Aunque las palabras sean las mismas, no es igual decir una cosa antes, después, o en el momento inicialmente previsto. Esto es lo que pasa con la biografía, el poema o el testimonio -llámelo como usted desee- que dejó escrito, poco antes de su muerte, María de Villota sobre su accidente y su recuperación física y emocional
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María de Villota, piloto de Fórmula 1
Quien busque explicaciones o culpables a su accidente no los encontrará. María hizo opción por crecer, no por relamerse las heridas. La protagonista es ella, lógico, pero es una mujer que ha tenido la suerte de contar con un completísimo elenco de personas a su lado: sus padres, su hermano, su hermana Isabel -presente en el circuito de Duxford el día del accidente-, su novio, Rodrigo, amigos, doctores... y, por supuesto, Dios, omnipresente en su vida y también en las páginas de su libro La vida es un regalo (Plataforma editorial), que iba a presentar en estos días.
De su padre, Emilio, aprendió a luchar con tenacidad, a no rendirse en los momentos difíciles. De él aprendió la máxima que la guió en su vida: «Lo logró porque no sabía que era imposible». Valgan un par de momentos como muestra.
Un nuevo rostro
María se rompió el cráneo, perdió masa cerebral, perdió el ojo, algunos nervios e, incluso, el sentido del olfato. Lo más duro era aceptar cómo quedaría su cara, pero como no había espejos en la habitación de su hospital, tampoco se planteaba en qué situación se encontraba.
Todo fue por casualidad. Iba de paseo en silla de ruedas. La conducía su madre y, casi sin querer, se metieron en un aseo del hospital que sí tenía espejo. «Se me cayó el alma a los pies -explica-. Vi la cara de una mujer con gesto torcido, atravesado por una cruz de puntos que iba desde mi frente hasta la comisura de mi boca, pasando por mi nariz. El párpado derecho estaba cerrado, pero otros puntos unían una gasa a mi cara desde el lagrimal y otra cicatriz rodeaba mi ojera hasta mi oreja y daba la vuelta alrededor de mi cabeza. Mi gesto era una mueca, mis músculos no eran simétricos, mi cara no era simétrica, el lateral derecho de mi cabeza era un planchazo, en el cuello otro tajo feo». Y peor aún: «Desde lo más profundo, y casi como un suspiro, dije: ¿Quién me va a querer a mí...?»
La madre sabía que cualquier cosa que dijera no daría consuelo a su hija de 30 años: «Al ver yo su cara -explica María-, mi actitud cambió radicalmente. Entonces dije con gracia al espejo: ¡¡¡Quita bicho!!!» Madre e hija rieron. La piloto acababa de ganar otra carrera en su vida.
María asegura que el humor fue parte de su recuperación: «Reaccioné con aquella broma, involuntariamente, para alegrar a mi madre, pero os diré qué fue lo que me salvó: le quité importancia, dejé que el tiempo me diera esperanza». Los médicos y su familia hicieron el resto.
¿Creéis en el destino?
María de Villota, de niña, jugando
entre muñecas y trajes de competición
Lanza esta pregunta a los lectores: «Yo estoy convencida de que la pérdida de mi ojo ha sido por alguna razón. Pienso que ha sido porque me esperaba otra cosa en la vida, además de los coches. Algo más importante». Esa respuesta llegó enseguida. El 3 de septiembre de 2012 moría Javi, un sobrino suyo que había nacido con una enfermedad rara. Acudió al funeral. La escena fue desoladora, y María se preguntaba: «¿Por qué un niño de tres años? ¿Por qué no me fui yo, yo ya viví una vida plena?» Una vez más, la respuesta llegó con rapidez: «Desde ese momento supe que ésa era la razón por la que yo estaba aquí: tenía que hacer algo, ayudar a Javier, su padre, para que todos los niños que sufren esta enfermedad tengan una vida mejor». Se lo comentó a Javier, quien la nombró madrina de la Fundación Ana Carolina Diez Mahou, que él mismo dirige, y que, como a su hijo, se dedica a atender a niños con enfermedades neuromusculares mitocondriales.
Sacar lo mejor de uno mismo
María de Villota, con su madre
Un médico conocido de la familia le dijo por esas fechas: «El accidente ha sacado lo mejor de ti». Así fue. Le ayudó a ir superando cada uno de los obstáculos que le salían al encuentro: caminar, aceptar tener un solo ojo y un rostro deformado, una nueva forma de verse como mujer, ¡volver a sacarse el carnet de conducir, con un solo ojo!, impartir conferencias de seguridad vial, nuevas operaciones e, incluso, a caminar una vuelta en la Sansilvestrada 2012 de Santander.
Con todo, uno de los momentos más emocionantes de una mujer que escribe un libro que titula La vida es un regalo fue su nuevoprimer cumpleaños, el 3 de julio de este año, día en el que celebraba, efectivamente, que volvía a la vida. Pudo haber organizado una gran recepción en su casa, pero su opción fue acudir, una vez más, a la Fundación que amadrinaba y a la que acudía regularmente, para dedicar tiempo a los niños enfermos que atienden allí.
La filosofía de vida de María es muy clara: «No creo en la frase Lo que no te mata te hace más fuerte. Tú te haces más fuerte cuando no te centras en lo que te mata». Después de leer este libro, pregúntese si es verdad o no el comunicado que difundió su familia tras sufrir su fallecimiento, en Sevilla, el pasado 11 de octubre: «Queridos amigos: María se nos ha ido. Tenía que ir al cielo como todos los ángeles. Doy gracias a Dios por el año y medio de más que la dejó entre nosotros. Firmado: Familia Villota».
Fernando de Navascués
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