Familia, parroquia y escuela deben coordinar mejor sus esfuerzos para hacer frente al gran reto de la «emergencia educativa», a la dificultad ambiental de transmitir la fe y valores sólidos a las nuevas generaciones. Ése es el objetivo que se plantea el nuevo documento de la Conferencia Episcopal (CEE) Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe
alfayomega.es
«La cultura de nuestro tiempo ha logrado conquistar y ha adquirido valores importantes que humanizan muchos aspectos de la vida personal, comunitaria y social», pero «en la mayor pare del mundo», se ha instalado un ambiente que dificulta la transmisión de fundamentos sólidos, sobre los que las nuevas generaciones puedan edificar su vida. Es lo que Benedicto XVI denominó «emergencia educativa». En esta situación, «la fe de los creyentes se encuentra acosada y contrastada» por numerosos interrogantes.
A este reto quiere hacer frente la Conferencia Episcopal, que el lunes hizo público, en su página web, el documento Orientaciones pastorales para la coordinación de la familia, la parroquia y la escuela en la transmisión de la fe. El texto, de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, fue aprobado por la Asamblea Plenaria de otoño de la CEE, y en febrero, la Comisión Permanente del Episcopado le dio el visto bueno definitivo, tras introducirse las enmiendas indicadas por los obispos.
En definitiva, «con el Papa Benedicto XVI», los obispos reflexionan sobre «cómo proponer a los más jóvenes y transmitir, de generación en generación, algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico sentido y objetivos convincentes», y qué respuestas dar a «las nuevas generaciones de hombres y mujeres», que se «preguntan por su identidad y su destino» y desean «fundamentar la vida con valores perennes». La respuesta pasa por la mejor coordinación de las instituciones tradicionalmente clave en la transmisión de la fe y la iniciación cristiana: familia, parroquia y escuela.
¿Cómo hacer un creyente hoy?
Todos los bautizados tienen la «responsabilidad de comunicar activamente la fe» recibida. Pero «¿cómo hacer un creyente hoy?», se preguntan los obispos. «La respuesta no es en absoluta diáfana ni evidente», afirman. «La Iglesia tuvo durante siglos de paganismo ambiental un proceso de iniciación sólido, bien trabado y completo, que asumía a los candidatos a las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los conducía a una fe adulta». Hoy la situación es distinta. «La atmósfera que rodea hoy a nuestras generaciones infantiles y juveniles es muy propicia para engendrar una tupida indiferencia religiosa». Frente a ello, «sólo una iniciación cristiana de muchos quilates puede asegurar, bajo la continua acción de la gracia, la emergencia de cristianos del siglo XXI».
Hay que partir de la premisa de que la fe es un don. «No se trata, pues, sólo de un traspaso o exportación de ideas o valores, normas o prácticas». «Transmitir o comunicar la fe consiste, fundamentalmente, en ofrecer a otros nuestra ayuda, nuestra experiencia..., par que ellos, por sí mismos y desde su propia libertad, accedan a la fe movidos por la gracia de Dios. Transmitir la fe es, pues, preparar o ayudar a otros a creer, a encontrarse personalmente con Dios revelado en Jesucristo.
Pese a todas las dificultades que pueda haber, no vale «la resignación, el lamento, el repliegue o el miedo». «Estamos persuadidos de que, a pesar de todo, y desde una sana antropología, los niños, adolescentes y jóvenes poseen un gran depósito de bondad, de verdad y de belleza que los antivalores reseñados no pueden ocultar ni destruir». En ellos, como decía el ahora Papa emérito, «se advierte una sed generalizada de certezas, de valores y de objetivos elevados que orienten la propia vida».
Para construir sobre ese enorme potencial, «a las nuevas generaciones se les debe ayudar a librarse de prejuicios generalizados y darse cuenta de que el modo cristiano de vivir es gozoso, realizable y razonable. Por ello, más que enseñar conocimientos religiosos desde claves académicas», es preciso facilitar su encuentro personal con Cristo, que es quien «nos revela nuestra identidad y, con Su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud».
