martes, 2 de abril de 2013

Cine: OZ


Oz, un mundo de fantasía

Fotograma de Oz, un mundo de fantasía
Ahora que están de moda los remakes, reboots, spin-offs y secuelas, es realmente audaz plantear una precuela de un clásico universal e inmortal como El mago de Oz. Y más osado aún rodarla, sabiendo que millones y millones de personas custodian celosas la memoria del clásico protagonizado por Judy Garland, y van a ser espectadores tremendamente exigentes. Disney tenía en mente un productor experto en cuentos clásicos: Joe Roth, productor de cintas como Blancanieves y la leyenda del cazador o Alicia en el País de las maravillas. Pero había que encontrar un director que supiera combinar el más recio clasicismo con el dominio de las modernas técnicas digitales y el 3D. La elección recayó sobre Sam Raimi, responsable de la moderna y exitosa saga de Spider Man.
El guión debía basarse libremente en los múltiples relatos que Lyman Frank Baum escribió a principios del siglo XX sobre El mago de Oz. Y se le encargó a Mitchell Kapner (Falsas apariencias) y a David Lindsay-Abaire, co-autor del libreto de la película de animación Robots, y guionista de Corazón de tinta y El origen de los guardianes. Para completar los ingredientes, tres actores de prestigio: James Franco, Rachel Weisz y Michelle Williams.
Sin embargo, en el séptimo arte no bastan los ingredientes, tiene que darse esa especie de milagro que hace que una película funcione y otra no. Ésta ha funcionado, y lo que es más meritorio, ha gustado a los nostálgicos de Oz. La película nos explica lo que ocurrió en la Ciudad Esmeralda antes de la llegada de Dorita, nos cuenta de dónde sale la bruja y el porqué de ese farsante mago bondadoso llamado Oz. Y lo hace componiendo un permanente homenaje al clásico de la Metro de 1939. Desde ese comienzo en blanco y negro y formato 1:1,33, el recurso al tornado, el despliegue de colores, o los simpáticos personajes Munchkin. Hay dos temas centrales en esta precuela de Raimi: la fe y la memoria del padre. La fe entendida, no en clave religiosa, sino como confianza en alguien y en uno mismo, como ilusión ciertamente voluntarista. Una fe considerada como energía e ímpetu, muy característica de tantas películas americanas. La fe que el hada Glinda tiene en Oscar Oz es lo que a él le va a hacer cambiar. También hay algunas alusiones religiosas, como cuando Oz le promete a Dios que va a cambiar si le da una nueva oportunidad, tema también muy americano. La cuestión de la memoria del buen padre perdido, emparenta curiosamente a esta película con la Blancanieves de Pablo Berger. Glinda está definida por el recuerdo de su padre, asesinado por sus hijas, las brujas malas.
Pero además del típico arco de transformación del protagonista, que de ser un egoísta redomado acaba descubriendo la importancia de darse a los demás, la película se suma al homenaje que Scorsese hizo a los orígenes del cine. Si aquel celebró la magia de Meliés en La invención de Hugo, ésta rememora la figura de Thomas Alva Edison y sus descubrimientos tecnológicos. También hay en la cinta de Raimi ecos de los homenajes a la edad de oro del ilusionismo que fueron El truco final (El prestigio) o El ilusionista. En definitiva, un excelente producto de entretenimiento para toda la familia, visualmente fascinante, y que se mueve en los clásicos parámetros del bien que vence al mal, gracias al amor.
 Juan Orellana alfayomega.es

No hay comentarios: