jueves, 10 de julio de 2014

Para el trabajo del Sínodo:


Cultivar el deseo de familia
«Está en juego la felicidad de mucha gente y la justicia entre las generaciones», escribe el obispo auxiliar de Madrid monseñor Juan Antonio Martínez Camino, ante el gran desafío de anunciar hoy el Evangelio de la familia

Testimonio en la Misa de las Familias
en la Plaza de Colón (diciembre de 2013)
El día de San Juan, se hizo público en Roma el llamado Instrumento de trabajo para el Sínodo de los Obispos convocado por el Papa Francisco para el próximo mes de octubre. Será una Asamblea General Extraordinaria, compuesta básicamente por los Presidentes de todas las Conferencias Episcopales del mundo. En 2015, en cambio, se reunirá una Asamblea General Ordinaria, compuesta por obispos enviados por las Conferencias Episcopales, elegidos específicamente para participar en el Sínodo. Ambas Asambleas tratarán del mismo tema: Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización. El Papa lo considera de gran importancia para la Iglesia y para el mundo de hoy. En octubre, se estudiará el estado de la cuestión, y en 2015 se determinarán las respuestas pastorales que hayan de ser presentadas al Papa, de modo que él pueda ofrecer orientaciones o decisiones para toda la Iglesia.
El Instrumento de trabajo es ya el segundo documento que se genera en el proceso de preparación del Sínodo. El primero fue el llamado Lineamenta, una especie de encuesta respondida en enero pasado por todas las Conferencias Episcopales y otras instituciones y personas. Ahora, el Instrumento de trabajo recoge, de modo ordenado, las respuestas recibidas. Este documento y la Introducción que haga el Relator General, en la inauguración de la Asamblea, constituyen el punto de partida de los debates sinodales. El Relator General será, en este caso, el cardenal arzobispo de Budapest, Peter Erdö.
Tanto los Lineamenta como el Instrumento de trabajo son, como indican sus propios nombres, documentos de carácter instrumental para ayudar a los obispos en sus deliberaciones sinodales. No son enseñanza del Magisterio; no constituyen, en sentido estricto, doctrina católica autorizada. Es importante tener esto en cuenta. No se trata de textos dotados de autoridad magisterial, como pueden ser las Cartas apostólicas, las Exhortaciones pontificias, las encíclicas o, por supuesto, las Constituciones o Declaraciones conciliares. En este sentido, tampoco son equiparables a las Cartas pastorales de un obispo o a los documentos doctrinales de una Conferencia Episcopal.
Sin embargo, el Instrumento de trabajo nos ofrece una visión muy interesante de cómo se siente hoy en toda la Iglesia la problemática de la familia. Sus setenta y siete páginas se dividen en tres grandes partes: la primera trata sobre comunicar el Evangelio de la familia hoy; la segunda, sobre la pastoral de la familia frente los nuevos desafíos; y la tercera, sobre la apertura a la vida y la responsabilidad educativa. De una primera lectura, me han quedado en la mente tres acentos que atraviesan el texto: el deseo de familia; el deseo de formación; y la necesaria valentía para una propuesta y una vida contra corriente.
Formación para encauzar el deseo de familia
Llama la atención que, en medio de las dificultades por las que hoy pasan el matrimonio y la familia, se constata, sin embargo, un gran deseo de familia, especialmente entre los jóvenes. Es natural, porque la familia no es algo accidental en la existencia humana. En ella se juega la vitalidad de la fuerza del amor capaz de sostener la vida. Sin ella, la vida estaría dominada por los intereses y por el miedo, más que por la bondad y la belleza de vivir juntos y por «la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar», como escribe el Papa Francisco en la encíclica Lumen fidei, 51. El individualismo y el materialismo que impregnan tan ampliamente las condiciones de la vida actual, dañan al matrimonio y a la familia, pero no son capaces de erradicar su deseo de los corazones.
Los desafíos que se le plantean a la Iglesia y a la sociedad en este campo son numerosos. El documento los enumera de modo casi exhaustivo. No se dice si son más o menos que en tiempos pasados. No se trata de enjuiciar negativamente a nuestros contemporáneos. El caso es que, en el fondo, nos encontramos ante una cuestión antropológica de hondo calado. Lo dice el Instrumento de trabajo en muchos lugares. Está en cuestión la comprensión adecuada del ser humano y de su existencia. Está en juego, por tanto, la felicidad de mucha gente y la justicia entre las generaciones. De ahí que la demanda de más formación sobre lo que significa el matrimonio y la familia, sea también hoy muy generalizada:
«La catequesis sobre el matrimonio y la familia hoy no se puede limitar solamente a la preparación de la pareja para el matrimonio; es necesaria una dinámica de acompañamiento vinculado a la experiencia que, mediante testigos, muestre la belleza de lo que nos transmiten el Evangelio y los documentos del magisterio de la Iglesia sobre la familia. Mucho antes de que se presenten para el matrimonio, los jóvenes necesitan que se les ayude a conocer lo que la Iglesia enseña y por qué lo enseña» (19).
Pero la formación no es sólo necesaria para que los jóvenes puedan encauzar bien su deseo de familia. También es muy necesaria para que los sacerdotes y los demás encargados de la transmisión de la fe puedan acompañar bien a jóvenes y mayores. Se constata repetidamente en el documento un déficit en este campo, que hace que, con demasiada frecuencia, las implicaciones antropológicas del Evangelio de la familia no sean ni siquiera abordadas en las homilías o en los programas catequéticos y formativos. O bien, que sean mal enfocadas por falta de conocimientos claros acerca del significado de la sexualidad en la identidad de la persona; acerca de la verdad del amor conyugal; acerca de la naturaleza personal del ser humano y del significado personal de la convocatoria de un nuevo ser humano a la existencia. Por ejemplo, no se entiende bien lo que, en este contexto, significa natural, ni lo que aporta una visión completa de la realidad del ser humano a las relaciones familiares y sociales. Podría decirse que, según el Instrumento de trabajo, una de las claves fundamentales para responder a los desafíos actuales sobre el matrimonio y la familia se halla en la formación de los formadores y de los jóvenes. De hecho, donde la formación y la vida cristiana son buenas, el Evangelio de la familia es conocido y vivido con gozo, e incluso con entusiasmo, según dicen las respuestas.
Una misión profética
Es necesario, sin duda ninguna, entender bien la situación del hombre contemporáneo en sus diversos contextos geográficos y culturales. Lo intentarán los obispos en los próximos Sínodos sobre la familia. Con todo, la Iglesia no renunciará a su misión profética. El Instrumento de trabajo reconoce de nuevo que el magisterio de Pablo VI fue profético «al subrayar la unión inquebrantable entre el amor conyugal y la transmisión de la vida». Y reconoce también que era bien consciente de que tampoco en esto se maravilla la Iglesia de verse convertida en signo de contradicción. El Papa Francisco observa, en la misma línea del próximo Beato Pablo VI, que la Iglesia «ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona» (Lumen fidei, 52).
Vivir de verdad el amor no es barato; no se consigue fácilmente, sin el esfuerzo de la formación, sin los sacrificios de la fidelidad y sin el coraje de la resistencia a los tópicos. Pero la experiencia de los testigos muestra que vale la pena hacer realidad los deseos más hondos del corazón humano.
+ Juan Antonio Martínez Camino

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