La familia
La familia tiene un papel primordial insustituible en la transmisión de la fe, desde el primer «despertar religioso de los hijos», aunque «últimamente experimenta también cambios profundos», constata el documento. «Los lazos y relaciones familiares han mejorado en espontaneidad y libertad, pero han perdido densidad, hondura y estabilidad». Y aunque «la familia sigue siendo un ámbito de referencia altamente reconocido y valorado por sus miembros», ya «no ejerce sobre ellos la influencia determinante de otros tiempos».
Algunos padres, «por respetar la libertad de sus hijos, creen que proponer la fe o invitar a ella a sus hijos contradice dicha libertad; otros padres consideran que la práctica religiosa y los hábitos morales son un camino fundamental para la comunicación de la fe, e incluso se esfuerzan en inculcarlos a sus hijos, pero pronto se ven perplejos y desbordados por el abandono de la práctica religiosa y la contestación de los principios morales cristianos que descubren en los más jóvenes; en otras familias se percibe el descuido de todo lo religioso, una escasa valoración práctica por el cultivo de la vida cristiana y, más en concreto, un debilitamiento de los vínculos de pertenencia a la Iglesia».
Al mismo tiempo, los obispos agradecen la labor de «tantos hombres y mujeres, padres y madres de familia que, solos o en matrimonio, se esfuerzan por vivir en coherencia con su fe en Jesucristo» y, «a pesar de las dificultades, se preocupan por comprender la fe», y «formarse adecuadamente» para educar cristianamente a sus hijos. La Iglesia debe «hacer el máximo esfuerzo» para «ayudar, servir y acompañar» a estas personas, afirma el documento. «Es imprescindible y urgente facilitar a las familias materiales adecuados para la formación y educación de la fe en todas las edades», se dice en otro punto del texto.
La parroquia
También la catequesis en la parroquia se topa hoy con difíciles obstáculos. «La catequesis va mejorando» y un gran número de padres sigue solicitándola para sus hijos, pero a menudo sucede que «desean el rito sacramental principalmente por su relieve social. Este desajuste entre la propuesta de la Iglesia y el deseo de muchos candidatos constituye un serio problema pastoral». Además, hoy no puede darse por supuesto ya que el niño haya recibido un primer anuncio en la familia.
Para una catequesis efectiva, es necesario hoy capacitar bien a los catequistas, de modo que «puedan afrontar los desafíos que la cultura moderna presenta a la fe cristiana». Además, la parroquia debe ofrecer una «liturgia viva, cuidada» adecuada a cada edad.
El documentos de la CEE se centra en niños y jóvenes, pero se menciona también la situación de «muchos cristianos adultos inmaduros en su fe», que se plantean recuperar una práctica religiosa coherente. Faltan estructuras adecuadas para sus necesidades, se advierte. Estas personas «se plantean con sinceridad cuestiones fundamentales en su vida buscando respuestas a sus dudas de fe, pero muchas veces no llegan a encontrar a quien dirigirse en busca de ayuda y apoyo, pues más allá de respuestas prefabricadas a cuestiones que nadie se plantea necesitan de una acogida reposada y dialogante, servicial y desinteresada por parte de creyentes, laicos, religiosos o sacerdotes, que les orienten en su camino de fe».
La escuela católica
«La enseñanza de la religión y la escuela católica» conforman el tercero de los pilares abordados para la transmisión de la fe. Su misión es «integrar la dimensión religiosa de la persona y, más en concreto en nuestra cultura, la tradición de la fe cristiana», se afirma.
La emergencia educativa afecta a la escuela de forma muy directa. En las últimas décadas, se ha conseguido en España un gran avance en lo que respecta al acceso a la educación, pero a la vez «puede constatarse una pérdida de influencia de la escuela frente al peso de otras instancias en la transmisión de la cultura». Se ha pasado «de una concepción humanista» a una mentalidad tecnificista. «La educación no se concibe ya solo, ni principalmente, como educación para el perfeccionamiento personal del individuo, sino, ante todo, como una preparación para la vida profesional». El resultado es una «crisis en la transmisión de valores y saberes, así como el empeño excesivo por unas metodologías donde prima el activismo». Y «a ello hay que unir el empeño por la deconstrucción de lo existente, que ha llegado a desechar todo valor que pudiera ser considerado como tradicional o antiguo. Así, el esfuerzo, la memoria, el sacrificio y, sobre todo, el sentido de la vida han sido eliminados de la educación escolar. En este contexto, la dimensión trascendente de la persona humana, elemento fundamental de la educación integral, resulta anacrónico, cuando no es excluido y combatido en el quehacer escolar. Como consecuencia, la enseñanza religiosa pasa a un segundo o tercer plano en el aprendizaje».
