sábado, 16 de enero de 2010

Aborto y educación de la sexualidad, temas pendientes




El aborto es un tema pendiente porque, haga el Gobierno lo que haga, los católicos y otros muchos españoles honestos seguiremos hablando del tema. Nuestro objetivo no es luchar contra el gobierno, eso será un efecto secundario. Nuestro objetivo central tiene que ser convencer a los españoles, y sobre todo a los jóvenes de que el aborto, es una barbaridad, un homicidio y un daño moral muy grande para quien lo comete. Pase lo que pase con la ley, el debate social sobre el aborto tiene que continuar. Y tenemos que esforzarnos para centrarlo en los puntos centrales. Perdemos fuerza si nos dejamos enredar en las cuestiones secundarias.
Lo primero que hay que hacer es aclarar bien lo que es el aborto. Nada de interrupción del embarazo. En el aborto voluntario lo que se hace es matar violentamente a un ser humano inocente e indefenso. Para quien se quiere enterar, la ciencia hoy muestra claramente que la vida humana comienza en el momento de la concepción. No hay saltos, no hay cambios substanciales, en el momento de la concepción comienza a vivir un nuevo ser humano. ”.
Otro punto esencial es que la madre no tiene ningún derecho a matar a su hijo. Al revés, tiene obligación de protegerlo, de ayudarle a vivir. Es ya su madre. La decisión sobre su maternidad, la mujer la tiene que tomar antes de ser madre. Las mujeres, las chicas, saben muy bien lo que tienen que hacer, y lo que no tienen que hacer, si no quieren llegar a ser madres. Pero cuando aparece el embarazo son ya madres, y hay un nuevo ser humano que tiene derecho a vivir con la protección de su madre y de la sociedad entera. Eso es lo correcto, lo humano, lo que la misma naturaleza humana reclama en el corazón de las madres. Lo demás es egoísmo y barbarie.
No es verdad que la nueva ley proteja al feto ni a la mujer. Con la nueva ley, el feto queda totalmente desprotegido durante los primeros meses de su vida, a merced de quien lo quiera eliminar. Como si no fuera un ser humano. No hay razón para decir que esta ley es mejor que la anterior. No hay ninguna razón que justifique moralmente un voto favorable. Los partidos tenían que haber respetado la libertad de conciencia. Y los diputados tenían que haberla exigido.
Uno se pregunta por qué tanto afán por abrir camino al aborto en España. No faltarán intereses políticos ni económicos. Pero la argumentación fundamental proviene, sin duda, del feminismo radical. Quieren liberar a la mujer. Quieren liberarla del peso de la maternidad. Liberarla para que pueda disfrutar de su cuerpo sin responsabilidades de ninguna clase. En el fondo, el aborto se reivindica como un mecanismo de seguridad frente a la maternidad. Viene a ser una exigencia imprescindible en la mentalidad del sexo libre, entendido y practicado como pura ocasión de placer, sin amor, ni maternidad, sin profundidad humana, como pura genitalidad.
Por eso la lucha contra el aborto nos obliga a llevar la cuestión hasta la concepción y el ejercicio de la sexualidad. En una mentalidad hedonista y materialista, y por supuesto atea, la sexualidad es ante todo una ocasión de placer, sin compromisos de ninguna clase. La sexualidad puramente fisiológica, sin amor, sin compromisos personales, sin matrimonio ni hijos, requiere el derecho al aborto como garantía definitiva. La mentalidad y la cultura del egoísmo entienden la sexualidad como puro juego y pura diversión, sin obligaciones de ninguna clase, por eso necesitan del derecho al aborto libre como última garantía de la total impunidad.
En consecuencia, la lucha contra el aborto tiene que comenzar en una recta y acertada educación de los adolescentes para el amor heterosexual, ayudándoles a comprender la sexualidad en el marco de las relaciones interpersonales profundas, como signo, instrumento y ejercicio de un amor interpersonal, profundo y estable, que crece cada día y se abre a la multiplicación y la protección de la vida en el matrimonio y la familia. Es decir, la lucha contra el aborto nos obliga a plantear todo el proceso de la educación, nos obliga a recuperar la valoración de la castidad como una dimensión imprescindible en la educación de los jóvenes para la madurez humana, masculina o femenina.
Sin una visión humana y personal de la sexualidad, integrada en una valoración humana del amor personal y heterosexual, los adolescentes quedan atrapados en el nivel de la sensualidad, incapacitados para descubrir la grandeza del amor verdadero entre hombre y mujer, sin los fundamentos personales necesarios para vivir la experiencia de un amor profundo y fiel en el matrimonio y en la familia. Uno y otra quedan fuera de su horizonte vital. Esta revolución sexual conduce sin remedio a una cultura egoísta y materialista, una cultura sin amor, sin familia, sin relaciones profundas, y por eso mismo una cultura triste. Vamos hacia una sociedad de gente triste y solitaria, cultura de desamor y desesperanza. ¿Es esto lo que llaman una sociedad progresista?
Hay otro aspecto que merece ser tenido en cuenta. Esta cultura que exalta la sexualidad sin hijos y sin amor, y que favorece la anticoncepción y el aborto, es una cultura suicida. Una sociedad en la que no nacen hijos, en dos o tres generaciones es una sociedad agotada, no sólo envejecida, sino desaparecida. Hagan cuentas. Si cuatro matrimonios tienen un hijo cada uno, en la segunda generación sólo se pueden formar dos matrimonios, y a la siguiente sólo uno. En tres generaciones la población se ha reducido a la cuarta parte. Esto es lo que está sucediendo en Europa y en España. Dentro de muy pocos años, Alemania ya no tendrá alemanes, ni Francia tendrá franceses, ni España tendrá españoles. ¿Nuestro gobierno progresista ha pensado en estas consecuencias de su política antinatalista y antifamiliar? Necesitamos urgentemente unas políticas enérgicas y decididas que protejan la maternidad y estimulen la natalidad. Nadie en España lo dice con suficiente claridad y energía, ni siquiera la derecha. Sólo la Iglesia… y no todos.


Mons. Sebastián

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