Bienaventurada la que ha creído: estas palabras de santa Isabel a la Virgen María expresan la alegría que está vinculada a la fe. Ha sido precisamente la alegría una de las constantes que han acompañado a las familias que han peregrinado con la Delegación de Pastoral Familiar a la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona. Escribe el Delegado de Pastoral Familiar de la archidiócesis de Madrid
Las familias peregrinas, ante la basílica de la Sagrada Familia
Durante la peregrinación de las familias madrileñas a la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona, hemos podido experimentar la alegría propia de la fe, tal y como hemos podido contemplar en Nuestra Madre en los santuarios en los que hemos consagrado a todas las familias de nuestra diócesis, especialmente las que más sufren: la catedral de Santa María la Real de la Almudena, la basílica de Nuestra Señora del Pilar, el santuario de Nuestra Señora de Montserrat y la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona.
El primer día, tras pasar a los niños por el manto de la Virgen del Pilar, oramos en la capilla dedicada a los mártires claretianos de Barbastro. Es sobrecogedor contemplar, no sólo el perdón rebosante de caridad hacia sus verdugos de aquellos jóvenes que se preparaban para su consagración al Señor, sino la alegría con la que todos, sin excepción, afrontaron su muerte.
Junto con la alegría, otra característica de la fe que nos ha acompañado ha sido la belleza. La hemos contemplado en el arte de cada santuario, en la grandeza de las montañas de Montserrat o del Tibidabo, en el silencio de los monasterios de Poblet y de Santa María de Huerta y, de un manera muy especial, en la obra genial de un hombre sumergido en el Misterio de Dios: Antonio Gaudí.
La consagración de las familias y la visita al templo expiatorio de la Sagrada Familia, de Barcelona, ha sido el momento culminante de nuestra peregrinación. Tenemos que agradecer el afecto, el servicio desinteresado, la catequesis impregnada de una fe ungida y la sabiduría técnica que nos ha ofrecido don José Manuel Almuzara, Presidente de la Asociación pro-beatificación de Antonio Gaudí. Gracias a él, hemos podido saborear el misterio al que nos introduce la belleza de este templo único. Podemos compartir la experiencia descrita en una carta escrita por el escultor Etsuro Sotoo, en la que expresaba cómo, a través de esta obra de Gaudí, descubrió la existencia de Dios.
Merece la pena dar la vida
La fe es fuente de alegría y de belleza porque implica creer en un amor tan grande que, por él, merece la pena dar la vida como hicieron los mártires de Barbastro. Un amor que se desborda en una sobreabundancia manifestada en símbolos como el templo expiatorio de la Sagrada Familia. Es el amor de Cristo que se entrega en totalidad como el Esposo para dar vida a la Iglesia; comunión de amor que se renueva cada día en la Eucaristía, como lo pudimos constatar en la Hora Santa ante Jesucristo sacramentado en el templo expiatorio del Tibidabo.
Creer en el amor de nuestras familias, sanado y transformado por el Espíritu Santo, es fuente de alegría y de asombro ante la belleza de los hogares en los que Cristo ha puesto su morada. Sólo queda agradecer el trabajo del equipo de la Delegación de Pastoral Familiar de nuestra archidiócesis de Madrid, que ha hecho posible esta peregrinación de familias, y la colaboración de la parroquia de San Agustín de Guadalix que, junto con su párroco, don Ignacio, tanto nos ha ayudado.
Fernando Simón
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