lunes, 29 de julio de 2013

El Papa a los pastores: sabed perder el tiempo con los jóvenes



Francisco animó a los pastores a dedicar tiempo a los jóvenes, a escucharlos, a acompañarlos y a ayudarles a encontrarse con Jesús y también a salir a llevar a la calle la fe. Lo hizo en la misa celebrada la mañana del sábado 27 de julio en la catedral de Río de Janeiro con obispos, sacerdotes, seminaristas y personas consagradas.

A las nueve menos diez de la mañana (hora local), el Papa entró por una alfombra roja al original edificio de la catedral de San Sebastián de Río de Janeiro, llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, que le recibieron con aplausos y el canto “Tu es Petrus”, el himno pontificio que se le canta al Papa cuando lo eligen.

A medida que Francisco avanzaba por la alfombra roja que llegaba hasta el presbiterio, se iba deteniendo a saludar a algunos de ellos, a bendecirlos, a darles la mano, a abrazarles, mientras cientos de dispositivos móviles le fotografiaban, muchos de ellos en manos de obispos revestidos para concelebrar, con su mitra sobre la cabeza.

Los que llenaban el templo eran algunos de los al menos 600 obispos, 8.000 sacerdotes, 9.000 religiosos y religiosas y 7.000 seminaristas que están participando en la JMJ de Río.

Y celebraban la misa de la mañana del sábado como discípulos dispuestos a “escuchar al sucesor de Pedro y, de él y con él, asumir con intensidad cada vez mayor la misión que nos fue confiada”, destacó en su saludo inicial el arzobispo de Río, monseñor Joao Orani Tempesta.

Como en casi todos los actos públicos en los que ha estado presente el Papa desde que llegó a Brasil el 22 de julio, una talla de la Virgen Aparecida estaba expuesta en un lugar visible, en este caso muy cerca del altar.

Tras una introducción que recordó el lema de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2013 –Id y haced discípulos a todos los pueblos- y una oración para que los pastores procuren ser para todos padres y amigos y estén abiertos al diálogo, entró la procesión mientras se cantaba la versión litúrgica del himno de esta JMJ de Río.

El arzobispo de Río manifestó a Francisco, en su saludo, el compromiso de buscar una acción pastoral enfocada en el encuentro de las personas que están en las periferias y le pidió que les confirmara en los propósitos de la consagración y bendijera su servicio. Tras ese saludo, el Papa regaló un cáliz al arzobispo en señal de afecto y unidad.

En la homilía, Francisco reflexionó sobre tres aspectos de la vocación de los consagrados: “llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro”.

Recordar quién llamó

Respecto a la importancia de recordar que la llamada de los consagrados viene de Dios, el Papa señaló que “un obispo, un sacerdote, una consagrada, un seminarista, no puede ser un desmemoriado: pierde la referencia esencial al inicio de su camino” y animó a “pedir a la Virgen la gracia de ser memoriosos de esa primera llamada”.

También recordó que la llamada es “para permanecer con Jesús” unidos profundamente a Él y “esta «vida en Cristo» es precisamente lo que garantiza nuestra eficacia apostólica y la fecundidad de nuestro servicio”.

En este sentido, destacó que “no es la creatividad pastoral, no son los encuentros o las planificaciones lo que aseguran los frutos –si bien ayudan, y mucho- sino el ser fieles a Jesús”.

Para el Papa, permanecer en Jesús significa “contemplarlo, adorarlo y abrazarlo, especialmente a través de nuestra fidelidad a la vida de oración, en nuestro encuentro cotidiano con él en la Eucaristía, en nuestros momentos de adoración y también reconocerlo presente y abrazarlo en las personas más necesitadas”.

Tras citar a la beata Teresa de Calcuta cuando animaba a “estar muy orgullosos de nuestra vocación, que nos da la oportunidad de servir a Cristo en los pobres”, afirmó que Jesús “es nuestro verdadero tesoro”, y pidió: “Por favor: no lo borremos de nuestra vida; enraicemos cada vez más nuestro corazón en Él”.

