viernes, 1 de noviembre de 2013

Roma acoge la gran fiesta de las familias, en el Año de la fe


Donde se aprende a amar
El Papa Francisco ha presidido, en el Vaticano, la peregrinación de las familias en el Año de la fe, con la participación de más de cien mil personas. El Papa subrayó la importancia del testimonio de las familias cristianas en un mundo secularizado, y les pidió que se acerquen «con atención y afecto a las familias que atraviesan por dificultades» de cualquier tipo. «La buena nueva de la familia -dijo- es una parte muy importante de la evangelización, que los cristianos pueden comunicar a todos con el testimonio de sus vidas». El Papa quiere familias misioneras, en las que la alegría sea la prueba de fuego de que Dios está presente en ellas
alfayomega.es

Vista de la Plaza de San Pedro del Vaticano,
el pasado domingo, momentos antes de la celebración
de la Santa Misa
La familia es el lugar en el que se aprende a amar. Éste es el mensaje que ha dejado el Papa Francisco, el fin de semana último de octubre, en la gran fiesta de las familias que presidió en la Plaza de San Pedro del Vaticano, con la participación de más de cien mil personas, familias venidas de más de setenta países.
No sólo parejas, sino también niños, muchos niños, y abuelos, muchos abuelos, presentes en esta peregrinación de las familias a la tumba de san Pedro, que para el Santo Padre constituye uno de los momentos culminantes de este Año de la fe, que concluye el próximo 24 de noviembre.
En los dos encuentros principales, la fiesta de las familias del sábado por la tarde, y la multitudinaria misa del domingo, el Papa Francisco presentó la realidad de la familia como el secreto para encontrar la alegría de la vida, incluso en momentos de dificultad.
Fiesta de las familias del mundo
Las familias se reunieron con el lema Familia, vive la alegría de la fe. El encuentro festivo del sábado, en una tarde que más parecía de verano que de otoño, permitió al Papa hablar de corazón a corazón, en italiano, improvisando en ocasiones. «La vida a menudo es pesada, muchas veces incluso trágica», comenzó reconociendo el Papa, hablando como si sólo se dirigiera a una sola persona. «Trabajar cansa; buscar trabajo es duro. Y encontrar trabajo hoy requiere mucho esfuerzo. Pero lo que más pesa en la vida no es esto: lo que más cuesta de todas estas cosas es la falta de amor».
Y añadió: «Pesa no recibir una sonrisa, no ser querido. Algunos silencios pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos. Sin amor, las dificultades son más duras, inaguantables. Pienso en los ancianos solos, en las familias que lo pasan mal porque no reciben ayuda para atender a quien necesita cuidados especiales en la casa».
Pensando especialmente en ellas, dijo el Papa Francisco: «Queridas familias, el Señor conoce nuestras dificultades: ¡las conoce! Y conoce los pesos de nuestra vida. Pero el Señor sabe también que dentro de nosotros hay un profundo anhelo de encontrar la alegría del consuelo».
Y añadió el Santo Padre: «Esto es lo primero que quería compartir con vosotros esta tarde, y son unas palabras de Jesús: Venid a mí, familias de todo el mundo -dice Jesús-, y yo os aliviaré, para que vuestra alegría llegue a plenitud. Y estas palabras de Jesús llevadlas a casa, llevadlas en el corazón, compartidlas en familia. Nos invita a ir a Él para darnos, para dar a todos la alegría».
Los fieles no cabían en la Plaza de San Pedro y el río humano se prolongó por la Vía de la Conciliación, en la que se elevaban globos de colores, expresión de la fiesta mundial que vivía en ese día Roma.
«Y, usted, ¿no ha traído globo?», había preguntado el Papa, bromeando, al regente de la Casa Pontificia, el padre Leonardo Sapienza, al llegar al atrio de la basílica de San Pedro. Junto al prelado esperaban al Papa unos diez niños, con globos en los que podía leerse en italiano: Te queremos. Una de las pequeñas, Federica, dirigió unas palabras al Papa Francisco en las que le contó que su abuela, Angela, hace unas chuletas estupendas, y que le enseña oraciones. El Santo Padre no desperdició la oportunidad, como hacía cuando era catequista, para preguntar a los niños si saben hacer la señal de la Cruz.
Música, cine y testimonios

Los obispos, en la fiesta del sábado, se disponen,
junto a todas las familias en la Plaza de San Pedro,
a lanzar los globos a lo alto
La fiesta estuvo acompañada por la intervención de músicos, como Giovanni Allevi, el joven pianista, compositor y director de orquesta, italiano que está triunfando entre un público juvenil, el grupo Gospel Hope Singer, y la norteamericana Sarah Hart, símbolo de la música cristiana. El cine también estaba simbólicamente presente en la Plaza de San Pedro con los hermanos Taviani, directores que han dado a conocer al Papa Sicilia con Kaos. Durante el encuentro, se pidió a las personas que enviaran a través de un SMS un pequeño donativo para las familias que tanto están sufriendo en Siria.
Antes de que el Papa tomara la palabra, escuchó los testimonios de algunos de los presentes, parejas de novios y de casados. Entre ellos, se encontraba una familia huida de Siria a causa de la guerra, y una de las familias de la isla italiana de Lampedusa que asiste a los inmigrantes que desembarcan arriesgando la vida. Uno de ellos, un refugiado nigeriano, explicó cómo ha encontrado en ese puño de tierra la solidaridad que le ha vuelto a dar esperanza a pesar de su difícil situación.
En la prosperidad y en la adversidad

