuestra diócesis, señalando aquellos itinerarios de su vida que hicieron de muchos lugares de nuestra ciudad una memoria venerable de sus virtudes y obras apostólicas. Igualmente, aprovecharemos para dar a conocer el rico patrimonio histórico y cultural, obra de la fe que se hace cultura y vida.
La misión cristiana debe hacerse especialmente presente en los ámbitos del pensamiento, que tiene en la universidad un lugar propio donde se debaten problemas que afectan a diversas áreas de la vida social. Confío en que una misión en este campo urja a los cristianos que trabajan en la universidad a dar testimonio de Cristo y de la verdad evangélica, como el Papa Benedicto XVI explicó en el inolvidable acto de San Lorenzo de El Escorial durante la Jornada Mundial de la Juventud.
V. La Misión-Madrid y los jóvenes

El Catecismo de la Iglesia católica,
para toda catequesis: niños, jóvenes,
en familia...
No es necesario insistir en la importancia que tienen los jóvenes en la sociedad y en la Iglesia. Ellos son el futuro. De ahí que debamos dedicarles especial atención. El impulso dado a la pastoral juvenil durante la Jornada Mundial de la Juventud tiene, según Benedicto XVI, un camino posterior en el que las nuevas generaciones reciban, con la pedagogía propia de su edad, la verdad que les haga crecer como cristianos. Es fundamental que en todas las parroquias y comunidades cristianas, así como en los colegios, sobre todo de titularidad católica, los jóvenes sean evangelizados y llamados a ser protagonistas de la vida de la Iglesia. Hemos de preparar, además, nuestra participación en laJornada Mundial de Río de Janeiro, que abrirá a muchos jóvenes el horizonte de la misión en el continente iberoamericano, tan vinculado a nosotros precisamente gracias a la evangelización de nuestros antepasados. Invito a los jóvenes a participar plenamente en el programa diocesano común, y a proponer iniciativas para llevar el Evangelio a sus compañeros y amigos.
Dentro de la misión entre los jóvenes, debemos también potenciar la pastoral vocacional, tanto al sacerdocio ministerial como a la vida consagrada. La Iglesia necesita sacerdotes que sirvan generosamente a sus hermanos en la vivencia y sostenimiento de la fe. Tomar conciencia de esta necesidad nos ayudará a proponer el ministerio sacerdotal como un modo de identificarse plenamente con Cristo en su misión redentora, que nace de su sacrificio en la cruz. En este campo, son muchas las iniciativas que podemos proponer para valorar el ministerio sacerdotal y potenciar la llamada de Dios en el corazón de los jóvenes.
VI. La puesta en marcha de la Misión-Madrid
Toda la diócesis es el sujeto de esta misión. Nadie puede quedarse indiferente cuando se trata de anunciar el Evangelio de Cristo. Aunque exista un equipo diocesano encargado de ponerla en marcha, todos los cristianos debemos sentirnos llamados, según nuestra vocación y estado, a trabajar humildemente en la viña del Señor.
La mies es mucha (Lc 10,2), decía Jesús a sus discípulos.
Los campos de acción que sintéticamente he presentado son muchos y variados. Cada uno debe discernir dónde le sitúa el Señor, en las circunstancias normales de su vida, dónde trabaja o convive con otros, para hacerse allíservidor y testigo de la Verdad. La riqueza y complejidad de la archidiócesis de Madrid exige que todas las parroquias, comunidades cristianas, asociaciones y movimientos eclesiales acojan la misión como una llamada de Cristo, y se integren generosamente en su desarrollo. Así se hará visible la comunión y la unidad eclesial, que es, según la mente de Cristo, el presupuesto para que el mundo crea.
VII. Los frutos que esperamos

Los medios, con sus nuevas técnicas: idóneos
e imprescindibles hoy para difundir y potenciar
el afán misionero de la Iglesia
Será el Señor quien nos dé los frutos. A nosotros nos corresponde sembrar con la oración y el trabajo diario. No es difícil, sin embargo, vislumbrar en el horizonte los frutos que esperamos, si tenemos en cuenta la gloriosa historia de siglos desde que, por primera vez, se proclamó el Evangelio: conversión a Cristo de las personas y de los pueblos, presencia viva de la salvación que alcanza a todo hombre, compromiso público de los cristianos que ha fraguado en obras inmensas de fecundidad apostólica en los diversos ámbitos de la sociedad (centros de enseñanza, hospitales, creaciones artísticas, etc.)
Si somos fieles al Espíritu y a la Iglesia, no debemos dudar de que también en nuestro tiempo se realizará la renovación que necesitamos y volverá a ser fecundo el magnífico árbol de la Iglesia. A la confianza en el Espíritu unamos nuestra docilidad a su impulso, y veremos que es Él quien renueva la faz de la tierra. Caminamos, además, en la senda del Concilio Vaticano II, cuya renovación no deja de desafiarnos a vivir con fidelidad la letra y el espíritu de su rico magisterio.
VIII. Conclusiones
He querido presentar, queridos diocesanos, un desafiante panorama de la misión que nos proponemos llevar adelante para la renovación de nuestra archidiócesis y de toda la vida cristiana. Necesitamos convertirnos al Señor para creer que Él quiere llegar al corazón de todos los diocesanos. Se trata de una propuesta pastoral que tiene la pretensión de llegar a todos los aspectos de la vida de nuestro tiempo. Una propuesta apostólica que no es distinta de aquella primera que el Señor propuso a los discípulos antes de subir a los cielos: Id y predicad el Evangelio. Aquella propuesta que san Pablo asumió como tarea de toda su vida cuando recibió la llamada del Señor a serservidor y testigo de la verdad. Pongamos nuestras personas al servicio de esta misión sin esperar más premio que el hecho de hacerla. El Evangelio es nuestro premio. No dudemos de su eficacia y de su fuerza poderosa. Basados en esta confianza, estamos convencidos de que, como decía el Beato Juan Pablo II, «Dios abre a la Iglesia horizontes de una Humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos» (Redemptoris missio 3).
Pongamos este Plan en manos de María, Nuestra Señora de la Almudena. Y pidamos vivir con su misma obediencia a la fe que hizo posible la encarnación del Verbo. También Cristo volverá a hacerse presente en el corazón de los hombres, que contemplarán las maravillas de Dios.
Con todo afecto y mi bendición
† Antonio Mª Rouco Varela
Cardenal-Arzobispo de Madrid
Madrid, 15 de junio de 2012, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

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