Para responder a estos desafíos culturales y que la escuela católica pueda cumplir su misión, debe partirse de una «proyecto educativo» que ponga «el Evangelio como centro y referente en la formación de la persona y para toda la propuesta cultural». Otra idea clave en el documento es comunión. Y en ese aspecto, es fundamental «la autoridad del obispo», que no sólo afecta «a la catequesis y a la vigilancia sobre la clase de Religión», sino también «a la salvaguarda de su identidad y organización, incluso cuando la escuela católica es promovida por institutos religiosos».
La asignatura de Religión
La asignatura de Religión se presenta en el documento como «síntesis orgánica y explicitada de modo que entre en el diálogo con la cultura y las ciencias humanas, a fin de procurar al alumno una visión cristiana del hombre, de la historia y del mundo, y abrirle desde ella a los problemas del sentido último de la vida».
En las últimas décadas, la Iglesia ha hecho un gran esfuerzo «por cuidar el derecho y deber de padres y alumnos católicos a la enseñanza religiosa en la escuela, así como en preparar a un profesorado capacitado y en elaborar los programas adecuados», pero se ha topado con «dificultades legislativas y administrativas», cuando no «la indiferencia e infravaloración por parte de padres y alumnos, y hasta el menosprecio que la enseñanza religiosa experimenta entre los conocimientos científicos y sociales». Los obispos presentan en el documento «algunos motivos que autorizan su presencia», como que «es necesaria para comprender la civilización europea» o que, «bien realizada, favorece la unidad interior del alumno creyente», ya que «le brinda motivos para vivir, le ofrece valores morales a los que adherirse y le indica caminos para orientar su comportamiento», además de abrirle a «las grandes preguntas del ser humano».
Más coordinación
El documento desemboca así finalmente a la necesidad de «articular un proyecto común de coordinación» entre familia, parroquia y escuela. Hace falta, entre otras cosas, «una relación frecuente de los padres con los catequistas y demás agentes de pastoral infantil». Y se pide a la parroquia que «invite, con cierta periodicidad, a encuentros y convivencias a los matrimonios y familias».
Para que la coordinación no quede sólo «en buenos deseos», «conviene programar y concretar algunos contenidos, que deben ser las bases de una itinerario, y que cada diócesis puede adaptar» después según sus necesidades. El documento desciende a un nivel de gran detalle, casi a modo de manual para profesores, y ofrece contenidos concretos para esos itinerarios pedagógicos.
En ese aspecto, se plantean las especificidades, necesidades, retos y oportunidades de cada tramo de edad. Por ejemplo, en lo que respecta a la infancia, se subraya la importancia de que, «al menos desde el punto de vista cuantitativo», tantas familias soliciten los sacramentos de iniciación cristiana para sus hijos y la clase de Religión. «Existen unos años, de seis a nueve aproximadamente, en los que se nos ofrece una mayor posibilidad de coordinación. Es el tiempo de catequesis de iniciación sacramental, en el que la parroquia hace un gran esfuerzo en la transmisión de la fe y en el cuidado del grupo de catequizandos; la enseñanza religiosa escolar informa sobre la síntesis de fe, presente en el currículo oficial; y la familia se esfuerza por completar la educación cristiana de los hijos». La situación exige «hacer un esfuerzo grande de coordinación» en esta etapa, y que «padres, catequistas y profesores programen celebraciones conjuntas con los niños, donde ellos puedan celebrar la comunión de fe y de vida con quienes están ayudándoles en su crecimiento y maduración».
R.B.