La exhortación Amoris laetitia supera la lógica legalista del «No se puede/Sí se puede», explica monseñor Albano, secretario del Consejo de Cardenales y padre sinodal. Sin alterar una coma de la doctrina, el Papa ha llevado a cabo una profunda renovación pastoral
Con la Amoris laetitia, «no cambia nada, pero cambia todo». Monseñor Marcelo Semeraro hace suya la feliz frase acuñada por Stefania Falasca en un editorial del diario Avvenire. «La forma, de algún modo, es sustancia, no simplemente algo estético o exterior», explica el prelado a Alfa y Omega. «La doctrina no ha cambiado, pero las formas sí. Y no es lo mismo cerrar una puerta de un portazo que hacerlo con suavidad, aunque en ambos casos el fenómeno sea una puerta que se cierra».
Un concepto clave es el discernimiento. Sin alterar una coma de la doctrina, el Papa muestra que no se puede prejuzgar un caso, y pide una pastoral del cuerpo a cuerpo. Por esa vía, cree Semeraro, la exhortación introduce cambios que van más allá del ámbito familiar. «Es como una mujer que, usando los ingredientes de siempre, de repente se acuerda de una receta distinta», prosigue, echando mano de una nueva metáfora.
El reto está en cómo «anunciar hoy la alegría del Evangelio de la familia», especialmente a los jóvenes. Pero también era necesario una nueva forma de acercarse a «las situaciones frágiles y de crisis». «En el pasado, la Iglesia ha recurrido a la condena y al anatema. Hoy una Iglesia que condena es una Iglesia que ha perdido el rostro de Jesús», e incluso la propia noción de justicia, añade el obispo de Albano.
Las normas generales siguen siendo las mismas; la forma de aplicarlas varía según la situación. «Pasa igual en el derecho civil: un juez no aplica de forma automática la norma, sino que tiene en cuenta las circunstancias, hay un debate…».
Ese principio está en la tradición de la Iglesia, especialmente en Tomás de Aquino –muy citado en la Amoris laetitia–, quien enseñaba que, cuanto más se desciende al caso particular, mayor es la indeterminación; o que la norma es válida para la mayoría de los casos, pero no para todos. Por eso mismo –explica el obispo–, Juan Pablo II afirmaba en la Familiaris consortio que «los pastores están obligados a discernir bien las situaciones».
Discernimiento en helicoide
El secretario del Consejo de Cardenales que asesora al Papa en la reforma de la Curia escribe una amplia introducción (cerca de 50 páginas) para una edición comentada de la Amoris laetitia que publica Romana Editorial. En la presentación en Madrid, celebrada el 31 de octubre en la Universidad Pontificia de Comillas, le acompañaron el cardenal Lluís Martínez Sistach, emérito de Barcelona, y el arzobispo de Madrid, además del rector de Comillas, Julio Martínez, SJ, y el profesor de Teología Pastoral Pablo Guerrero, SJ.
Semeraro distingue en el libro entre el discernimiento moral, que trata de «una búsqueda de la voluntad de Dios a un nivel genérico y general, válido para todos», del discernimiento espiritual, que «nos sitúa en un nivel más existencial y personal, teniendo en consideración la experiencia concreta», y procurando «el bien posible» en cada situación. Aunque más que de discernimiento moral, aclara, la exhortación habla de discernimiento pastoral, terminología que remite al acompañamiento con un sacerdote o un agente de pastoral, un proceso –matiza– que va «mucho más allá» de una simple confesión puntual. Volviendo a las metáforas, el obispo de Albano comparó el discernimiento moral con un faro que, desde la distancia, le indica al marinero el rumbo al puerto, «pero no si hay escollos, para lo cual se requiere un examen más en detalle».
El discernimiento moral o pastoral, aclara Semeraro, no significa relativizar la norma. Este proceso exige «las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios», según explica la Amoris laetitia. Dentro de esas condiciones, Francisco dice que es posible que una persona viva en situación objetiva de pecado –caso típico de un divorciado vuelto a casar por lo civil–, pero, debido a una serie de condicionantes o atenuantes–, viva en gracia de Dios, y pueda recibir «la ayuda de la Iglesia» también mediante los sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía. «Puede ser», aclaró Semeraro en la presentación. Pero «la exhortación no dice: “los divorciados podrán comulgar”. Eso sería hablar de categorías, y el Papa no habla de categorías de personas, sino de personas singulares».
Tampoco ha querido Francisco entrar en casuísticas. A juicio del secretario del Consejo de Cardenales, la Amoris laetitia supera la lógica del «No se puede/ Sí se puede». La mentalidad legalista del fariseo deja paso a una forma de mirar la realidad similar a la de Jesús. Y así, sin alterar una coma de la doctrina, el Papa ha iniciado una renovación pastoral de grandes dimensiones, que, en opinión de Semeraro, «no tiene ya vuelta atrás».
Ello se debe también al impulso que le ha dado Francisco a la sinodalidad. El Papa no ha hecho este camino solo, sino que ha escuchado y ha hecho partícipe a toda la Iglesia. Han sido dos sínodos dedicados a la familia, precedidos de sendos procesos de consulta a todos los bautizados. La exhortación postsinodal está repleta además de referencias a pronunciamientos sobre la familia de conferencias episcopales de todo el mundo.
La metáfora esta vez no la puso Marcello Semeraro, sino Pablo Guerrero, quien dijo en la presentación: «Los dos sínodos no han dado vueltas sobre el mismo tema. O sí, pero no en círculos, sino en helicoide», el movimiento propio del sacacorchos, que, «con cada nuevo giro, no regresa al mismo sitio, sino que adquiere una mayor profundidad».
Ricardo Benjumea
Fecha de Publicación: 10 de Noviembre de 2016
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