Educar a la misión

Respecto a la segunda característica de la vocación de los consagrados, la llamada a anunciar el Evangelio, destacó que “Dios quiere que seamos misioneros donde estamos, donde Él nos ponga, en nuestra patria o donde Él nos ponga”.

Y pidió a los pastores a ayudar a los jóvenes a “darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos”.

Improvisando, el Papa lanzó a continuación una petición con especial énfasis: “Ayudemos a los jóvenes, pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones, necesitan sus ilusiones, necesitan ser escuchados, para escuchar sus logros, escuchar sus dificultades”.

Y se explicó inmediatamente en qué consiste “la paciencia de escuchar” a los jóvenes: “Es estar sentado escuchando quizás el mismo libreto pero con música diferente, con identidades diferentes".

“Eso se lo pido de todo corazón –continuó-. En el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento: sepamos perder el tiempo con ellos".

Y añadió: “Sembrar cuesta y cansa, cansa muchísimo. Es mucho más gratificante gozar de la cosecha. ¡Qué digo! Todos gozamos más con la cosecha. Pero Jesús nos pide que sembremos en serio”.

Seguidamente, Francisco pidió no escatimar esfuerzos ni sacrificios en la formación de los jóvenes para ayudarles a “redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, que es muy difícil pero cuando un joven lo entiende, lo siente, con la unción que le da el Espíritu Santo, que es amado por Dios especialmente, lo acompaña toda la vida.”

También destacó la importancia de educar a los jóvenes “a la misión, a salir, a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe”, igual que hizo Jesús con sus discípulos: “no los mantuvo pegados a él como una gallina con sus polluelos; los envió”.

En este sentido, advirtió que “no podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial o diocesana cuando tantas personas están esperando el Evangelio”.

Y explicó que “salir enviados no es un simple abrir la puerta para acoger, sino salir por ella para buscar y encontrar”.
Finalmente, invitó a pensar “con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia.

Promover la cultura del encuentro

Sobre el tercer aspecto de la vocación de los consagrados, la llamada a promover la cultura del encuentro, el Papa pidió el valor de ir contracorriente de la “cultura del descarte” impuesta “en muchos ambientes y en general en este humanismo economicista”, que no deja lugar al anciano ni al hijo no deseado ni al pobre.

“A veces parece que, para algunos, las relaciones humanas estén reguladas por dos «dogmas»: eficiencia y pragmatismo”, lamentó. Y pidió en cambio, “ser servidores de la comunión y de la cultura del encuentro”.

“El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad –una palabra que la están escondiendo en esta cultura, casi una mala palabra- y fraternidad, elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana”, dijo.

No nos echa: nos empuja a salir

Para finalizar su homilía, el Papa se refirió a la Virgen María como madre que anima “a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida hueva”.

“Le pedimos que nos enseñe a encontrarnos cada día con Jesus –dijo-. Cuando nos hacemos los distraídos, que tenemos nuestras cosas, para ir al sagrario, que nos lleve de la mano, que nos empuje a salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas que están en la periferia, que tienen sed de Dios y no hay quien se lo anuncie”. Y concluyó: “Que no nos eche de casa pero que nos empuje a salir de casa y así que seamos discípulos del Señor”.

En las oraciones de los fieles, se pidió, entre otras cosas, que los jóvenes puedan ser instrumentos de Dios para la renovación del mundo, y para que la JMJ sea una oportunidad para descubrir si Dios les llama al sacerdocio, a la vida consagrada o al matrimonio.

El canto “Pescador de hombres” acompañó a las ofrendas, entregadas por dos mujeres consagradas con las que el Papa se detuvo a hablar unos instantes antes de bendecirlas.

Tras la comunión y la bendición final, el Papa se acercó a la Virgen Aparecida, la tocó y se santiguó, antes de la procesión final, que volvió a interrumpirse continuamente con saludos, apretones de manos, bendiciones y besos a los que se iba encontrando.

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