viernes, 21 de junio de 2013

La acogida en la Iglesia a separados y divorciados

El corazón no es de quien lo rompe, es de Quien lo repara
En España se rompe un matrimonio cada cuatro minutos; muchos de ellos, por la Iglesia. ¿Qué se puede hacer para prevenir? ¿Qué lugar tienen en la Iglesia los separados y divorciados? ¿Qué remedio ofrece para sanar ese sufrimiento?
alfayomega.es
Para que la mentira triunfe, sólo hay que cambiar el lenguaje: circulan por Internet anuncios de despedidas de casado; la gente sale de fiesta para celebrar mi divorcio; las caras conocidas de las revistas rehacen su vida con otras parejas; hasta jefes de Estado se divorcian en directo por televisión; los matrimonios se rompen porque se nos acabó el amor, y se multiplican los singles rebotados de relaciones anteriores que aseguran: Ya no creo en el amor... Sin embargo, el deseo de cada corazón grita: Quiero un amor para toda la vida.
¿Qué sucede para que se haya disparado el número de separaciones y divorcios? Sin duda, la legislación ayuda: desde la aprobación de la ley del divorcio-exprés, las rupturas se han multiplicado, pero este dato solo no basta para explicar este fenómeno en expansión. Hay deficiencias de base, que hay que identificar primero para poder solucionar después.
Doña María Álvarez de las Asturias, Defensora del Vínculo en el Tribunal Eclesiástico de la diócesis de Madrid y Directora del Instituto de orientación familiar Coincidir, destaca como dato más llamativo «la falta de conocimiento de los esposos entre sí: hoy nos encontramos con personas que, en el momento de decidir casarse, no hablaron sobre su proyecto de matrimonio y de familia, ni sobre los hijos, y ni siquiera saben si para su cónyuge es importante la vida espiritual y sacramental... Vemos muchos casos de contrayentes que van al matrimonio sin un conocimiento mínimo del otro». En el día a día del Tribunal «estamos percibiendo que se rompen matrimonios con muy pocos años de vida en común. Eso debe alertarnos: quizá las condiciones en que se contrajo ese matrimonio no eran las idóneas, o a las primeras dificultades no han sabido hacerles frente».
Esta erosión del matrimonio y de la familia, iniciado hace algunas décadas, llega hoy hasta nosotros con consecuencias dramáticas. Emanuele Scotti, un laico italiano que sufrió una separación hace años, es el Presidente de Sposi per sempre (Esposos para siempre). Desde su experiencia, advierte que «hay una cada vez menor comprensión del significado del sacramento del Matrimonio, y es un problema que ha entrado de lleno en la Iglesia» -recientemente, la diócesis de Sevilla ha tenido que trasladar parte de sus expedientes de nulidad matrimonial a la diócesis de Toledo, debido a la ingente cantidad de casos-. Scotti añade que «la gente se une con mucha superficialidad, y se separa con la misma superficialidad. Hace falta en el hombre y en la mujer de hoy un proceso de maduración humana. La generación de mis padres maduraba muy pronto; la mía madura más tarde; las generaciones de ahora madurarán todavía más tarde; y algunos no madurarán nunca... Los psicólogos lo llamanadultescencia (personas cronológicamente adultas, pero interiormente adolescentes). Hay una incapacidad para afrontar los problemas de la vida, de llevar adelante un proyecto común, de soportar la frustración, de resistir a las crisis». Junto a todo ello, se ha difundido en nuestra sociedad una idea del amor «muy ligada a un ideal de perfección romántica, un poco abstracto. Es una percepción del amor emotivista: Si no siento el amor, entonces el amor ha desaparecido. No nos damos cuenta de que el amor a tu mujer, el amor a tu marido, es en buena parte un acto de voluntad: Yo quiero amarte, porque he elegido amarte».
Un cursillo no es suficiente
Desde hace tiempo, la Iglesia ofrece a los matrimonios en crisis el impagable servicio de los Centros de Orientación Familiar (COF), muchos de ellos vinculados a las diócesis, que permiten a los esposos una ayuda (orientación) que, lejos de organizar la ruptura (mediación), les ofrece las herramientas necesarias para la reconciliación, hasta el punto de que el 70-80% de las parejas que acuden a ellos consiguen recuperar su relación.
