«Lo que me mueve a la misión es la alegría de los misioneros»
Cristina Rodríguez va a pasar un mes de su verano en la India. No va de vacaciones, va a evangelizar con Jóvenes para la Misión, un grupo de la Delegación de Misiones de Madrid que cada año acerca a todos los jóvenes que lo deseen a la realidad de la evangelización
Cristina Rodríguez, matemática de 25 años, partirá a Kerala, en la India, para evangelizar durante cuatro semanas este verano y ayudar a las Misioneras de la Caridad que trabajan con los pobres. No es la primera experiencia de Cristina como misionera. En 2012 tuvo la oportunidad de partir a Sierra Leona con las mismas religiosas de Madre Teresa, y también estuvo en un centro de atención de inmigrantes en Ceuta en 2014.
Jóvenes para la Misión es un grupo que comenzó reuniéndose para rezar, formarse y compartir la fe. Bajo el impulso de la Delegación diocesana de Misiones de Madrid, en marzo de 2011 fue erigida canónicamente como asociación pública de fieles en la archidiócesis de Madrid. A través de ella, muchos jóvenes han vivido ya la experiencia de partir a diferentes lugares del mundo para evangelizar y ver de cerca la labor que llevan a cabo los misioneros sobre todo en las zonas más pobres del planeta.
«Lo que me mueve a la misión es la alegría de los misioneros», confiesa Cristina, «la oportunidad que tengo para dar a conocer mi fe es en las vacaciones, es cuando puedo compartir mi tiempo y acompañar a otras personas que no han tenido la fortuna de nacer en un país como España que tenemos parroquias a cada 100 metros».
En la misión, lo que más cuenta es vivir la fe desde uno mismo para evangelizar con los hechos. Cristina recuerda que una de las experiencias que más le impactó fue cuando «fui a confesarme, sentada en un banco, a la vista de todos, pero como no hablan castellano no había problema. Yo estaba como cuando me confieso en Madrid, normal. Ellos no entendían nada pero uno, viendo la tranquilidad con la que estaba, los gestos del sacerdote, la imposición de manos y el cariño con el que me habla, sin saber que estaba pasando quiso confesarse y le planteó a la hermana y al padre que si se podía bautizar. Esto ocurrió simplemente por verme confesando».
La vuelta a casa «fue más dura que la ida» en palabras de Cristina ya que, «aunque te dicen que no debes juzgar ni comparar una cultura con la otra, es difícil, al llegar a España, ver cómo nos miramos a nosotros mismo y el egoísmo de mucha gente que monta un espectáculo si, por ejemplo, el metro tarda seis minutos en lugar de cinco».
Cristina está preparada para otra experiencia misionera. Esta vez el destino es India, «me hace volver simplemente que yo tengo algo que ofrecer porque tengo la bendición de haber sido formada cristianamente y haber conocido a Cristo, y ya que lo tengo, lo doy», cuenta ella, «soy muy práctica: necesitan algo, lo tengo, lo doy».
«Olvidarse de uno mismo»
«Siempre me ha gustado lo que hacen los misioneros». Habla Ignacio Casado, que parte este verano a Cuba con Jóvenes para la Misión. Tampoco es su prima vez. En 2013 estuvo en Perú, en la Amazonía, en un poblado hermanado con la parroquia de Santa Catalina de Majadahonda.
«Estuve en la misión de las Hermanas Franciscanas de Rebaño de María, una congregación gaditana», cuenta Ignacio. El lugar donde llevan a cabo esta misión es un poblado de la Amazonía peruana donde el Estado y las administraciones no llegan. «Los misioneros son prácticamente todo lo que tienen, los que los atienden en todo lo que necesitan y cuidan de ellos», explica el joven.
La primera vez que uno va a la misión lleva, sin quererlo, unas ideas preconcebidas: «Al principio es un poco por querer ayudar, compromiso con la iglesia, y un poco a la aventura. Pero al llegar tienes que cambiar totalmente el chip y ser como un libro blanco para que el Señor escriba y haga lo que quiera contigo», dice Ignacio, «si te pones a pensar hay cosas muy duras o sacrificios que te cuestan. La claves es olvidarse un poco de sí mismo y entregarse».
«Vas con la idea de ayudar pero que realmente eres tú quién se enriquece, te cambia la visión de la realidad, a pesar de que tu vida sigue siendo la misma, vives de otra forma. Me ha fortalecido mucho la fe, el compromiso con la iglesia y con los demás», asegura Ignacio que explica que esta experiencia «te hace madurar, tomas conciencia de la suerte que tenemos los católicos aquí en Madrid de tener tantas posibilidades de misa, de confesión, de que te puedan ayudar porque allí no es tan fácil». De entre las muchas experiencias que vivó en la misión, Ignacio resalta especialmente el impacto que le causó ir en lancha hasta un poblado donde solo tenían misa una vez al mes porque «es un territorio enorme con una escasez de sacerdotes muy grande».
Ignacio no ha abandonado la inquietud que tiene por la misión. Ahora vive en la capital y se a unido a Jóvenes para la misión para ir este verano a llevar la Palabra de Dios a Cuba. «La actitud que llevo es más madura respecto a la de Perú pero cada lugar es distinto, hay que ir sin juzgar, con espíritu abierto».
«Vamos a anunciar el Evangelio»
Melania Sanz estudia tercero de arquitectura y es la primera experiencia de misión a la que va pero asegura que tiene «muchas ganas».
Melania pertenece al grupo de jóvenes de la parroquia del Sagrado Corazón. En una de sus reuniones, el párroco, don José María Calderón, delegado de misiones de Madrid, propuso ir de misión a Cuba durante el verano. «Es algo que siempre me ha llamado la atención así que me uní al grupo», cuenta Melania. Recibió la formación junto con sus compañeros. Allí, les explicaban qué iban a hacer allí y qué iban a encontrar. «No somos cooperantes o voluntarios, sino que vamos a anunciar el evangelio», es lo que tiene claro la joven. Además han contado con testimonios de jóvenes que ya han ido.
La actitud de Melania ante el próximo viaje a Cuba es de «servicio de las Misioneras de la Caridad, estar a su disposición y hacer todo lo que esté en mis manos».
«Conocerse a uno mismo»
Miguel Antonio Ruíz Ontañón, párroco de la Asunción de Nuestra Señora en Torrelodones, lleva 25 años acompañando a los jóvenes que parten en misión. Asegura que no solo es un acompañamiento lo que hace sino que «para mí, personalmente me supone un descanso», cuenta, «es verdad que voy a trabajar pero de un modo distinto, porque cambiar de actividad supone descansar y además conoces mundo, culturas, gentes, formas de pensar diferentes, es tan enriquecedor en lo humano y misterioso que desaprovechar esta ocasión sería una tontería».
«No está tanto en ayudar a la gente donde vamos sino que los que vamos conozcamos otras realidades, podamos dar gracias de lo que tenemos y entender que hay otras formas de cultura y sociedad que aunque no sean las nuestras son igualmente válidas», explica don Miguel, pues de esta forma podremos entender a las personas de otros países que viven en España. También es un tiempo «para conocerse a sí mismo», cuenta el padre Manuel, «porque de repente uno que esperaba que podía dar más se encuentra que no está a la altura y al revés. Ayuda a que uno mismo se conozca en situaciones extremas como desayunar, comer y cenar lo mismo durante días, no es fácil, así como sobrellevar las condiciones climatologías o las costumbres culturales».
Alicia Gómez-Monedero
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