El Papa Francisco acoge a los pequeños
de una familia, en la celebración de la fiesta del sábado
«En la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad», recordó el Papa, haciendo referencia a la fórmula de los esposos en el sacramento y en la celebración de su matrimonio. ¿Por qué ha introducido esta fórmula la Iglesia en la liturgia, se preguntó el Papa. «Porque lo necesitan para el largo viaje que han de hacer juntos: un largo viaje que no es a tramos, ¡dura toda la vida! Y necesitan la ayuda de Jesús, para caminar juntos con confianza, para quererse el uno al otro día a día, y perdonarse cada día».
Para lograr este objetivo, ofreció su consejo: «Es importante saber perdonarse en las familias, porque todos tenemos defectos, ¡todos! A veces hacemos cosas que no son buenas y hacen daño a los demás. Tener el valor de pedir perdón cuando nos equivocamos en la familia...»
Pero la familia no es necesaria sólo en los momentos de dificultad, también tiene un papel decisivo en los momentos hermosos de la vida, reconoció el obispo de Roma: «El descanso, la comida juntos, la salida al parque o al campo, la visita a los abuelos, la visita a una persona enferma... Pero si falta el amor, falta la alegría, falta la fiesta, y el amor nos lo da siempre Jesús: Él es la fuente inagotable».
El domingo por la mañana, al celebrar la Eucaristía -en la que concelebró el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española-, el Papa continuó su reflexión sobre la alegría que sólo la familia puede dar.
La verdadera alegría

Una imagen bien expresiva
en la Plaza de San Pedro
«La verdadera alegría que se disfruta en familia no es algo superficial, no viene de las cosas, de las circunstancias favorables... La verdadera alegría viene de la armonía profunda entre las personas, que todos experimentan en su corazón y que nos hace sentir la belleza de estar juntos, de sostenerse mutuamente en el camino de la vida».
«En el fondo de este sentimiento de alegría profunda -prosiguió-, está la presencia de Dios, la presencia de Dios en la familia, está su amor acogedor, misericordioso, respetuoso hacia todos. Y, sobre todo, un amor paciente: la paciencia es una virtud de Dios y nos enseña, en familia, a tener este amor paciente, el uno por el otro», subrayó. Ésa es, por tanto, la prueba de fuego para la familia cristiana: «¿Cómo es la alegría en tu casa?», preguntó el Papa a los presentes. «¿Cómo va la alegría en tu familia? ¿Eh? Dad vosotros la respuesta».
El Papa concluyó con una invitación a corazón abierto a «tener paciencia entre nosotros. Amor paciente. Sólo Dios sabe crear la armonía de las diferencias. Si falta el amor de Dios, también la familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos, y se apaga la alegría. Por el contrario, la familia que vive la alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la sociedad».
Jesús Colina. Roma
¿Escuchas a los abuelos?
Los abuelos son la sabiduría de la familia. De ello es un firme convencido el Papa Francisco, que lanzó una pregunta directa a quienes participaron el sábado en la fiesta de la familia: «¿Vosotros escucháis a los abuelos?» Y añadió: «¿Abrís vuestro corazón a la memoria que nos transmiten los abuelos?»
«Los abuelos son la sabiduría de la familia, son la sabiduría de un pueblo -aseguró-. Y un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere»
«Toda familia, como la de Nazaret, forma parte de la historia de un pueblo y no podría existir sin las generaciones precedentes», añadió. Mirando a su alrededor, a las más de cien mil persona presentes, prosiguió el Santo Padre: «Y por eso hoy tenemos aquí a los abuelos y a los niños. Los niños aprenden de los abuelos, de la generación precedente».
Tres palabras clave para el éxito de una familia
«Permiso, gracias, perdón». En estas tres palabras clave, el Papa Francisco resume el éxito de una familia. Ante todo, explicó en la fiesta de las familias que se celebró la tarde del sábado en la Plaza de San Pedro del Vaticano, «pedimos permiso para ser respetuosos en la familia». -«¿Puedo hacer esto? ¿Te gustaría que hiciese eso?», ejemplificó.
En segundo lugar, el Papa invitó a decir gracias. «¡Digamos gracias, gracias por el amor! Pero dime, ¿cuántas veces al día dices gracias a tu mujer, y tú a tu marido? ¡Cuántos días pasan sin pronunciar esta palabra: Gracias
La última palabra clave es perdón: «Todos nos equivocamos y a veces alguno se ofende en la familia y en el matrimonio, y algunas veces -digo yo- vuelan los platos, se dicen palabras fuertes, pero escuchad este consejo: no acabéis la jornada sin hacer las paces», dijo. «¡La paz se renueva cada día en la familia! ¡Perdóname! Y así se empieza de nuevo. Permiso, gracias, perdón».
Y entonces, dirigiéndose a la multitud, como buen catequista, preguntó: «¿Lo decimos juntos?» Un enorme Sííííírecibió como respuesta.
Cerciorado de que el auditorio había comprendido bien su mensaje, concluyó: «¡Permiso, gracias, perdón! Usemos estas tres palabras en la familia».

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