Junto a los COF, la Iglesia pide a los novios una preparación específica para el matrimonio: los cursillos prematrimoniales, en los que se ofrecen las bases para una relación estable y fecunda, y en los que se dicen cosas que muchos novios no han escuchado nunca. Sin embargo, estas charlas llegan, para muchos, demasiado tarde... Ya el Papa Benedicto XVI alertaba del riesgo de «un sacramento celebrado sin fe», lo que acarrea después la «situación de sufrimiento de estas personas», algo que «hay que analizar».
Doña María Álvarez de las Asturias confirma que «los cursos de preparación son justo antes de la boda, cuando la decisión ya está tomada y muchos novios llegan ya conviviendo; hacen el curso no para formarse, sino para obtener el certificado y acceder al matrimonio por la Iglesia. Entonces, llegamos tarde, el curso ya llega tarde», porque en tan poco tiempo «hay que explicar que la propuesta de la Iglesia sobre el amor conyugal no es algo arbitrario. Un fin de semana de cursillo es mejor que nada, pero no es suficiente. En la Iglesia hay desde hace tiempo una inquietud acerca de esta preparación próxima, y necesitamos una respuesta».
La experiencia en Italia es similar. Emanuele Scotti señala que, «ante tantas separaciones, resulta evidente que existe un problema con la preparación del matrimonio. Desde hace muchos años, existe una discusión acerca de los cursos de preparación al sacramento: si deberían ser más largos, o más profundos, o distintos... La Conferencia Episcopal Italiana ha dado indicaciones interesantes, como que toda la comunidad debe sentir como suya la preparación de los novios, y rece por ellos, un poco como sucedía en la sociedad tradicional; que entienda la importancia de una familia que va formándose, con la oración, con la cercanía... No podemos dejar a los novios solos; y es fundamental que descubran el verdadero significado del sacramento. Incluso dentro de la propia Iglesia, existe el riesgo de perder este sentido, que se convierta la unión en algo meramente horizontal y terreno, una convivencia que pierde el necesario contacto con Dios».
En este sentido, es imprescindible una preparación próxima más profunda, pero también es trascendental la preparación remota, la de niños y adolescentes: «Hay que hacer un esfuerzo en la preparación ya con los niños, porque prepararse para el matrimonio es prepararse para el amor. Ante la emergencia afectiva, la Iglesia propone, entre otras cosas, los cursos de educación afectivo-sexual. En la Iglesia hay hoy cursos de educación afectivo-sexual muy buenos; ésa es la primera herramienta de prevención. Hemos de enseñar a los niños a amar desde pequeños, de cara a la vocación a la que Dios les llame, porque en la actualidad, el término amor ha perdido su significado; designa cualquier cosa, cualquier sucedáneo. Debemos ayudar a los padres a que puedan formar a sus hijos en el amor, conocer los sentimientos y guiarlos, conocer el lenguaje del cuerpo y cómo expresa la verdad del corazón, explicar cómo es la estructura del amor, explicar que si algo es pecado es porque te hace daño, y que vivir las relaciones afectivas como nos empuja a hacerlo el ambiente, en realidad, nos perjudica. Es necesario aprender a amar, y saber que el plan de Dios para el hombre, el amor humano, es una maravilla», afirma María Álvarez de las Asturias. Y siempre hay que tener en cuenta que la mejor preparación para el amor que puede tener una persona es tener unos padres que se quieren: «La base de la felicidad de nuestros hijos es tener unos padres que se quieren mucho. Ésa es la mejor base para su futuro matrimonio, o su vocación a la vida consagrada: la tranquilidad y la seguridad con la que crecen los hijos de unos padres que se quieren», concluye.
¿Un divorcio civilizado?

En el matrimonio, Jesús permanece entre los esposos
Por este mismo motivo, los hijos son las víctimas principales de una separación, o de un divorcio. Recientemente, el Tribunal Supremo ha establecido en interés de los menores la custodia compartida, como la mejor solución para el menor, porque le permite seguir teniendo una relación estable con ambos padres. Sin embargo, los llamados divorcios civilizados no existen, pues, para la Directora de Coincidir, «en una separación pierden todos, y todos quedan tocados. Cuando no se pueden solucionar las dificultades en el matrimonio, y después de haber intentado todas las soluciones posibles, se puede llegar, en algunos casos graves, a la separación, teniendo claro que esa separación no rompe el vínculo; entonces, esa separación se puede acompañar para que tenga los efectos menos nocivos posibles».
