He leído Rouco Varela, el cardenal de la libertad. Una vida que se desvela, que José Francisco Serrano acaba de publicar en Planeta Testimonio. Son 220 páginas que se han hecho esperar y que si no estuvieran felizmente escritas ya, y muy bien escritas, habría que escribirlas. El autor califica al protagonista como el cardenal de la libertad. No deja de ser verdad; pero, concluida la lectura de estas páginas, el lector se pregunta si no sería más acertado calificarlo como el cardenal de la comunión. En todo caso, me vale igual: tanto me da -aunque no es lo mismo, y no es un trabalenguas- el cardenal de la libertad en la comunión, que el cardenal de la comunión en la libertad. «Lo que no se podrá negar -se lee- es que la tarea y misión de la comunión de la Iglesia, hacia dentro, y de la libertad de la Iglesia, hacia fuera, han sido (y siguen y seguirán siendo) dos de las grandes pasiones del cardenal. La comunión, la búsqueda, el cuidado, la preocupación de la comunión ha sido el leitmotiv del trabajo pastoral, intelectual, eclesial del cardenal Rouco, cuyo lema episcopal es In Ecclesiae communione (En la comunión de la Iglesia)».
Aquí está, en síntesis, toda una vida: desde la del Tucho, muchachito villalbés, que nunca pensó en ser otra cosa que sacerdote, al canonista ecuménico; desde el apasionado discípulo de Guardini, hasta el pastor intelectual del Sípleno y entusiasta al Concilio: («Yo creo que hay dos Rahner, uno antes y otro después del Concilio» y «el Concilio estuvo libre de políticos, pero no de medios»); desde el profesor que inicia la internacionalización de la Universidad Pontificia de Salamanca, hasta el maestro convencido de que «el Derecho Canónico nunca es neutral; u obedece a la naturaleza de la Iglesia, o no»; desde el curita jovencito, con una fidelidad sin fisuras a su fe y a su Iglesia, hasta el cardenal arzobispo, con morriña apostólica, convencido de que «las Jornadas Mundiales de la Juventud no tienen marcha atrás». En España, vivió -y lo cuenta- dos transiciones: la eclesial (aunque su relación con Tarancón fue muy buena, nunca tuvo con él una relación profunda), y la política hacia la democracia, «hito muy positivo que no se entendería sin la contribución de la Iglesia», y las vivió con la plena convicción de que «la libertad doctrinal no es negociable». Hoy, a sus setenta y muchos años, sigue preguntándose qué clase de educación religiosa hemos impartido a los niños y jóvenes españoles durante treinta años...
Queda claro que el cardenal tiene a Madrid en su corazón, y unas cuantas palabras bastan para explicarlo: Almudena, Seminario, San Dámaso, Alfa y Omega, Sínodo, Misa de las Familias, JMJ, Misión Madrid...; y no cuenta el libro la escondida vida de caridad de Rouco, ni su obsesión ante el fortísimo reto del apostolado social. Desde Pío XII, media docena de Papas han pasado por su mente, por su corazón y por su alma; y del actual Papa Francisco dice que «estamos ante un gran padre espiritual de la Iglesia. Por lo tanto, nada manipulable, política y socialmente. Y, si me apuran, ni mediáticamente tampoco». Así que quedamos en eso...
Miguel Ángel Velasco
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