¿Por qué estoy aquí? Me apetecía, venían mis amigos, necesitaba cambiar de aires, tenía ganas de hacer el Camino… existen muchos porqués diferentes, uno por cada uno de vosotros, peregrinos sí, pero lo cierto es que todos habéis llegado hasta aquí atendiendo una llamada, su llamada… inscrita en el corazón de cada hombre, en un deseo inagotable de felicidad.
Algo parecido puede suceder con todo aquel que pasa por la puerta de un templo, o cuando la realidad le provoca (dolor, asombro). En toda portada, hay una llamada, una invitación a entrar, a entrar en la casa de Dios, a ponerse en camino hacia un lugar mejor.
La estructura (tres puertas abocinadas, con la central más grande) nos lo indica; la misma palabra abocinada indica un efecto llamada, más aún, esas arquivoltas que enmarcan la puerta, ¿no os recuerdan el mismo gesto de ponerse las manos a un lado y otro de la boca para llamar a alguien con potente voz?
Es así: con una potente voz es como os llama Dios. Aunque vuestros oídos parezca que no lo hayan percibido, vuestro corazón sí.
Algo parecido puede suceder con todo aquel que pasa por la puerta de un templo, o cuando la realidad le provoca (dolor, asombro). En toda portada, hay una llamada, una invitación a entrar, a entrar en la casa de Dios, a ponerse en camino hacia un lugar mejor.
La estructura (tres puertas abocinadas, con la central más grande) nos lo indica; la misma palabra abocinada indica un efecto llamada, más aún, esas arquivoltas que enmarcan la puerta, ¿no os recuerdan el mismo gesto de ponerse las manos a un lado y otro de la boca para llamar a alguien con potente voz?
Es así: con una potente voz es como os llama Dios. Aunque vuestros oídos parezca que no lo hayan percibido, vuestro corazón sí.
Si todos hablamos al mismo tiempo, chillando, no hay manera de entenderse. Te pueden estar llamando a gritos, pero si hay muchísimo ruido es muy probable que ni oigas ni entiendas nada.
A cualquiera de nosotros le puede pasar fácilmente que, a fuerza de tanto mensaje, tanta información, tanto griterío, no oiga nada. Oye ruido, pero no una voz comprensible, que invita, llama y propone... Cualquiera podría llegar a pensar, con tanto ruido, que en realidad nadie nos llama a nada, ni le importamos lo más mínimo. Pero, ¿hay alguna voz en el ruido? ¿Alguien llama, invita y propone algo? ¿Cuál es su propuesta?
La convicción cristiana nítida, central, clara y fuerte es que no estamos solos, que no vivimos para nosotros mismos, sino que hemos sido hechos para la relación con Dios. En nuestro corazón hay un deseo de felicidad, de justicia, de belleza, de bien: un deseo de Dios. Apetecemos a Dios. Y a esos deseos, a esas ganas de Dios, al anhelo, Dios le da cumplimiento. Nos llama y nos busca, para que no nos quedemos en deseos incumplidos. Si tenemos sed es porque hay agua. Cristo corresponde a la necesidad del hombre.
Estamos llamados a una relación con Dios, a una comunión con él, una verdadera amistad que satisface un deseo plenamente humano: ver a Dios. Hay una llamada de Dios y un deseo previo en el corazón del hombre, que apetece la relación que se le propone.
Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE), hablando del deseo de Dios (CCE 27) y de Dios que ama y busca al hombre, llamándolo a una relación de amistad con él (CCE 356):
CCE 27: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
CCE 356: De todas las criaturas visibles sólo el hombre es «capaz de conocer y amar a su Creador» (GS 12,3); es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).
A cualquiera de nosotros le puede pasar fácilmente que, a fuerza de tanto mensaje, tanta información, tanto griterío, no oiga nada. Oye ruido, pero no una voz comprensible, que invita, llama y propone... Cualquiera podría llegar a pensar, con tanto ruido, que en realidad nadie nos llama a nada, ni le importamos lo más mínimo. Pero, ¿hay alguna voz en el ruido? ¿Alguien llama, invita y propone algo? ¿Cuál es su propuesta?
La convicción cristiana nítida, central, clara y fuerte es que no estamos solos, que no vivimos para nosotros mismos, sino que hemos sido hechos para la relación con Dios. En nuestro corazón hay un deseo de felicidad, de justicia, de belleza, de bien: un deseo de Dios. Apetecemos a Dios. Y a esos deseos, a esas ganas de Dios, al anhelo, Dios le da cumplimiento. Nos llama y nos busca, para que no nos quedemos en deseos incumplidos. Si tenemos sed es porque hay agua. Cristo corresponde a la necesidad del hombre.
Estamos llamados a una relación con Dios, a una comunión con él, una verdadera amistad que satisface un deseo plenamente humano: ver a Dios. Hay una llamada de Dios y un deseo previo en el corazón del hombre, que apetece la relación que se le propone.
Así lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica (CCE), hablando del deseo de Dios (CCE 27) y de Dios que ama y busca al hombre, llamándolo a una relación de amistad con él (CCE 356):
CCE 27: El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar:
«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su Creador» (GS 19,1).
CCE 356: De todas las criaturas visibles sólo el hombre es «capaz de conocer y amar a su Creador» (GS 12,3); es la «única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (GS 24,3); sólo él está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creado y ésta es la razón fundamental de su dignidad:
«¿Qué cosa, o quién, fue el motivo de que establecieras al hombre en semejante dignidad? Ciertamente, nada que no fuera el amor inextinguible con el que contemplaste a tu criatura en ti mismo y te dejaste cautivar de amor por ella; por amor lo creaste, por amor le diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno» (Santa Catalina de Siena, Il dialogo della Divina providenza, 13).
1. ¿Percibes en tu interior un deseo de amistad, de trato con Dios? ¿En qué lo notas?
2. ¿Sabes dar cauce a este deseo? ¿El tumulto de muchas voces chillonas ha sepultado la llamada (nunca tienes tiempo porque tienes muchas cosas que hacer)?
3. ¿Se te ocurren modos concretos de responder a la llamada, a la amistad con Dios? ¿Cuáles?
2. ¿Sabes dar cauce a este deseo? ¿El tumulto de muchas voces chillonas ha sepultado la llamada (nunca tienes tiempo porque tienes muchas cosas que hacer)?
3. ¿Se te ocurren modos concretos de responder a la llamada, a la amistad con Dios? ¿Cuáles?
¡Señor! Ayúdame a hacer en estos días a hacer un poco de silencio en mi corazón, que oiga tu llamada, que la desee, que la espere. Concédele a mi corazón la paz que da el saberse llamado y amado por Ti. ¡Señor! Ayúdame a ponerme en camino, y en camino hacia tu casa.
Para que resuene en tu corazón: armonía, paz, tranquilidad, por la congruencia existente entre el deseo del corazón y la vocación a la amistad con Dios.
Para que resuene en tu corazón: armonía, paz, tranquilidad, por la congruencia existente entre el deseo del corazón y la vocación a la amistad con Dios.