Sin embargo, esto no quiere decir que una persona que se separa pueda rehacer su vida con facilidad. El Presidente de Sposi per sempre sostiene: «Yo detesto esta expresión: Rehacer mi viva. ¿Cómo es posible rehacer tu vida? Es muy difícil, es necesario un proceso de purificación de la memoria, porque muchas veces odias tu vida por aquello que sucedió en el pasado». La Directora de Coincidir abunda en que las relaciones sucesivas «desgastan mucho el corazón y tu capacidad de amar, y hacen que te pongas un caparazón: yo no pongo en juego mi corazón en una relación que no va durar, porque voy a sufrir. Esto se ve también en algunos fracasos matrimoniales: hay una incapacidad para la donación definitiva después de pasar de una relación a otra».
Redescubrir el matrimonio
Cuando una separación se produce entre dos bautizados, al dolor de la separación se añade el dilema de permanecer fiel al cónyuge y al sacramento, o embarcarse en una nueva unión que impediría acceder a la Comunión. Scotti ofrece su experiencia personal: «Hay que respetar a la gente que hace una elección distinta, pero yo personalmente he hecho la elección de no rehacer mi vida, y de permanecer fiel en mi matrimonio, a mi esposa y al Señor. Tengo amigos que han hecho una elección distinta, pero siempre se puede decir que es imposible refundar la vida aparte de Cristo. Yo he encontrado en medio del sufrimiento de mi separación a un Dios que no conocía. Cuando las cosas iban bien, no conocía a este Padre. Yo he decidido permanecer fiel al sacramento, aun después de la separación. Debería ser la situación normal de una persona que pasa por este acontecimiento, pero sabemos que no es así. Sin embargo, aquellos que permanecemos fieles a nuestros cónyuges somos un pequeño signo, muy significativo, porque la gracia del sacramento permanece más allá de los fallos humanos. Donde hay un sacramento válido, Jesús permanece entre los esposos, aunque uno de ellos abandone la unión. Para mí, para nosotros, las palabras pronunciadas el día de nuestra boda -Yo te acepto a ti, como mi esposa, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarte y respetarte todos los días de mi vida- son palabras definitivas. Es un camino muy bello, y nos damos cuenta de que nuestro sacramento nos ayuda a vivir bien aunque estemos separados».
Esta emergencia afectiva es uno de los principales retos de la Iglesia en España: no podemos dejar a nadie en la cuneta. Los niños, los adolescentes, los novios que se preparan para el matrimonio, los cónyuges que pasan por dificultades..., todos necesitan de la fecunda experiencia de la Iglesia para aprender a amar. Y siempre hay que tener en cuenta que, como afirmó no hace mucho monseñor José Ignacio Munilla, «el corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara. El corazón es del Corazón de Cristo».
Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Los hijos unen mucho
El matrimonio no es una mera realización personal compartida, sino un signo del amor de Dios a los hombres. No es algo cerrado en sí mismo, sino el signo de un amor más grande, una realidad llamada a mostrar el amor de Dios a todo el mundo. El pasado 16 de junio, a las 12 h., en la catedral de la Almudena, de Madrid, el cardenal Rouco presidió la Eucaristía en acción de gracias por los matrimonios que celebran en 2013 sus Bodas de Oro y de Plata . Participarón 80 matrimonios entre ellos María Jesús y Ricardo, que cumplen este año 25 años de casados; él afirma que «el matrimonio ha de tener cuatro patas: el amor, la paciencia, la humildad para pedir perdón, y la fe, pues el día de mi boda yo dí el  a mi mujer y di el  a Jesús». María Jesús añade que «es necesario tener ilusión por hacer cosas juntos y tener hijos, porque los hijos unen mucho».
50 años de vida en común tienen Magdalena y José María. Ella señala que «hay que saber que hay que convivir con los defectos y las virtudes del otro, y saber que siempre va a haber roces, pero se pasan y ya está». Su marido hace hincapié en la necesidad de «saber perdonar y pedir perdón; y tener hijos, pues los hijos son algo muy bueno para el matrimonio. Y hay que tener claro que Dios está en medio de nosotros. Si aun con Dios es difícil la vida matrimonial, pienso que sin Dios es imposible».

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